Desde la devaluación de la moneda, en enero de 2002, la Argentina goza de una situación históricamente beneficiosa en cuanto a la "competitividad comercial". No sólo los términos de intercambio actuales son inusitadamente favorables sino que además, y quizás más importante, debe reconocerse que el sostenimiento en el tiempo de esta situación es particularmente llamativo.
Considerando la evolución del Indice de Tipo de Cambio Real Multilateral elaborado por el Banco Central, que pondera el valor real del peso en relación a una canasta de monedas conformada por todos los países que comercian con nuestro país, puede observarse que el poder de compra de la moneda local se mantiene en una estrecha banda de fluctuación desde hace 49 meses mostrando una devaluación real promedio del 42% en todo ese período.
Sin lugar a dudas, el sostenimiento del tipo de cambio real alto dentro de esa banda, es un pilar fundamental de este modelo económico. Este punto es particularmente importante teniéndose en cuenta que históricamente el frente externo ha sido una de las debilidades más notorias de la economía Argentina.
Luego de una devaluación de semejante envergadura como la ocurrida en 2002 y frente al cierre de los mercados de crédito internacionales, fue obvia la reversión inmediata de los déficit externos. Sin embargo, lo que no decanta y resulta atípico para la Argentina en particular es que a cuatro años de la devaluación persista un ahorro externo negativo, siendo muy lento el ajuste en relación a la experiencia internacional, lo que de alguna manera podría caratularse como exitoso. Pero eso esta es sólo una parte de lo que hace a la competitividad comercial propiamente dicha.
La fortaleza externa indudablemente le da al gobierno una mayor autonomía en el manejo de la política económica. No obstante, el deterioro del excedente comercial se torna inevitable. La fuerte recuperación de la actividad económica a partir de 2003 significó un salto en las cantidades importadas, que incluso han crecido a un mayor ritmo que el producto. Por su parte, los saldos exportables se reducen en la medida en que el consumo interno se robustece. De esta manera, desde su nivel máximo alcanzado en mayo de 2002, el saldo comercial argentino se redujo un 66% a un ritmo mensual promedio de 1,9%. Las importaciones totales crecieron durante ese lapso a una tasa promedio mensual ajustada del 2,7% en tanto que las exportaciones lo hicieron a un ritmo menor (1,3%). Mientras tanto, la actividad avanzó un 43% desde entonces, a una tasa de 0,7% mensual promedio.
En cuanto a los destinos, durante gran parte de la década del 90 la balanza comercial de la Argentina con los países del Mercosur ha sido superavitaria, mientras que con el resto del mundo se verificaban déficits. A partir de la crisis, dicho esquema, curiosamente, se revierte.
En los últimos doce meses, nuestro país acumula con Brasil un déficit de u$s 3.998 millones en tanto que el saldo comercial total asciende en ese lapso a u$s 12.523 millones, aunque sigue siendo nuestro principal socio comercial en cuanto a volumen de comercio con un 17% de participación en nuestras exportaciones totales y un 35% sobre las importaciones.
Es decir, a partir de la fuerte recuperación económica argentina se observa una correlación negativa entre la participación de las exportaciones a Brasil sobre el total versus su participación en las importaciones. La elasticidad ingreso de las importaciones desde Brasil es muy superior a la del resto, todo ello en un contexto de precios relativos deteriorado para la Argentina.
La pregunta que surge entonces es por qué se da esta situación paradójica con la primer economía sudamericana. Encontrar una respuesta a ese interrogante requiere analizar varias aristas. En primer lugar, en el comercio bilateral merece un párrafo aparte dada su relevancia y características peculiares, todo lo vinculado al sector automotriz.
Ambos países mantienen desde 1992 un régimen de comercio administrado, por el cual el intercambio de esos bienes se circunscribe a ciertas condiciones allí establecidas que hacen que el resto de las variables pierda relevancia. Por este régimen, las importaciones de autos quedan vinculadas a las exportaciones valuadas en dólares (FOB). En particular, con Brasil el saldo comercial de los sectores industriales ha sido negativo, en tanto se ha vuelto creciente frente a los grandes cambios estructurales.
Otros factores a tener en cuenta son los procesos de sustitución de importaciones llevados a cabo en ambos países, subrayándose aquellos que involucran sectores sensibles de las economías. Parece oportuno, en función de lo mencionado en párrafos anteriores, hacer hincapié en el fuerte estímulo estatal que han tenido diversos sectores de la economía brasileña, y en particular los industriales, en tanto que esto se trasmite indirectamente, en el fomento a la Inversión Extranjera Directa. Las políticas sectoriales que se han llevado a cabo han logrado reordenar la expansión de la oferta interna y configurar una estructura productiva basada en la industria. Así, en el plano productivo es clara su superioridad.
De esta manera, las asimetrías macroeconómicas entre los dos principales miembros del Mercosur persisten e incluso se profundizan. Las políticas llevadas a cabo por ambos gobiernos resultan ser descoordinados y no parece que esto se revierta en el corto plazo, aunque va en el camino correcto el inminente acuerdo entre ambos Bancos Centrales respecto del tipo de cambio nominal bilateral.
En definitiva, la fortaleza que tenemos en el frente externo parece ser más una casualidad que el producto de un plan integral y estratégico de política comercial, en el que se consideren, entre otras cosas, el contenido tecnológico de las exportaciones, el aprovechamiento de las ventajas comparativas existentes, el desarrollo de nuevas ventajas en torno a sectores más industrializados y el fomento de redes tecnológicas que estimulen la innovación y permitan un diseño sustentable de largo plazo.
PAOLA TASSONE (*)
SOLEDAD PEREZ DUHALDE (*)
(*) Consultora Exante