La prosperidad depende de que la inversión permita aumentar la capacidad productiva y promueva la incorporación de tecnología. Esto explica que los países se esfuercen por generar condiciones favorables para atraer a inversores locales y extranjeros. Entre los factores que explican que la Argentina se ubique en el grupo de naciones poco atractivas sobresale el sistema tributario, complejo y gravoso. En este contexto, resulta muy peligroso interpretar que el inédito superávit fiscal justifica dejar de considerar la reforma impositiva como un tema prioritario, señala un reciente informe de Idesa.
A través de diferentes tipos de impuestos se gravan los beneficios que genera el capital. En el diseño de esta área de la política tributaria subyacen finalidades contradictorias: por un lado, la visión "productiva", que sugiere que los impuestos al capital deben ser bajos para promover la inversión, y por otro, la visión "redistributiva", que indica que los impuestos sobre el capital deben ser sustanciosos para influir positivamente en la distribución personal del ingreso.
Esta dicotomía es exacerbada por el hecho de que los países compiten por atraer capitales. Intuitivamente se acepta que el capital no fluye hacia los lugares donde los impuestos que lo gravan son altos. En el mejor de los
casos, sólo será atraído si otras condiciones determinan una rentabilidad lo suficientemente alta como para compensar la elevada carga impositiva. En un ranking que prepara el Howe Institute de Canadá se ofrece un ordenamiento según la intensidad con que los países gravan el capital:
" La tasa efectiva de impuestos sobre las inversiones promedio para 80 países considerados se estima en aproximadamente el 20,6% de los beneficios del capital.
" Entre los países desarrollados hay situaciones disímiles, con casos extremos como Estados Unidos, con una carga sobre el capital del 37,8%, e Irlanda, con el 12%.
" Argentina aparece en el primer lugar, con una carga promedio del 47,9%.
En este tipo de comparaciones internacionales siempre surgen inconvenientes metodológicos que hacen recomendable tomar con precaución sus resultados; sin embargo, señala con claridad que la Argentina es considerada, desde el punto de vista de la carga impositiva nominal, un país poco amigable con quien quiere invertir.
El sistema tributario argentino es diseñado y administrado por los tres niveles de gobierno nacional, provincial y municipal. El tributo central que grava los beneficios del capital es el Impuesto a las Ganancias corporativas. También suman los aplicados a los activos productivos, como el Impuesto a la Ganancia Mínima Presunta y los impuestos Inmobiliario y Automotor de provincias y municipios. A esto se le agregan los impuestos transaccionales, entre los que se destacan los créditos de IVA no recuperable por compra de bienes de capital, el Impuesto a las Transacciones Bancarias y Sellos. La carga fiscal surge de la acumulación de estas normas. Adicionalmente, están los procedimientos burocráticos y ambiguos que producen incertidumbre y discrecionalidad. En consecuencia, aunque desde el punto de vista metodológico probablemente se pueda cuestionar el primer puesto que la Argentina ocupa en este ranking, hay evidencias de que en el país prevalecen condiciones impositivas muy desfavorables para quien quiere emprender un proyecto productivo.
Tener un sistema impositivo agresivo con la inversión atenta contra las bases del crecimiento. Hasta ahora, la recuperación se ha basado fundamentalmente en inversiones realizadas en el pasado y en ampliaciones puntuales sobre la capacidad productiva existente. En esto han jugado un rol decisivo el fuerte aumento de rentabilidad asociado a la devaluación que está siendo erosionada por las presiones inflacionarias y los excelentes precios internacionales para los productos agropecuarios y commodities industriales. Se trata de una base de sustentación primitiva que requiere ser fortalecida si se pretende generar un proceso de desarrollo sostenido.
Mantener un sistema impositivo tan agresivo contra las inversiones, así como ser considerado en el índice de competitividad del Foro Económico Mundial en el puesto 85, marca la urgencia de generar instituciones confiables y atractivas para los proyectos de inversión de largo plazo.
Esto no debería ser considerado contrario a los objetivos "redistributivos". Canadá y los países nórdicos constituyen democracias estables, con economías de mercado y una arraigada tradición por la equidad. Sin embargo, en términos comparativos no son países que graven mucho el capital. El éxito que alcanzan en términos de prosperidad social está asociado a generar condiciones propicias para la inversión incluyendo la moderación en la aplicación de los impuestos y un fuerte compromiso del gasto público a favor de las familias en situación de mayor vulnerabilidad.
Las desventajas de la Argentina son aún mayores, si se consideran otros países emergentes. Por ejemplo, la imposición sobre el capital en Irlanda se estima en el 12%, es decir, un cuarto del nivel que se considera para la Argentina.