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  Viernes 19 de Marzo de 2010  
 
 
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  El hombre que mejor conoce el canal
Jorge Jorquera controla el curso de agua que riega el Alto Valle. .Desde el origen hasta Regina, entrega la provisión a los tomeros. .Y recorre cada día esos vitales .kilómetros de saltos y compuertas.
 
 
 
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El celular sonó tres veces a las 5:30. Del otro lado de la línea, desde Regina, el tomero Omar Villarruel parecía nervioso.

-¡Se bajó el canal! -exclamó sobresaltado.

Nada peor que despertarse con la frase más temida. Jorquera saltó de la cama, se vistió rápido y subió a la camioneta blanca estacionada frente a su casa, en el centro de Roca. Quince minutos después estaba parado frente al km 58, el punto de referencia que siempre chequea primero. Sabía que si allí el agua no alcanzaba entre 2,69 y 2,70 metros, estaba en problemas. Esa madrugada, recuerda, marcaba varios centímetros menos. Y cuando eso ocurre, hay que detectar rápido el punto de fuga.

Aceleró hacia el oeste por ese camino de tierra y ripio que serpentea entre el canal y los álamos. Notó que había nuevos pozos en ese trayecto que transitó cada día de los últimos 12 años y los atribuyó a los tractores utilizados para sacar la lama. Pronto comprobó que otras dos referencias confirmaban la bajante: la del km 35 no llegaba a los 2,46 metros habituales y la del km 8 tampoco daba la talla necesaria: 85 cm.

Detuvo la marcha en el Regulador ubicado a cuatro kilómetros del Ballester, donde nace el canal derivador que desemboca en el Lago Pellegrini. Conversó con los guardadiques y supo entonces que en el origen del sistema el nivel se había recuperado apenas minutos antes, aunque aún se desconocía el motivo del menor ingreso de líquido. Hizo cálculos: cualquier cambio que se detecta en el origen del sistema tarda cuatro horas en repercutir en Cipolletti, ocho en Roca y 22 en Regina, la cola del canal. Luego se comunicó con los tomeros de cada localidad, les advirtió de la situación y les aconsejó sobre cómo organizar los turnos de riego para atenuar el impacto.

Por último, llamó a Villarruel y le dijo a qué hora volvería todo a la normalidad. Después volvió por la margen norte. Volvió como le gusta manejar junto al agua: a 40 km/h, con tiempo para observar cada salto, cada compuerta y parar cada vez que detecta una oscilación. Ya eran las 8:30 y no tenía sentido acostarse: siguió viaje hasta Regina.

De lejos da la impresión de que esa inmensa masa que transporta 72 metros cúbicos por segundo es verde. Pero de cerca es cristalina. Son los yuyos acuáticos los que le dan esa tonalidad. Parece que siempre hubiera estado allí, que es parte de la geografía, que nada afecta al canal que durante 130 kilómetros recorre curvas, contracurvas, aliviadores y rectas sin despegarse de las bardas, con una profundidad de entre 2 y 3 metros y un ancho de entre 20 y 50. Pero la naturaleza y la acción humana se encargan de que el caudal se mueva, sube o baje. Y garantizar agua para cada una de las 56.103 hectáreas productivas que lo rodean no es un asunto menor: el riego es la clave de un negocio de 550 millones de dólares cada año y 80.000 empleos directos e indirectos. Ése es el trabajo de Jorge Jorquera.

-Tengo que hacer que el agua llegue a todos lados -dice mientras enciende un cigarrillo rubio y convida un amargo que apoya sobre la mesa de madera. Cae la tarde y la luz que se filtra por el ventanal ilumina las fotos de sus tres hijos y sus tres nietos, apoyadas en el modular. A la derecha, arriba, sobresale una foto blanco y negro del dique en plena construcción. Se ve la enorme estructura de hormigón, las máquinas y a un obrero parado sobre uno de los arcos que intenta atrapar un caño que pende de una grúa. La tiene enmarcada.

El dueño de casa nació hace 61 años a tres km del dique, en una pequeña chacra de una hectárea en Barda del Medio. Es de estatura mediana, fornido, la piel curtida, el pelo oscuro. Le dicen Cabezón. Y es el hombre que mejor conoce el Canal Principal.

Su abuelo y su padre trabajaron en distintas etapas de la construcción del Ballester, su mundo desde que tiene memoria. Conoce bien el terreno: creció junto a sus cinco hermanos en las afueras del pueblo.

-Papá era del 20 y siempre contaba que alcanzó a cargar las últimas carretillas cuando todavía era un chico. Después entró al dique. Se sentía orgulloso de eso -recuerda. Allí aprendió a amar esa gigantesca obra, allí supo tomar las primeras mediciones del nivel cuando su padre se lo pedía después de que le llevara el almuerzo. Como la mayoría, jugó al fútbol en la legendaria cancha de Obrero Dique en la que era imposible que los visitantes ganaran, como retrató Osvaldo Soriano en un cuento inolvidable.

-Es cierto lo que Soriano narra. De local había que ganar o ganar -se ríe Jorquera-. A nosotros nos gusta leerlo. Buscamos a los personajes que aparecen, les preguntamos. Fue así.

Después de ser embalador en un galpón, en 1975 entró a Agua y Energía y dos años después lo designaron tomero de Barda del Medio. Tenía a cargo unas 1.200

(Continúa en la página 10)

hectáreas y debía entregar a cada chacra el agua que le correspondía a través de las compuertas y los canales secundarios y terciarios. Hoy se calcula entre 1,12 y 1,10 litros por segundo por cada hectárea, pero cuando Jorquera empezó se asignaba una cifra un 30% menor, porque la arcilla impermeabilizaba y el agua se filtraba mucho menos. Con el desarrollo de los complejos hidroeléctricos, que retienen los sedimentos, el agua se volvió más clara y encontró muchos más puntos de fuga. Y aunque el Valle no creció, hay que darle más. Por eso, aunque el canal fue preparado para que circulen 58 metros cúbicos por segundo, traslada 72 metros cúbicos durante el pico de consumo, en la temporada.

-Es como si a un tipo que usa pantalones talle 52 le dicen que se ponga uno talle 48. Se le desborda... Por eso tenemos que estar muy atentos con el sistema de compuertas, aquietadores y aliviadores para que no se nos vaya de cauce -dice y convida otro mate.

OFICIOS

-En este trabajo uno se hace medio psicólogo. Aprende a ver a las personas detrás de lo que dicen. Porque cuando arranqué me llevé algunas sorpresas. Por ejemplo venía uno y me decía "Pibe, a mí el tomero anterior me daba tantos litros". Y entonces yo le daba y después me daba cuenta de que no era así. Por eso, para evitar problemas, después se organizaron los turnos de riego -explica. Con el tiempo supo que había un rival más complicado que los pícaros y los embusteros.

-Las subdivisiones. El enemigo del tomero son las subdivisiones. Para nosotros es mucho más sencillo entregar agua a una chacra de 50 hectáreas que a diez de cinco. Cuando un grupo de hermanos se reparten la tierra que heredan tienen que hacer sus propios canales. No siempre quedan bien nivelados. ¿Y a quién le echan la culpa sino pueden regar? Al tomero. Porque acá es así: el vecino siempre recibe más... Por eso yo digo que es un oficio lindo, pero ingrato.

Ahora, como encargado del canal, se enfrenta al mismo problema en otra escala. Y ya no son chacareros los que se quejan, sino localidades con miles de habitantes. En el país del que no llora no mama, la otra ciudad siempre recibe más.

-Me llaman y me dicen: "Che, Cabezón, nos estás mandando al muere". No hay manera de que lo entiendan: todos reciben lo justo -dice y muestra la carpeta con los cálculos para las 7.326 hectáreas productivas de Cipolletti, las 9.803 de Allen y Fernández Oro, las 12.988 de Roca, las 4.746 de Cervantes, las 6.921 de Huergo y las 13.489 de Regina, las más afectadas por las bajantes: están al final del recorrido.

En 1992, cuando se liquidó Agua y Energía Eléctrica, el DPA se hizo cargo del canal. Cinco años después, la empresa rionegrina firmó un comodato por cien años para otorgar el control a los propios productores a través de los siete consorcios de riego. Luego se creó un consorcio de segundo grado para manejarlo, con presidencias anuales que rotan entre las siete entidades. Ése es el organismo que contrató a Jorquera como encargado del Canal Principal. Anda con un cuadernito cuadriculado donde hace las cuentas: la raíz cuadrada de la carga (los centímetros de diferencia de nivel entre el principal y un secundario) por el ancho de las compuertas, por la abertura, por 0,029. El resultado es la cantidad de litros por segundo.

KILÓMETROS

Ahora maneja por el camino a la vera del canal con la radio sintonizada en una FM de folklore. El volumen es alto.

-En la radio de Gómez pasan lindos chamamés al mediodía. A mi me gusta escuchar música fuerte -cuenta. El sol pega duro en los primeros días de marzo, hace calor. Los pibes se tiran. Pasan los kilómetros y más pibes se tiran. Con sus bermudas y sus gorritas caminan al costado del canal, charlan a gritos, se ríen. Se acercan nubes amenazantes desde el sur.

-No se pueden meter, pero igual se meten. Hay carteles que lo prohiben, pero no les dan pelota. Los entiendo: yo mismo me tiraba con mi hermano Rubén Ángel en el dique cuando éramos chicos. Tomábamos carrera y nos tirábamos desde las piedras. Pero es peligroso: el canal se lleva entre seis y siete vidas cada año. Gente que se ahoga. O gente que tiran ahí. Vaya uno a saber... Hace poco encontramos un auto cuando sacábamos la lama con un tractor en cada margen que arrastran una especie de red de hierros. Como el agua es clara porque las represas retienen los sedimentos, los rayos del sol llegan al fondo y hacen crecer los yuyos acuáticos que inflan el canal y hacen que se desborde. Esta temporada ya hicimos seis pasadas. En cada una trabajan entre 22 y 25 hombres y cuestan 70.000 pesos. Te decía del auto, creo que era un Renault. Después se supo que era robado...

En la margen sur, detrás de los álamos, cada vez que el curso se acerca a una ciudad en el trayecto Roca-Barda del Medio, aparecen las casillas de madera o chapa. También se ven casitas de material o las blancas con tanques de agua negros de un plan de viviendas, pero en las afueras tarde o temprano el panorama vuelve ser el de las precarias viviendas de quienes llegaron hasta ahí empujados por la necesidad o el olvido. La mayoría no tiene servicios y vive rodeada de basurales a cielo abierto. Ocupan tierras que no sirven para la fruticultura: hay demasiadas filtraciones y la napa freática está muy alta.

Mientras la camioneta avanza en los suburbios de Allen, un hombre joven de pantalón, remera y gorrita blanca tira una bolsa al agua, unos 50 metros adelante. Jorquera detiene la marcha y baja la ventanilla.

-Eh, gaucho, eso no se hace: así se nos tapa el canal -le dice.

-Sí, disculpe, don -contesta el vecino mientras observa el cartelito de Consorcio de Segundo Grado del Sistema de Riego Alto Valle en la puerta del conductor. Camina un par de metros hacia el terreno que limpia. Se detiene. Gira.

-Pero mire que no era basura, eran yuyos -aclara.

-Ya sé, gaucho, ya sé. Pero igual complica-. El hombre asiente, pide perdón y se va.

Jorquera pone primera. Quiere decir algo y se da cuenta de que la zamba no lo deja. Baja el volumen.

-Es increíble la falta de conciencia. Todos los días veo cómo tiran bolsas y bolsas. La gente no sabe lo importante que es el Canal. Yo creo que tendrían que poner una materia en los colegios para que los chicos sepan la importancia de la fruticultura, que todos vivimos de ese negocio. Se podría llamar Economía del Valle. Y entonces sabrían por qué hay que cuidar el Principal.

PUENTES

Kilómetros después, donde nace el secundario que riega Allen y Fernández Oro, Jorquera baja para mostrar los detalles. Antes también abastecía a las chacras de Roca, pero cuatro años atrás se construyeron dos nuevos aductores y la ciudad gobernada por Soria desde entonces se provee con ellos. El encargado lo explica parado en un puente roto que igual se usa, aunque el sector izquierdo parezca a punto de desplomarse. De pronto se escucha

(Continúa en la página 12)

un bocinazo. Del otro lado, el conductor de una vieja rural cargada de cajones hace gestos.

-Dele, maestro, que estoy apurado -dice mientras sube y baja la mano derecha a gran velocidad. Jorquera le hace una seña de que espere y después camina despacio hacia la camioneta, la corre y despeja el paso. Baja la ventanilla.

-Eh, gaucho, no se puede andar por acá -suelta justo cuando pasa el que no puede perder un segundo.

-¿Cómo no se va a poder si ando todos los días?

-Sí, pero esto es un área de servicios del Canal...

El otro conductor murmura algo, acelera y se va.

-Se tiran y manejan aunque no está permitido. ¿No se puede hacer nada para evitarlo?

-¿Y cómo controlo 130 kilómetros? -repregunta Jorquera, que encabeza una fuerza que sólo integra él: no tiene ayudante, ni reemplazante y acumula 80 días de vacaciones-. Además, si me pongo pesado me mueven las compuertas. Me arman cada despelote... acá pasa de todo. A veces paro para decirles algo. A veces no. Depende de cada situación-. Es que hay momentos riesgosos, por ejemplo el de la madrugada en que una banda de amigos demasiado eufóricos se subió a las barandas en el puente de Allen. Entre pirueta y pirueta uno se cayó y antes de caer al agua se partió la cabeza con el cemento. Los otros buscaban el cuerpo desesperados justo cuando Jorquera pasaba por ahí.

-Tiene que aparecer, tiene que aparecer. ¡Sino aparece rompemos las compuertas! -gritaba uno de los más exaltados.

-Muchachos, miren que si las rompen se inunda la ciudad -dijo bajito el encargado. No le pareció la mejor idea identificarse.

-¡Si no aparece rompemos todo! -fue la respuesta. Cayó la policía y durante un instante Jorquera hasta temió que lo metieran preso con los otros. Después de unos minutos de tensión, una señora que paseaba un perro en la margen norte gritó que lo había encontrado a unos 80 metros, cerca de la orilla. El relato de otras situaciones se lleva unos cuantos kilómetros, entre ellas las de rescates de cadáveres. Con el tiempo se convirtió en un especialista en calcular dónde pueden quedar, por eso siempre lo consultan los policías y los bomberos. No es que esté orgulloso de eso, es lo que le tocó en suerte, es lo que pasa.

-Igual, lo que más miedo me da son los chiquitos -dice de pronto.

-¿Qué chiquitos?

-Los que andan solos a la orilla del canal. Algunos hasta usan pañales. Un peligro...

curvas

La recorrida continúa. Hay caballos y chivos que pastan cerca de la orilla y un par de puestos solitarios. En uno flamea una gastada bandera argentina con la que deben haber festejado el Mundial del 86. Sus ocupantes, sentados en bancos alrededor de la mesita del mate y el truco, saludan con la mano levantada y un breve movimiento de cabeza de arriba hacia abajo cuando pasa el vehículo del consorcio.

La lluvia se desata justo cuando detiene la camioneta en el mirador del km 8, donde está la estatua de la protectora del agro argentino, la virgen María Auxiliadora. Desde el punto panorámico, todo cobra sentido: hay un valle detrás del canal, como lo imaginaron los visionarios que empezaron a cambiar el destino de la región hace 100 años. En cambio, la margen norte es árida y las bardas, a veces blancas, a veces amarillas, se acercan al agua. Mejor dicho, el canal se acerca a los bordes de roca sedimentaria.

-Fijate si fueron inteligentes los viejos que nunca se separaron de las bardas. Así se aseguraron un menor movimiento de suelo. Por eso hay tantas curvas. La contra es que por tramos el suelo tiene más grava y arena. Y por ahí se filtra agua. Ahora, yo pienso que también se podría invertir más en mejorar un canal tan importante. Por la plata que genera, ¿no? -afirma el encargado y recuerda que Roca es la única ciudad que ha cementado un largo tramo: 10 kilómetros.

A medida que la camioneta se acerca al dique, varios galgos se mezclan entre los perros atorrantes que dan vueltas por la inmediaciones del canal. La aparición de los canes vip tiene una razón: hay un galgódromo. Ahora Jorquera sintoniza el partido de Boca. Minutos después Palermo clava uno.

-¡Vamos Boquita todavía! -grita y levanta el puño apretado. La lluvia obliga a dejar el camino de tierra: hay riesgo de patinar. Agarra un camino interno que desemboca en la ruta que lleva a Barda del Medio. Muestra la chacra donde nació y la cancha de Obrero Dique, que tiene pintada la leyenda Campeones 2008.

-¿Siguen pegando?

-No, ya no. Son otros tiempos -responde y suelta la carcajada. Señala un terreno lindero al de su hermano Rubén Ángel, frente al canal, detrás de los álamos y a unos 500 metros del dique. Rebosa de verde.

-Mirá qué belleza... Acá me voy a venir a vivir cuando me jubile. Soy tonto para elegir, ¿eh? -comenta. Conduce despacito y estaciona bajo la mole de hierro y hormigón. Camina unos pasos hasta la orilla.

-Bienvenidos al comienzo del sistema de riego del Alto Valle -dice y se le ilumina la mirada como cuando gritó el gol mientras mira las 17 compuertas y 16 pilares que atraviesan el río Neuquén de margen a margen. A su derecha están las viejas máquinas utilizadas por los obreros que levantaron el Ballester, entre ellos su abuelo y su padre.

"Ésas son las carretillas que llevaba mi viejo", recuerda Jorquera parado en el jardín que niveló y plantó con sus propias manos junto a Rubén Ángel cuando todavía no sabía que iba a dedicar su vida al Canal Principal.

   
   
 
 
 
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