| Desde el comienzo de su gestión, el presidente se ha jactado de haberse animado a tomar “un país en llamas”, de haberlo conducido con mano firme, tal vez como nunca antes en la historia moderna, y –últimamente– de estar vislumbrando la “salida del infierno”. También gran parte de la opinión pública considera que su estilo de administración de la crisis social y de credibilidad política en que se había sumido la Argentina entre comienzos del 2002 y mediados del 2003 fue el más adecuado, a pesar de que consistiera en algunas violaciones a las normas vigentes, como cuando se permitieron piquetes, cortes de rutas y calles y hasta tomas de comisarías. Es innegable que el país ha ido normalizando su ambiente sociopolítico. También lo es que esa normalización ha avanzado más rápido que la consecuente normalización normativa, pues siguen vigentes importantes leyes de emergencia y delegaciones de facultades legislativas. Pero también lo es que, en forma paralela y cada vez más notoria, ha ido emergiendo un nuevo estado de crisis in crescente producto de las malas políticas instrumentadas al amparo de esa emergencia. Se diría que hemos pasado de la crisis sociopolítica a la crisis energética sin escalas. Le cabría la razón también, a mi juicio, a quien sostuviera que aquella crisis sociopolítica del 2002 fue in crescendo a medida que la crisis energética y la de muchos otros servicios públicos había ido desapareciendo gracias al profundo proceso de inversión privada en infraestructura que se verificó a raíz de las privatizaciones de los ’90. Es obvio que unos tenderán a sostener con más agrado la primera contraposición mientras que otros defenderán la segunda. Pero lo cierto es que nadie querrá hacerse cargo de las crisis que generó la solución que le parezca más propia. Sin embargo, si bien esta confrontación es esquemática, no es del todo caprichosa. Se diría que gobiernos que han priorizado las visiones hard, como el de Menem-Cavallo, han terminado descuidando de algún modo el clima social y que gobiernos que militan en lo soft, como el de Kirchner, minimizaron cuestiones económicas como las inversiones y las señales del mercado. No sirve al país el tomar partido por uno u otro énfasis. Más bien debemos reconocer que los dos abordajes, el soft y el hard, son necesarios. Se trata de encontrar el equilibrio necesario en la dirigencia política como para que ninguno de los dos aspectos esté del todo ausente ni predomine de manera asfixiante. Hoy estamos claramente en un extremo producto, nuevamente, del predominio del pensamiento único, por cierto de signo opuesto al imperante en los ’90. El hecho de que el gobierno de hoy tenga que organizar cortes de luz y de gas es absolutamente inaceptable y no soporta ninguna excusa, del mismo modo que no la soportaba la creciente desocupación de los ’90 a la espera del “efecto derrame del consenso de Washington”. En estos asuntos, a diferencia de otros, la compensación por ciclos unidimensionales no funciona. No se trata de equilibrar la balanza en etapas sucesivas: una década totalmente hard seguida de una década totalmente soft y así. No hay un carrito de supermercado que llenar primero en la góndola de los lácteos y luego en la de las carnes. Se trata más bien de lograr una dieta equilibrada en todos y cada uno de los días. Ese es el nuevo desafío. La Argentina necesita de las mujeres y los hombres con vocación y formación soft tanto como de aquellas y aquellos con vocación y formación hard trabajando juntos, a la vez y en un mismo gobierno. Los organismos colegiados, por cierto, son los más idóneos para ofrecer un menú variado como el que se necesita, por lo que seguramente puede buscarse en el presidencialismo y la concentración de poder una de las causas de este tipo de error dogmático. En cuatro meses la Argentina tendrá un nuevo presidente distinto del actual, un hecho nada menor. Es, sin dudas, una oportunidad de cambio y de continuidad: de cambio, en la urgente incorporación de los elementos hard que hoy brillan por su total ausencia y nos llevan con rumbo de colisión energética e inflacionaria y de desarrollo sustentable, y de continuación de aquellos muchos elementos soft que dieron buenos resultados. |