No todos los datos macroeconómicos trascienden en la misma medida. Algunos, pese a ser favorables, quedan relegados en el tráfico diario de noticias. Otros, en cambio, son acallados por necesidades y conveniencias políticas. Así, por ejemplo, en febrero del 2007 pocos se enteraron de que el Estado nacional debió pedir al Banco Central varios adelantos de fondos para evitar que las cuentas del mes terminaran en rojo.
Al respecto, entre tanto informe y estadísticas que difunden los ministerios, se han filtrado datos que indican una fuerte suba en el gasto estatal. Además, dejaron al descubierto que el gobierno está “maquillando” diversas erogaciones para que no llamen la atención. Esto, naturalmente, encendió luces de alarma en todos aquellos que siguen las tendencias de nuestra economía. Y razones para preocuparse no faltan: concretamente el gasto público creció durante febrero del 2007 nada menos que 42%. En ese sentido el mismísimo Kirchner se apuró a justificarlo expresando que “si gastamos más es porque en estos momentos no sería bueno frenar al consumo, que está actuando como motor de la recuperación económica...” (discurso del 7 de marzo en Casa Rosada).
Obviamente esta postura del presidente guarda estrecha relación con el hecho de que estamos a las puertas de un evento electoral, en el cual el gobierno buscará consolidar su poder político. Pero aun así, semejante aumento en los desembolsos del Tesoro resulta exorbitante, máxime si tenemos en cuenta que el propio gobierno ha manifestado que una de sus metas es “revertir décadas y décadas de manejo desenfrenado de los recursos del Estado, que nos condujeron a déficits inmanejables” (conferencia de prensa de Felisa Miceli, 23 de enero del 2007, Ministerio de Economía).
A decir verdad, si analizamos las partidas presupuestarias más excedidas, veremos que responden a dos propósitos que, desde lo social, son inobjetables: a) mayores recursos para obras públicas, con los cuales se busca que crezca la contratación de mano de obra y, por ende, se generen mayores posibilidades de consumo para la población, y b) aumentos a los jubilados que, reforzados por una inédita moratoria previsional, buscan algo de equidad para un sector históricamente relegado.
Sin embargo, las desmesuras son peligrosas: una continuidad de desequilibrios fiscales en los próximos meses terminará dejando al país en situación de vulnerabilidad frente a eventuales crisis externas (tengamos presente, además, que en el contexto internacional no se olvidan de nuestro default del 2002 ni de los canjes forzados de deuda que le siguieron).
EL DEFICIT QUE NO LLEGO A OCURRIR
Retornando lo que decíamos anteriormente, el gobierno ha mantenido con saldo positivo varias de sus cuentas gracias a los anticipos de dinero proporcionados por el Banco Central, que se hizo cargo de tres responsabilidades fundamentales: a) prestar al Tesoro cuando fuera necesario ($ 1.011 millones en febrero del 2007), b) comprar dólares en forma permanente (en promedio, unos 60 millones por día) para que su valor se sostenga, c) acumular reservas. Precisamente las reservas se han convertido en una verdadera obsesión para Kirchner, a punto tal que solicitó a Redrado que antes de Semana Santa lleguen a los u$s 37.000 millones. Dicha meta fue conseguida, pero es indudable que tanta presión se está convirtiendo en un factor de turbulencia, que causa temor en distintos círculos económicos. ¿Por qué esa preocupación? Veamos los siguientes números: el Banco Central cuenta hoy con reservas internacionales por 114.014 millones de pesos pero, a su vez, adeuda 50.011 millones de pesos (10,2 veces más que en junio/julio de 2003). Entonces, si nos atenemos a los “grandes números”, en realidad las reservas genuinas suman 64.003 millones de pesos (que equivalen a 20.580 millones de dólares y no a los 37.000 millones que figuran en el registro oficial). ¿De dónde surge aquella deuda? Se trata de títulos públicos que el Banco Central ha vendido en sucesivas licitaciones. ¿Por qué vendió tantos? Por la necesidad de recuperar los mismos pesos que antes tuvo que emitir para comprar dólares en el mercado monetario (las exportaciones le están provocando tal abundancia de divisas que el “3 a 1” peligra continuamente).
En un intento por amortiguar este verdadero “tome y traiga” financiero, varios especialistas hicieron llegar a Kirchner la recomendación de aumentar los encajes bancarios. Entienden que, si se reduce el margen de fondos que hoy los bancos pueden prestar, el volumen de dinero que dejaría de circular sería suficiente como para aliviar al Banco Central de tanto esfuerzo diario. Sin embargo, el efecto no deseado de esta medida radica en que las tasas de interés van a subir de inmediato, es decir: los créditos destinados a las empresas se volverán más caros (¡justamente en momentos en que el propio gobierno reclama que se brinde mayor financiamiento a las inversiones productivas!). En suma, un verdadero dilema en una época muy salpicada por urgencias políticas. Sin dudas, la solución más sencilla sería regresar al muy buen hábito de evitar desbordes en el gasto público.