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Domingo 13 de Agosto de 2006
 
 
 
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  OTRA VEZ HABLAN DE UNA MONEDA COMUN DEL MERCOSUR
  Transacciones sin dólares entre la Argentina y Brasil
Su utilización supondría la libre circulación de capitales, una política común y una economía convergente. Parte de una estrategia que reduciría el endeudamiento bruto. Para los negocios, disminuiría los costos.
 
 

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BUENOS AIRES.- La intención de eliminar el dólar de las operaciones comerciales entre la Argentina y Brasil, comenzó a tratarse en encuentros bilaterales que mantuvieron Felisa Miceli y Guido Mantega, ministros de Economía y Producción y de Hacienda, respectivamente. Aprovecharon la oportunidad de la Cumbre del Mercosur, en Córdoba, el mes pasado, cuando casi simultáneamente los presidentes acordaron ampliarlo con la incorporación de Venezuela.
Esta última novedad impediría una eventual negociación del grupo con los Estados Unidos y dificultaría la encarada con la Unión Europea. Mientras tanto, Bolivia y Chile siguen asociados y aunque no integran los órganos del Mercosur participan como observadores en las reuniones del grupo.
Funcionarios argentinos y brasileños se dedicaron a analizar cómo dejar de utilizar la divisa norteamericana como moneda de cambio en aquellas transacciones –estimadas en 15.000 millones de dólares anuales– y reemplazarla sólo por el peso y el real.
Aunque la idea de una moneda “verde” se pensó para todo lo vinculado con producciones agrícolas, enseguida se comentó aplicarla para resucitar la tantas veces enunciada moneda única del Mercosur. “Es un paso previo, no sé de aquí a cuántos años”, pronosticó Mantega.
Antes, las bolsas de Comercio de Rosario y San Pablo avanzaron para concretar un mecanismo compartido a fin de resolver el problema de la liquidación de dólares en el comercio bilateral. En principio, intentan generar un clearing en el corto plazo porque muchas empresas de Brasil necesitan pesos para comprar en la Argentina y viceversa –explicó Luis Herrera, presidente de la primera de las entidades–. De esta manera, sin hablar aún de moneda común, lo que lograríamos es compensar créditos y deudas en ambos países”.
Nada de lo expuesto resultó novedoso. Cuando Carlos Saúl Menem presidía el país, en 1999, afirmó que en la región debía aceptarse que el dólar era la moneda “más fuerte” y, como tal, se debía imponer a las otras y convertirse en la común del Mercosur.
La “moneda verde” para las importaciones y las exportaciones entre ambas naciones significaba “desdolarizarlas” para la consultora Ecolatina –fundada por Roberto Lavagna–, en el 2003. Argumentó que, en la práctica, la Argentina recibiría pesos por sus ventas a Brasil y, a la inversa, Brasil obtendría reales por colocaciones en la Argentina.
Antes hubo propuestas diferentes, algunas de las cuales convendría citar. Aquí, en 1999, se sugirió la adopción del dólar como moneda de curso legal, o sea la eliminación del peso como un método alternativo para “importar” estabilidad y credibilidad. Lo resolvieron Ecuador y El Salvador durante la década del 90 del siglo pasado y Panamá prácticamente desde 1904, al año siguiente de su independencia. Otro tanto ocurrió con Liberia.
Como la dolarización es una decisión unilateral –a diferencia de la creación y adopción de una moneda común, que exige una integración–, no demanda un proceso prolongado de desarrollo institucional ni consensos en torno a las políticas económicas.
Steven Hanke, un docente en la Universidad “John Hopkins”, de los Estados Unidos, recomendó precisamente una “dolarización unilateral”, cuestionada por Brasil, donde interpretan que “dejar a un lado la moneda nacional es algo impensable y absolutamente inviable”. Pedro Malán, era entonces el titular de la cartera de Hacienda del vecino país y aseveró que sí tenía sentido la moneda única en el Mercosur. “En un futuro lejano, después de avanzar en la consolidación fiscal y la armonización de ciertas legislaciones, podríamos pensar en lo que hicieron los europeos”, afirmó Malán, en el 99. Imaginó algo semejante al euro en “algún momento del siglo veintiuno” y que fluctuara con el dólar, el euro y el yen.
Profundizar la convertibilidad como un camino hacia la Unión Monetaria Americana (UMA) constituyó un proyecto de Pedro Pou, presidente del Banco Central. Al presentarlo ante el gabinete nacional, el 21 de enero de 1999, sugirió negociarlo en tres etapas:
1.- Tratado de Asociación Monetaria (TAM) entre la Argentina y los Estados Unidos, mediante negociación bilateral o la misma tratativa incluyendo terceros países como observadores.
2.- Incorporación al TAM de otras naciones latinoamericanas.
3.- Concreción de la UMA.
Al mes siguiente, los presidentes Fernando Henrique Cardoso y Menem se comprometieron a una coordinación macroeconómica, teniendo en cuenta que el Tratado de Maastricht inició la integración monetaria europea, con metas precisas en tasas de interés, deuda fiscal y tipo de cambio.
“Dolarizar es la menos mala de las medidas”, declaró, en octubre de 2001, Chrystian Colombo, entonces jefe de Gabinete, cuando subsistía la convertibilidad.
“Se habló de dolarizar cuando la Argentina tenía 230 puntos en el índice de riesgo país e iba a pasar a 130 si lo hacíamos”, afirmó Roque Fernández, el último ministro de Economía menemista, más allá de sostener que “no sirve porque este gobierno (presidido por Fernando de la Rúa) no es creíble”.
Simultáneamente, determinados economistas pontificaron que la dolarización total era imposible. Y el justicialista Eduardo Curia fue más allá: precisó que “no dan los coeficientes técnicos, es decir no existen los dólares suficientes para recomprar los pesos”. Como salida ordenada de la convertibilidad, supuso una “flotación cambiaria pero en el seno de una propuesta integral de ‘desdolarización’ de la economía, como ser la desindexación de las tarifas, seguimiento de los formadores de precios y un dólar especial igual a un peso exclusivamente para los endeudados internos en dólares, más la declaración de la cesación de pagos para renegociar la deuda desde un sinceramiento del default”.
No dudó Héctor Rubini, docente de las universidades del Salvador y Palermo, acerca de la dolarización como condicionante para el diseño de una futura moneda común del Mercosur y de un régimen monetario-cambiario también común.
Llegó a la conclusión de que exige un banco central común con un fuerte compromiso con la estabilidad de precios y el tipo de cambio y que las alternativas viables son la dolarización total o un banco central que acepte convivir con la dolarización de las carteras del público.
Para llegar a una unidad monetaria con Brasil, Eduardo Levy Yevati y Federico Sturzenegger, docentes de la Universidad “Torcuato Di Tella”, declararon en el 2003 que sería bueno tener como espejo la experiencia de la Unión Europea, pero que debería recorrerse un largo camino hasta la convergencia de las políticas macroeconómicas.
Como muestras de lo complicado de la integración monetaria, mencionaron los diferentes shocks que podían recibir las dos economías y que contar con tipos de cambios flotantes serviría para absorber las modificaciones en las condiciones externas. Por ejemplo, entonces dijeron que la Argentina se beneficiaría si subía el precio del petróleo y, al mismo tiempo, Brasil se perjudicaría.

Lo necesario para implementar el euro

BUENOS AIRES.- La utilización de una moneda común supone la libre circulación de capitales, una política común y una economía convergente. Por eso la creación del euro demoró años.
Todo se remonta a 1951, cuando la entonces República Federal de Alemania, Italia, Bélgica, los Países Bajos, Luxemburgo y Francia suscribieron el Tratado de París, por el que se creó al año siguiente la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Sobrevendrían otros, como el de Roma, en 1958, que impulsó la constitución de la Comunidad Económica Europea para establecer una unión aduanera que garantizara la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales (además, se promovió la Comunidad Europea de la Energía Atómica).
La iniciativa más concreta de unión monetaria data de 1969, cuando se resolvió formar una comisión especial a tal fin. Una década después, se creó el ecu, una moneda virtual que promediaba a las europeas en relación al marco alemán.
El siguiente paso fue dado en 1992, al adoptarse el Tratado de Maastricht que definió cómo proseguir con la integración y definió los aspectos monetarios y financieros en que se basó la Unión Económica y Monetaria (UEM), es decir la zona con una moneda única dentro del mercado único de la Unión Europea, donde las personas, las mercancías, los servicios y los capitales circularan sin restricciones. Para alcanzar el UEM se planteó la necesidad de crear un banco central independiente de los Estados miembros y coordinar las políticas económicas.
El Instituto Monetario Europeo (IME) se encargó de los arreglos para gestionar la moneda desde 1994. Del mismo surgió el Banco Central Europeo (BCE), que junto a los de cada nación dio lugar al Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC).
Los estatutos del BCE establecieron que su principal objetivo era mantener la estabilidad de precios. Cada país tiene un voto en la entidad, cuyas funciones básicas son:
* Definir y ejecutar la política monetaria en la zona del euro.
* Negociar divisas.
* Poseer y gestionar las reservas de divisas de los Estados miembros.
Otra cuestión relevante fue la firma del “Pacto de estabilidad y crecimiento”.
Sucesivos coincidencias contribuyeron a que se empezara a encarar una política monetaria común el 1º de enero de 1999, crucial para la libre circulación de personas, servicios, capitales y mercancías en el viejo continente.
Desde el 1º de enero de 2002, 12 países europeos renunciaron a sus monedas y adoptaron el euro. Pasó a ser la unidad del BCE, del SEBC y también de la cuenta europea.
Durante un tiempo, que varió ligeramente de un país a otro, los nuevos billetes y monedas circularon junto a las divisas nacionales respectivas. El 1º de marzo de aquel año, el euro se convirtió en la única divisa de curso legal en la región, aunque durante unos días más de 14.000 millones de billetes y 50.000 millones de monedas reemplazaron a casi tantos de los diferentes países y más de 300 millones de personas vivieron esa experiencia.
En principio, el euro no cumplió todas las expectativas ya que perdió terreno frente al dólar. En principio.

Un objetivo interesante

BUENOS AIRES.- El proyecto de una moneda común en el Mercosur tenía sentido para el economista brasileño Fabio Giambiagi, del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), de Brasil, cuando el redactor de este informe especial lo escuchó un par de años atrás. De concretarse la propuesta, consideró que reduciría costos ya que permitiría ganar economías de escala. La volatilidad y la variabilidad de la cotización relativa del real respecto del peso y viceversa -explicó-, hicieron que, en la práctica, la Argentina y Brasil produjeran, a veces, de manera ineficaz.
Y si bien no sugirió una división que asignara a la Argentina los productos primarios y a Brasil los industriales, recordó que Roberto Lavagna, en su época de consultor, sugirió “especializaciones intraindustriales”. O sea definir qué le correspondía a cada país, a fin de minimizar superposiciones y que cada uno se dedicara a determinados segmentos para así ampliar las economías de escala y reducir costos.
La “suma” de países atraería más inversiones extranjeras de grandes “players”, supuso Giambiagi, para quien desde el punto de vista de los intereses de los componentes del Mercosur, era preferible mantener un pasivo externo por stock de capitales extranjeros invertidos, que por deuda externa. En definitiva, vislumbró a la moneda común como parte de una estrategia que reduciría, progresivamente, el endeudamiento bruto. Al mismo tiempo, para el comercio y los negocios bilaterales, facilitaría una disminución no despreciable de lo que los economistas llaman “costos de transacción”.
De acuerdo con la experiencia de la Unión Europea –y el posible ingreso de otras naciones–, Giambiagi interpretó que quienes observen a América latina y su diversidad de monedas no dudarán de su anacronismo. Aunque no están dadas las condiciones para una unificación, no descartó que sea “un objetivo de largo plazo interesante” para los respectivos proyectos de la Argentina y Brasil.
La perspectiva de lograr pronto condiciones para una coordinación “blanda”, aún sin el tipo de compromisos sólidos y firmes asociados a una unificación monetaria, podría concretarse para el experto brasileño buscando “políticas macroeconómicas muy parecidas entre sí, pero independientes”. Y cuando ambas naciones las tuvieran, junto con un marco decisorio común que definiera metas inflacionarias, exclusivamente por el impulso de un foro compuesto por los directorios de ambos bancos centrales, “la unificación no debería demorar tanto como en Europa”.
Previamente, deberían darse pasos fundamentales en materia de circulación de bienes, conciliación de legislaciones, libre circulación de bienes y reconocimientos y certificaciones mutuos, que obviamente tomarán su tiempo. Entre la Argentina y Brasil, tal vez se concretaría entre el 2010 y el 2015.

   
MIGUEL ANGEL FUKS
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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