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Domingo 24 de Septiembre de 2006
 
 
 
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  OPINION
  Energía e inconsistencia económica
A mayor producto, más se divorcia la oferta de bienes energéticos de la creciente demanda. Si la energía nueva es insuficiente, aprenderemos un nuevo capítulo sobre inconsistencias económicas.
 
 

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Durante la década del noventa, cuando desde la ortodoxia profesional de la economía nadie podía discutir la convertibilidad, el pensamiento único dominante había blindado la discusión del cerrojo cambiario con el hálito de la larga vida y de su consistencia económica.
En esta década de tipo de cambio alto y superávit fiscal y de cuenta corriente, también se hace hincapié en la consistencia inédita de las variables económicas para apagar las críticas y cerrar el debate. Impera un nuevo pensamiento único dominante.
En los noventa, la inconsistencia de la macroeconomía se racionalizaba con las expectativas que generaba la transformación microeconómica.
En esta década, al revés, la inconsistencia microeconómica se racionaliza con las expectativas generadas por el desempeño macroeconómico. Sólo un proyecto de desarrollo económico y social puede reconciliar las consistencias de la macro y la microeconomía en una estrategia de largo plazo.
Domingo Cavallo se quejaba de que muchos de sus colegas nunca entendieron el verdadero funcionamiento de la convertibilidad. Admitía que el uno a uno no iba a durar para siempre, y, cuando lo apuraban, afirmaba que se iba a salir del tipo de cambio fijo y convertible revaluando el peso.
Citaba en su apoyo la experiencia japonesa que en la reconstrucción de la posguerra mantuvo durante décadas un tipo de cambio atado al dólar para terminar desvinculándose del mismo por apreciación del yen (lo que hoy se les reclama a los chinos con el yuan, apenas revaluado respecto al dólar).
El razonamiento implícito era que una revolución de la productividad media en la Argentina iría descomprimiendo las presiones del corsé cambiario, de manera tal que en el largo plazo pudiera romperse la paridad por fortaleza del peso frente al dólar.
En esas condiciones, la salida no sería traumática. En el fondo, la apuesta era que la transformación microeconómica (desregulación, privatización y apertura mediante) remediara la inconsistencia del planteo macroeconómico sujeto a la regla fija del uno a uno. Pero como la revolución de la productividad había sido librada a las fuerzas espontáneas del mercado, nadie se ocupaba de medir su evolución. Luego de un fogonazo inicial de productividad generado por la desregulación y privatización de las empresas públicas, en el segundo lustro de la década del noventa, salvo en contados sectores, en todos los otros la productividad perdió impulso.
Durante todo el período de la convertibilidad las ganancias de productividad no fueron sistemáticas ni sistémicas. A principios de 1990 la productividad media argentina era el 29% comparada con la de Estados Unidos. Luego de todo el proceso de transformación, a fines del 2001, sólo alcanzaba el 32% de la americana.
Peor aún, con productividad casi estancada y un peso que se había vuelto ‘obeso’, la economía argentina pagaba los mejores salarios en los sectores de más baja productividad.
El salario medio del sector público era un 50% superior al salario medio del sector privado. Colofón: la micro no salvó a la macroeconomía, como se esperaba, y la inconsistencia terminó estallando.
Los robustos superávit que hoy exhiben las cuentas públicas y externas, llevan a minimizar las manifiestas inconsistencias microeconómicas actuales; entre ellas, la más seria, la energética. Más crece el producto, más se divorcia la producción y la oferta de bienes energéticos de la creciente demanda.
Con los precios de la energía como rehenes por su temible impacto en un índice de inflación que no puede superar los dos dígitos (para que nadie dude de la salud de la macro), el nuevo razonamiento implícito es que la consistencia macro se hará cargo de remediar la inconsistencia de la micro. ¿Cómo? Las tasas de crecimiento aseguran un superávit fiscal que permite subsidiar los precios de la energía y sustituir inversión privada por inversión pública. Con el auxilio de la energía de las nuevas obras, se argumenta, cederán las presiones y se reacomodarán las reglas y los precios de todo el sistema. En el camino se ignora el creciente impacto de los subsidios energéticos en las cuentas fiscales, y el deterioro paulatino de la balanza comercial energética donde se reducen los saldos exportables y crecen las importaciones (lo que también reduce el superávit fiscal vía menores retenciones).
Pero la inconsistencia energética no es sólo una luz amarilla para los mal llamados superávit gemelos; es también una alerta disuasiva de inversión reproductiva que es necesaria para sostener el proceso de expansión. Si la energía ‘nueva’ llega tarde y es insuficiente, aprenderemos un nuevo capítulo sobre las inconsistencias económicas. Ojalá, entonces, entendamos, de una vez por todas, que las consistencias económicas de largo plazo, macro y microeconómicas, sólo se logran cuando el país concilia intereses sectoriales en un proyecto de desarrollo económico y social.

 

   

DANIEL GUSTAVO MONTAMAT
Consultor en temas energéticos. Ex secretario de Energía de la Nación.

   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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