20:01 del 28 de octubre de 2007; Cristina Fernández de Kirchner, presidenta electa. Un hecho histórico: por primera vez la Argentina tiene una presidenta. Los festejos, seguramente, después de algunas horas se trasladarán a la Plaza de Mayo, papelitos celestes y blancos y una multitud aclamando. En los días posteriores, los periodistas, los que la votaron y los que no, todos, deberemos acostumbrarnos a una nueva imagen en la política. Las semanas posteriores se harán las visitas correspondientes de la presidenta a los distintos países, ahora ya sí de manera oficial. Una vez que el momento histórico termine y todo se tranquilice, la presidenta saldrá por el balcón y estarán esperándola algunos amigos conocidos: inflación en ascenso, un Indec en agonía, un panorama fiscal en decadencia con un 2008 y un 2009 con fuertes necesidades de financiamiento, un escenario externo enrarecido, una crisis energética en camino, una política cambiaria frágil y un electorado que empieza a ser algo menos condescendiente.
¿Cuáles son las ideas que pretende realizar la actual senadora frente a estos ítems que se dejaron pendientes? ¿Existe un plan o estrategia con que afrontar cada uno de ellos o se seguirán encarando los traspiés en el día a día?
En primer lugar, el mayor de los temores a enfrentar: un clima inflacionario acelerado y oculto. Sí o sí la presidenta deberá tomar una decisión al respecto; la posibilidad de “patear” hacia adelante los problemas se vuelve incompatible con una salida ordenada de su propio gobierno. Entonces, primero en la lista, la presidenta deberá encarar una reestructuración en el Indec; esto será un requisito necesario para lo segundo, la inflación. En otras palabras: si la mandataria logra afrontar de forma sincera la inflación, la credibilidad de su trabajo no servirá de nada sin una objetiva medición.
En segundo lugar, un elemento a tratar con urgencia es el fiscal. Es claro que el control del gasto no se hace por nivel sino por la tasa de crecimiento del mismo. Ella sabe que jugarse todas las cartas en la primera mano no le dejará margen para sus dos últimos años de gobierno. Entonces, moderar su expansión es un requisito.
Otro aspecto a tratar es el tema energético, el que inevitablemente está atado a los servicios públicos. La negociación por ese lado se volverá ineludible y, considerando que no habrá elecciones hasta finales del 2009, parece que sería un adelanto ir por ese aspecto. Además, se sabe que llegar al invierno del 2009 con éstas o aún mayores presiones inflacionarias sería un suicidio económico y político para cualquiera.
El aspecto internacional también es un elemento que compromete el desenvolvimiento de los años 2008-2011. Una economía mundial en desaceleración haría que nuestros commodities perdieran valor y de la mano también se perdería el 76% del resultado primario (que es lo que representan las retenciones). A esto se le debería agregar un problema inflacionario importado desde China. En el país asiático comienza a menguar el “ejército de reserva” y las presiones salariales empiezan a surgir. Por lo tanto, la inflación en China se trasladará a los países que compran sus productos: todos. En definitiva, es probable que la Argentina se enfrente a términos de intercambio deteriorados: precios de exportación debilitados y precios de importación algo mayores.
La presidenta tampoco podrá estar del todo cómoda hasta que no se solucione favorablemente la deuda que aún permanece en default. Aquellos que no entraron en el canje aguardan desde Nueva York por algún fallo a su favor; sin embargo, no han tenido efectividad. Por lo tanto, si el fin de la presidenta es encarar un modelo (sea cual fuere) con expectativas de integrarse al mundo de forma inteligente y sostenible, la conclusión definitiva de este tema es indefectiblemente necesaria.
En el aspecto internacional también habría que analizar la posición de nuestro país en el mundo, y con esto me refiero a la política cambiaria. Hasta ahora, la Argentina se destacó por defender un tipo de cambio real alto, con el objetivo de promover la industria y la sustitución de importaciones. Pero, y a pesar de la fuerte intervención del Banco Central, esta ventaja para la producción se ha ido deteriorando: la inflación ha socavado los márgenes. Por lo tanto, si miramos hacia los meses futuros, la presidenta tendrá que confrontar con al menos dos elementos: el primero, un tipo de cambio real en ascenso haciendo pesar cada vez más la eficiencia real de nuestra producción y el segundo, como una salida frente a la fuerte presión del tipo de cambio son las restricciones de comercio exterior. Sin embargo, si en eso piensa la presidenta, en los próximos años se debe esperar que la fortaleza del Mercosur entre en declive.
Finalmente, creo que uno de los elementos más importantes se basa en el nuevo electorado. Después del primer presidente que enfrentó la crisis y luego de que los recursos de la debacle del 2002 empiecen a quedar atrás, el electorado se volverá más demandante de resultados. Los objetivos no pasarán tan sólo por cifras de crecimiento, ya no se esperarán más “efectos derrame”, sino que se buscará estabilidad de ingresos, resultados sostenibles y confianza y honestidad en sus representantes. Por supuesto, esto no se logra con los actuales niveles de inflación ni de discreción y falta de institucionalidad.
En fin, si ocurre el escenario actual más probable, son varios los elementos a resolver. La posibilidad y la voluntad para encararlos definirán si el momento histórico que comienza el 28 de octubre termina en eso o en una pesadilla histórica.