Como una simultánea de ajedrez, los precios juegan dos carreras al mismo tiempo; una es contra los salarios y la otra, contra el tipo de cambio. Con las negociaciones salariales, el primer duelo es parejo y con final cerrado, pero otra es la historia con el dólar, prácticamente estático desde hace cinco años.
El tipo de cambio nominal se mantiene en 3,15 pesos por dólar, el mismo valor que tenía en febrero del 2003. Mientras, desde esa fecha hasta hoy la inflación acumuló un 46%. De todas maneras, el dólar actual es menos fuerte que en la década del '90 por la devaluación frente al euro y las principales monedas.
De esta manera, se perdió el 80% de la ganancia de competitividad cambiaria generada con el quiebre de la convertibilidad. En términos reales, el tipo de cambio llegó a un pico de 2,85 pesos a comienzos del 2002, para luego ajustarse a medida que los precios crecían por encima de la paridad cambiaria. En la actualidad, el tipo de cambio real (ajustado por inflación minorista) ronda los 1,54 pesos y se acerca a la paridad técnica de 1,40 pesos utilizada en la pesificación, que se habría alcanzado si en lugar de la inflación oficial se tomara la sensación térmica en los bolsillos de los consumidores.
Así puede explicarse el boom de importaciones que sufrió la economía en los últimos meses, con una invasión de productos procedentes de Brasil, China e India, entre otros orígenes: indumentaria, celulares, bienes de capital y de consumo durables llegaron al mercado interno incentivados por la apreciación real de la moneda.
En este contexto, la política económica del gobierno se enfrenta a una difícil encrucijada. De permitir una apreciación nominal del tipo de cambio se estaría echando más leña al fuego, al reducir la competitividad externa y llevar la paridad cambiaria cerca del 1 a 1 de la convertibilidad. Con este argumento los industriales y los sectores exportadores presionaron por una devaluación, aunque la intensidad de las demandas se redujo gracias al incremento en el precio de los commodities, que elevó la rentabilidad empresaria por la vía de precios.
La decisión no es sencilla. Una devaluación que contribuyera a recuperar rentabilidad externa se traduciría,
según la tradición, en una suba de precios. En tanto, una apreciación que ayudara a frenar la tasa de inflación tendría un impacto acotado al no estar acompañada por un anclaje fiscal y por reformas institucionales tendientes a recuperar la confianza, no sólo de los inversores sino de los ciudadanos en general. En este punto, la restauración de la credibilidad del Instituto Nacional de Estadística y Censos juega un rol clave. El maquillaje de los índices que sirvió para disfrazar la inflación en el corto plazo y restarle argumentos a la oposición con miras electorales se convirtió en una fuente importante de incertidumbre para la planificación, incluso para el propio gobierno.
El encarecimiento de los bienes de exportación generó que los productores absorbieran la pérdida de competitividad cambiaria, sumada al alza de las retenciones. Según el último informe del Banco Central, el Índice de Precios de las Materias Primas tuvo una suba del 8,1% en enero, impulsada por los precios de los productos agrícolas y de las materias primas industriales. Respecto al año anterior, el incremento llegó al 65%. Subas de 112% en el trigo, del 72% en la soja, del 25% en el maíz y del 62% en el petróleo permitieron mantener un equilibrio con estabilidad cambiaria.
Otro efecto que sirvió para el statu quo cambiario fue la apreciación de la moneda brasileña, que permitió al país ganar competitividad con su principal socio comercial.
El índice de tipo de cambio real multilateral del BCRA (que pondera una canasta que incluye el dólar, el euro y el real, entre otras monedas) aumentó un 0,3% en enero y un 10,3% en los últimos doce meses. De considerar esta ponderación y la inflación en el resto del mundo, el tipo de cambio estaría aún un 121% por encima del promedio de la convertibilidad.
(Fuente: "El Cronista")