| Sin lugar a dudas, el 2006 es un año de cambios en materia de integración económica. El mundo concuerda en que la liberalización comercial y los procesos de integración regional o multilateral impulsan el desarrollo y ayudan a reducir la pobreza. Sin embargo, la realidad nos muestra que los meros intereses egoístas de “los más grandes” son los que finalmente priman. Los fracasos de la Ronda Doha y de la OMC dan cuenta de ello. Dada la imposibilidad de lograr un acuerdo comercial a nivel mundial, los Estados han replanteado sus posiciones. El Mercosur, por un lado, amplió su integración con la reciente incor- poración de Venezuela al bloque. Teniendo en cuenta que el ex país andino es el quinto mayor exportador mundial de petróleo, seguramente su incorporación como miembro pleno del Mercosur beneficiará económicamente al bloque regional, que se encontraba prácticamente en involución hasta el momento y en crisis por las asimetrías que hicieron aparecer los socios minoritarios. Uruguay está siendo fuertemente tentado de tomar cierta distancia con sus aliados de bloque y firmar un acuerdo bilateral con la potencia norteamericana. Para ese país, el comercio con el Mercosur es importante (27% de sus exportaciones), pero también lo es el comercio con los EE.UU. (20%) y con el resto de América Latina (9%). Paraguay parece querer seguir el mismo camino y escucha bien atento las negociaciones entre los funcionarios de Uruguay y EE.UU. en pos de concretar el acuerdo. ¿Qué sucedería en caso de que dichos acuerdos se concretasen? El Mercosur quedaría apenas con 3 miembros plenos en una ardua lucha por el liderazgo. Frente a esta ola de cambios, Brasil queda en una incómoda situación. Siempre gustó de jugar el rol de líder regional. El problema es que con Chávez al Mercosur, su posición pierde cada vez más hegemonía. El segundo gran problema es que con Hugo Chávez al liderazgo del bloque, cada vez son menores las posibilidades de lograr un acuerdo interbloque con la Unión Europea o los países asiáticos (ASEAN). Su política proteccionista “hacia adentro” no resulta atractiva a los partidarios del comercio libre de aranceles. Por otra parte, la Comunidad Andina de Naciones perdió a quien era su líder mayoritario, Venezuela. Pero no parece haber generado tantos problemas dicho retiro. La incorporación reciente de Chile como miembro asociado al bloque incentiva nuevas esperanzas en la región que, hasta el momento, se encontraba dividida. Estaban aquellos que propiciaban los acuerdos de libre comercio con la potencia nortea- mericana (Perú, Colombia, Ecuador y ahora, Chile que tienen TLC con EE.UU.) y los que se oponían a ello (Bolivia y Venezuela). Párrafo aparte merece el caso chileno, que en los últimos años viene aplicando una política fuerte de inserción internacional basada en la apertura comercial. Lo que comprendió tempranamente Chile y no el resto fue que acuerdos bilaterales de comercio suelen tener mejores resultados que la integración por bloques regionales o multilaterales. En este contexto, Chile reforzó su opción por la suscripción de Tratados bilaterales a fin de abrir mercados, asegurar las condiciones de acceso y la estabilidad de las exportaciones, eliminar barreras al comercio, proteger el acceso de las expor- taciones y promover los envíos de bienes manufacturados, entre otros. Sin embargo, Chile participa de los bloques regionales aunque en calidad de miembro “asociado”, lo cual implica sujetarse sólo a algunas condiciones de los pactos constitutivos. Chile tiene este régimen con el Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones, a la vez que tiene Acuerdos bilaterales de Complementación Económica con Perú, Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela. Por otro lado, cumple un Acuerdo de Asociación Política, Económica y de Cooperación con la Unión Europea, y ha ratificado una serie de Tratados de Libre Comercio con Estados Unidos, Corea, México, Canadá, Centroamérica que ya rigen para ambas partes. Por otra parte, esto es sólo un comienzo. Chile se encuentra negociando con muchos otros Estados, entre los que se destacan China y Japón. Estados Unidos también merece un comentario aparte en esta discusión. Tras liderar el acuerdo de libre comercio de América del Norte (NAFTA), lanzó la aceleración del ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas). La oposición al ALCA y la dificultad de verlo realizado provocó otra estrategia por parte de los Estados Unidos: la conformación de acuerdos comerciales por bloques subregionales. Nace entonces con el nuevo milenio la iniciativa del Plan Puebla-Panamá (PPP) y la Iniciativa de Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica (IIRSA). Inician las negociaciones del Tratado de Libre Comercio EE.UU. con Centroamérica (CAFTA), con el Mercosur y con la Comunidad Andina. Sin embargo, ante la dificultad y lentitud de la integración de las economías subregionales en el continente con los Estados Unidos, el gobierno de George Bush está impulsando otra estrategia de manera paralela: armar el rompecabezas parte por parte. Esto es, lograr los acuerdos comerciales de manera bilateral. Estados Unidos fortalece y profundiza el NAFTA con México por medio de la firma de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad Económica América del Norte (ASPAN). También fortalece los acuerdos comerciales con El Salvador, República Dominicana, Chile, entre otros. Estas idas y vueltas en materia de integración económica, las violaciones de pactos bilaterales o internacionales de comercio, los intereses políticos y económicos de algunos Estados, son factores que atentan contra la integración económica como proceso hacia el desarrollo de las regiones más pobres del planeta. La apertura comercial, medida y regulada, es indudablemente, un camino hacia el desarrollo. Basta sólo con mirar algunos ejemplos como el de Chile o Nueva Zelanda para darnos cuenta de esta tendencia indiscutible. Es por ello que el Mercosur tendrá que replantearse si persiste en negar esta realidad existente en el resto de América o se une a ella. |