| Mientras la inflación mundial sigue a todo vapor, la mayoría de los economistas nacionales no saca su mirada del ombligo del ritmo de los precios locales, pese a que los más avanzados entre ellos se ufanan de la mirada global que presuntamente tienen sobre la economía. Por eso fue interesante la contribución que hizo Juan Llach en “El Cronista” del 13/6 para precisar que de las amenazas que soporta hoy la economía mundial las dos más importantes son el insostenible proceso de endeudamiento externo de Estados Unidos y la estanflación, que, como se recordará desde la época de los setenta y los ochenta, es la combinación de inflación con estancamiento, dos conceptos que siempre aparecieron divorciados en el examen tradicional. La gran pregunta es hasta cuándo el mundo estará decidido a arriesgarse a prestarle a Estados Unidos, teniendo en cuenta que su moneda parece condenarse a achicar cada vez más su valor si el déficit y los préstamos aumentan y la capacidad de pago también. Ante esta situación, Llach prefiere que los capitales externos dejen paulatinamente de financiar el déficit estadounidense, con lo que habría una corrección lenta pero forzada del valor del dólar hacia la baja, y dice que la depreciación puede terminar siendo el camino elegido porque ni los asiáticos ni los europeos se muestran muy entusiasmados en revaluar sus monedas, para no perder puntos en el comercio exterior. Si eso sucediera el comercio se reduciría más, porque sólo en el momento en que el dólar se refuerce bastante recuperará el mercado que perdió. Por ese motivo arriesgamos en esta columna que la mejor salida es que no haya revaluación en las monedas asiáticas y menos en las locales. De esa manera, China y los países del Asia seguirían estructurando nuevos mercados en el resto del mundo de una manera fácil, lo que pondría en marcha otras economías regionales, como las de América del Sur –Chile, Brasil, Argentina, Bolivia y Venezuela– entre ellas, y estos países junto con otros de Asia, Africa del Norte y el este europeo terminarían acentuando sus compras de equipos estadounidenses, reforzando la parte más productiva de su economía y reordenando el ciclo mundial. El escollo para hacerlo es que en el gobierno de Estados Unidos prevalece una oligarquía financiera que si bien va perdiendo fuerza ante el conjunto de la sociedad, no sólo arma y rearma burbujas pasándose de un activo financiero a otro sino que no acepta una devaluación de su moneda, para que el resto del mundo haga los ajustes y revalúe las suyas, reduciendo su capacidad de ingreso y de demanda, lo que debilitaría el ciclo mundial en su conjunto. Como en estos pronósticos pocos se animan a dar fechas (muchos hasta hace un mes negaban que existiera una crisis mundial), Llach se atreve a afirmar que en no más de un año y medio se desdolarizarán parcialmente los portafolios y el dólar va a estar en posiciones más débiles. Este cálculo coincide con el efectuado en esta columna, en la que se advirtió desde hace tiempo que la parte más difícil de la crisis internacional podría situarse al final de 2006 y en buena parte de 2007. Después, en 2008 empezará lentamente un cambio de ciclo que podría tener un ritmo acelerado en la Argentina si el gobierno prosigue con su política productivista. Los datos claves que se conocerán en estos días sobre la inflación norteamericana darán pistas más seguras sobre la profundidad y la velocidad con que avanzarán los acontecimientos, pero nos atrevemos a anticipar que la inflación será más alta que las estimaciones realizadas. Y hay una manera de saberlo. Cuando los agregados financieros se aceleran, es decir aparecen grandes apreciaciones de valores patrimoniales que constituyen burbujas y aumentan paralelamente los créditos con que se las sostiene, el endeudamiento se hace más difícil de sostener, las empresas se vuelven más temerosas de invertir y los consumidores también empiezan a recortar los gastos, con lo que no tarda en aparecer una declinación del ritmo de la actividad productiva. El alza del valor de los activos financieros termina coincidiendo con una reducción de la curva de crecimiento, lo que de por sí indica que no se va a seguir reponiendo stock en el nivel en que se lo venía haciendo. Pero es aún mucho más peligroso cuando los agregados monetarios mundiales, que han venido acompañando a la mayor inflación mundial, se empinan bruscamente para solventar las deudas impagables y sostener los pasivos de los bancos. En una edición pasada dijimos que la creación mundial de reservas en monedas duras había aumentado tanto en un año y medio como en el período de los diez años anteriores. Hay, así, una rápida emisión para frenar la imposibilidad de pago de las deudas y este proceso está señalado en la segunda quincena de abril y la primera de mayo del semanario “EIR”, que edita Lyndon LaRouche en Washington, que si bien tiene mala prensa en los diarios convencionales, suele tener datos muy confiables en materia de emisiones financieras y de moneda, las que por otra parte se pueden consultar en las estadísticas del Fondo Monetario Internacional. El “EIR” titula su último artículo sobre el tema “El sistema mundial sigue una curva de colapso a la Weimar” (p. 12) En la tapa hay otro gráfico que iguala la hiperinflación alemana de Weimar en 1923 a la del mundo actual. Es imposible desconectarse del mercado mundial globalizado del presente, pero cuando aquel enloquece no hay más remedio que practicar una cierta desconexión, que puede pasar por seguir las recetas inversas a las que pregona el FMI –siempre atado a la suerte de los bancos–, apurar el esfuerzo productivo, mejorar las condiciones de desenvolvimiento de la industria, pelear las subas de precios que debilitan el mercado interno y favorecen acumulaciones de capital que se destinan a la fuga financiera, controlar la entrada de fondos, acelerar el comercio con los mercados más dinámicos –que hoy son los de China y Asia– y dar una respuesta de conjunto a esa posibilidad apurando la integración sudamericana y restándole importancia a las divergencias pasajeras con Brasil y Uruguay. Si el Mercosur refuerza su mercado interno común y enfila como gran proveedor asiático sin seguir los consejos revaluatorios o de excesiva restricción monetaria ortodoxos, además de aprovechar y acelerar las oportunidades productivas reducirá el impacto de la crisis mundial, servirá de ejemplo como sucedió con el canje y el rechazo de los dictados del Fondo y, lo que es más importante, en poco más de un año y medio contribuirá a que lo peor de la baja mundial haya pasado. Lo que se trata es de poner en marcha una política mundial contra la repetición de 1930 y esta idea puede ir creciendo tanto como el rechazo a la invasión de Irak, que parecía una utopía hace no más de dos años. Las opiniones de Lavagna sobre el supuesto peligro de Venezuela en el Mercosur y el presunto giro a la izquierda de Kirchner –que son una respuesta a estas nuevas condiciones de la economía mundial y de la manera en que se cuela la inflación a través de los precios de los bienes salarios– son un buen ejemplo de que, a veces, ni un hombre razonable tiene mucha idea del ciclo de depresión y desgajamiento que se cierne sobre la economía mundial, y que para salvarse de ese destino no hay más remedio que innovar. |