Un reconocido economista afirmaba en su momento que existían cuatro tipos de países, los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. Realizaba esta distinción ya que Japón, una pequeña isla del Pacífico norte, con escasos potenciales de desarrollo logró transformarse en poco años en potencia mundial. Sin embargo, Argentina, que contaba por aquellos tiempos con vastos recursos originarios y se encontraba dentro de las principales potencias a mediados de siglo, parecía encaminarse en un proceso de desarrollo permanente, pero el transcurso de la segunda parte del siglo dijo lo contrario.
Frente a esto no tenemos otra alternativa que preguntarnos: ¿por qué nuestro país pasó de estar a las puertas de encarar un proceso de desarrollo económico sostenido a pasar a sufrir constantes crisis internas y sobredimensionar el efecto de las externas? ¿Por qué sistemática y repetidamente se intenta probar, una y otra vez, modelos extremos para nuestro país? ¿Por qué, ante la presencia de síntomas inconsistentes de los esquemas, se pretende acudir a soluciones que la ciencia económica claramente descarta? ¿Por qué siempre el país tiene que ser la excepción o el fracaso? Para responder estas preguntas podríamos adentrarnos en el estudio detallado de los últimos 60 años de historia e inclusive tal vez eso no alcance y haya que recurrir a algún psicólogo. Sin embargo, sería altamente ilustrativo entender las inconsistencias para el desarrollo económico que tuvieron el modelo propuesto en los años 90 y la actual coyuntura. De esta forma podremos comprender gran parte de la idiosincrasia económica de los argentinos y sus gobiernos.
Cuatro puntos de contacto nos hacen pensar el escenario actual en perspectiva con el modelo de convertibilidad: hegemonía política, acelerado crecimiento, falta de un plan “B” y la cualidad de sostener por tiempo prolongado ajustes, a priori, sencillos –en vista de los ajustes de necesidad planteados a posteriori–.
En primer lugar, es para destacar el poder absoluto y “todopoderoso”, esa idea o sensación de que el buen momento económico sólo es viable si, y sólo si, permanece el gobierno en el poder.
En segundo, el “súper crecimiento” económico. Resulta que ambos períodos se caracterizan por una expansión increíble del PBI, la cual tiene una característica esencial. Esta cualidad es el hecho de actuar como disfraz que mantiene a la oposición, las críticas y los errores bien guardados y ocultos.
Luego otro aspecto de contacto entre los modelos es la falta de un plan “B”. Pensar en un plan alternativo en la convertibilidad era no menos que traición a la patria. Hoy en día, la situación no es muy diferente. Considerar actualmente algún movimiento hacia una reconciliación con los mercados internacionales de crédito o preservar el valor de la moneda o incluso, básicamente, pretender que se cumpla con la legalidad de la independencia estadística sólo implicaría ciertas complicaciones judiciales no deseadas.
Por último tenemos el cuarto elemento, el cual abarca la característica de los gobiernos para tener a su alcance la alternativa de modificar el desempeño futuro con tan sólo pequeñas correcciones presentes de política económica. No obstante, cada uno de estos hechos a la luz de los acontecimientos de cada modelo se vuelve inviable. Años atrás era el caso de los niveles de déficit fiscal, los cuales corregidos a tiempo hacían mucho más viable el modelo. En la actualidad, una política fiscal y monetaria algo más prudente puede marcar la diferencia en algunos meses. Por supuesto, cada uno de estos hubiera significado una resignación de puntos de crecimiento, algo que de ninguna manera se condice ni condecía con las ambiciones políticas.
Considerando todo esto, creo que podemos dilucidar un poco mejor las respuestas a las preguntas que nos hacíamos arriba.
La Argentina no podrá llegar a pasar a una etapa de desarrollo en tanto los argentinos sigamos personalizando el ejercicio del poder y sigamos ocultando o callando las críticas a los errores de política. En ese sentido, todavía somos cívicamente irresponsables a la hora de controlar los medios que nuestros gobiernos utilizan para resolver los problemas. Por lo tanto, tienen “piedra libre” para extralimitarse en el ejercicio de sus funciones y avanzar sobre los derechos e instituciones.
En estrecha relación con lo anterior, el hecho es que la Argentina pareciese correr detrás de un solo objetivo: “el crecimiento del PBI” y, para colmo, sólo importa el corto plazo. Con el comienzo de cada modelo aparece la exuberancia y con el fin explota la peor de las decepciones. Deberíamos entender que mejor que el crecimiento es la forma de crecimiento. Por lo tanto, si el país lo que busca es el desarrollo económico, se tiene que entender que éste será el resultado de una política y no, en sentido opuesto, un instrumento para la política. Circunstancialmente, los avances del producto de las economías se pueden deber a ventajas coyunturales, sin embargo el desarrollo económico no puede estar basado en otra cosa que no sea la eficiencia, el Estado de derecho y las instituciones, tanto formales como informales.
Por último, tenemos que entender que la Argentina no es el epicentro del mundo como creemos, sino que en realidad el desarrollo nos pasa por un costado y, de vez en cuando, una economía internacional favorable nos da un empujón. Pero es evidente que por más fuerte que sea la ayuda, necesitaremos caminar por nosotros mismos. Por eso mismo no debemos ser tercos u orgullosos frente al desarrollo económico. Por el contrario, debemos tener la humildad interna para asumir de una vez por todas los cambios de fondo; una vez obtenidos, el desarrollo económico será el único desenlace.
En conclusión, sabemos que el progreso económico lleva tiempo. Sin embargo, no queda más remedio que empezar a dar los primeros pasos y caminar hacia una mayor seguridad jurídica y a la reconstrucción de las instituciones republicanas o nuestro país seguirá boyando en la actual tendencia a la decadencia. En tanto, el mundo seguirá avanzado hacia niveles cada vez más altos de prosperidad con la Argentina como mera espectadora.
MANUEL DEL POZO
Consultora Exante.