El pasado martes 7 de agosto, el jefe de Gabinete Alberto Fernández hizo un comentario que me mereció una breve reflexión. Palabras más, palabras menos, el funcionario afirmó que Kirchner llevó a Argentina a las puertas del paraíso y que, de alguna manera, si queremos seguir caminando tal sendero deberíamos votar a su esposa Cristina. Dejando completamente de lado la apreciación sobre si la situación actual de la Argentina es algo parecido o no a estar en las puertas del paraíso, lo cierto es que si miramos al pasado cercano y repasamos la fuerte crisis que atravesó nuestro país antes de que el presidente asumiera, sólo de esta forma las palabras suenan a algo convincente. Ahí reconocí la increíble recuperación y hasta asumí que podríamos haber caído aún más, por eso, aunque no creo que estemos en las puertas del “paraíso”, acepté que sí necesariamente acortamos la distancia.
Luego me pregunté: ¿quién fue el responsable de tal recuperación?
Por un lado, recapacité sobre la tan instalada visión que tenemos de tratar de justificar logros y fracasos de todo el país a sólo una persona (el presidente) o incluso al gobierno, dejando de lado incluso a los actores principales, todos y cada uno de nosotros. A pesar de que es realmente cierto que las decisiones de un gobierno influyen directamente sobre el futuro de un país, tanto positiva como negativamente, e incluso de una manera más marcada en Argentina, la discusión sigue siendo difícil. Traté de ayudarme con algunos ejemplos más “palpables”, como es el fútbol, pero tampoco es fácil aquí encontrar una respuesta a tal dilema. Por ejemplo, ante un resultado positivo, ¿a quién debemos adjudicarle el triunfo? Al técnico, quien tomó las decisiones de quién y cómo se jugaría, o a los jugadores, que fueron realmente los protagonistas de tal evento. Creo que la respuesta correcta debería contemplar el nivel de protagonismo de los actores, no es lo mismo un partido de fútbol que uno de ajedrez, que en éste último también son las “fichas” las que “realmente” juegan, las protagonistas en el campo de juego.
Pero incluso si le restamos dramatismo a la afirmación anterior y nos concentramos en una Argentina que nos incluya a todos y asumiéramos que todos fuimos responsables de tal expansión, también se hace difícil encontrar una respuesta. ¿Fuimos nosotros los responsables o la situación mundial nos fue favorable?
Un dato simple y clave nos puede ayudar. Durante los últimos cuatro años, el promedio de crecimiento de los países de América Latina en su conjunto fue todo un record para la región.
Nuestros principales socios, que dinamizan gran parte de nuestras exportaciones, también crecieron a tasas elevadas. Brasil aumentó su producto global en 5,7 puntos porcentuales en el 2004, Chile 6,0%. La CEPAL dice: “Las economías de América Latina y el Caribe están atravesando por un período sumamente favorable, cuya principal característica es el sostenido crecimiento que, casi sin excepciones, han mostrado todos los países de la región desde el año 2003. En el 2006 el crecimiento de la región fue de un 5,6% y para el presente año la CEPAL proyecta una tasa de crecimiento del PBI del 5,0%”, proyección que varió desde una estimación inicial de 4,7%.
Las economías latinoamericanas también mostraron desde el 2003 un dato completamente atípico en el balance de pagos. La cuenta corriente, que básicamente es el resultado neto del comercio exterior y los intereses que se pagan por las deudas contraídas, evidenció en este período un resultado positivo. En pocas palabras, que haya un superávit en esta cuenta implica que la región financió al resto del mundo, ya sea porque decidió desendeudarse y/o ahorrar en el exterior (acumulación de reservas o fuga de capitales, etc.). Fiel reflejo de esto, los bancos centrales latinoamericanos acumularon cantidades enormes de activos externos, blindaron a los países con una mayor seguridad y estabilidad financiera, bajó el riesgo país, las consultoras más importantes del mundo mejoraron la calificación de casi todos los países de la región, etc.
Por si no fuera poco, los precios de las materias primas, de las cuales América Latina es productora por excelencia, mostraron altísimos niveles. La CEPAL comenta en este punto que los países que más han incrementado sus ingresos fiscales son aquellos que concentran en sus exportaciones una mayor proporción de productos básicos. Por ejemplo, Chile muestra hacia el 2003 un resultado fiscal, como % del PBI, de -0,4% en el 2003, siguiéndole un 2,2% en el 2004, 4,8% en el 2005 y 7,8% durante el año pasado. Argentina, por su parte, no fue la excepción. El consolidado del superávit primario pasó del 0,7% en el 2002 al 4,06% en el 2004 mientras que el resultado financiero de nuestro país pasó a ser positivo en nuestro país a partir del 2003
Incluso, si la mirada de la coyuntura internacional no la limitamos exclusivamente a América Latina sino al mundo entero, los intentos por buscar un responsable por el espectacular desempeño del producto de nuestro país en estos últimos cuatro años se hacen aún más difíciles. De acuerdo a datos aportados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) el mundo creció en el 2006 un 5,4%, posicionándose como la mayor tasa de crecimiento de la serie publicada por el organismo y, tal como en América Latina, sería muy difícil encontrar tasas de crecimiento más altas en registros históricos.
Por eso, se hace un tanto más difícil adjudicar la bonanza de los países si uno no considera variables tan fundamentales como es el devenir de nuestros vecinos y más concretamente del mundo entero.
Por último, habrá que ver si se profundiza la desaceleración de Argentina, América Latina y el mundo, tal como lo pronostica el consenso del mercado, si los mismos protagonistas que se adueñan de los logros económicos del pasado también se responsabilizan por los posibles fracasos del futuro.
ULISES OSVALDO GARAY Consultora Exante