Un ciudadano común y corriente siente que existen tres Argentinas en juego en una misma unidad de tiempo.
Metafísica de las más puras, hubiese señalado irónicamente el gran filósofo alemán Martín Heidegger de estar vivo en este momento del país.
Una de las Argentinas es la oficial, que nos muestra a principio de cada mes las estadísticas dadas a conocer por el INDEC u otros organismos del Estado. En ellas se traduce la economía de un país pujante: crecimiento a tasas asiáticas, inflación por debajo de un dígito, reservas de divisas en el Banco Central en sus máximos, menos pobreza, superávit fiscal histórico y exportaciones en niveles records, por mencionar sólo algunos de estos datos.
Otra Argentina es la analizada por algunos factores de poder del exterior y consultoras locales, que muestran en sus informes estadísticos casi todo lo contrario a lo mencionado párrafos arriba: el país ingresando en poco tiempo más en default, una inflación superior al 30% anual, dudas sobre las verdaderas reservas del Central, crecimiento de la pobreza respecto del 2007 y pérdida creciente sobre los superávits gemelos (fiscal y comercial), entre otros puntos.
Y una tercera, que es donde está parada la mayoría de los argentinos. No es aquella que analiza las estadísticas macro de las otras dos o la que se detiene a evaluar las tendencias de la economía. Es la Argentina silenciosa, la que vive el día a día y considera que las cosas ni están tan bien como quiere mostrarlas el gobierno ni tan mal como algunos pronostican en sus "informes reservados". Ahora bien, también es la que tiene la impresión de que la bonanza vivida en el período 2003-2007 no va a repetirse, tiene la sensación de que "la cosa no está bien" y es creciente el descreimiento hacia el continuo optimismo que quiere impregnarle el gobierno a cada uno de sus actos.