Casi todos los economistas concuerdan en que el país se encuentra al borde de un período difícil, cuando no de una recesión, y según las encuestas muchos empresarios comparten su pesimismo, razón por la que la mayoría está esforzándose por reducir sus gastos, pero parecería que abundan los consumidores que se resisten a tomar demasiado en serio las previsiones lúgubres. Aunque algunos negocios están en dificultades, se informa que en muchos centros comerciales el consumo aún no ha mostrado señales de caer en picada como ha sucedido en distintas partes del Primer Mundo. Asimismo, para sorpresa de muchos operadores, el fin de semana largo más reciente resultó ser bastante exitoso en términos turísticos. En Mar del Plata hubo 150.000 visitantes, un aumento de más del 10% sobre la cantidad registrada a mediados de octubre, y en otras partes del país los empresarios tuvieron motivos para sentir alivio. Puede que la temporada estival resulte ser tan mala como algunos están pronosticando, pero hasta ahora el impacto en las expectativas de la gente de la crisis internacional que ha motivado tanta alarma en otras latitudes ha sido relativamente leve en comparación con lo que sucedió cuando el conflicto entre el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el campo provocó un abrupto cambio de clima, sobre todo en las zonas rurales del país. Parecería que, con razón o sin ella, la mayoría prevé que si bien la Argentina se verá perjudicada por lo que está sucediendo en el resto del mundo, no experimentará nada equiparable con la implosión brutal del 2001 y 2002 cuando se difundió la sensación de que todo se venía abajo.
En opinión de algunos, la reacción al parecer despreocupada de los consumidores nacionales ante una crisis que amenaza con universalizarse, transformándose en una depresión mundial, refleja cierto grado de irresponsabilidad, puesto que por causas bien concretas es más que probable que nuestra economía se frene abruptamente en los meses próximos debido al desplome de los precios de los commodities que exportamos, pero así y todo puede entenderse. A pesar del crecimiento de los años últimos, la mayoría conoce muy bien lo que es una crisis económica, pero también sabe por experiencia que resulta casi inútil intentar prepararse para enfrentar la próxima ahorrando más y gastando menos. Huelga decir que la miopía así supuesta no se limita a los integrantes de lo que queda de la clase media que están en condiciones de consumir, ya que desde hace años la política económica oficial se caracteriza por la negativa de los encargados de instrumentarla a pensar en el mediano plazo, y ni hablar del largo. El cortoplacismo oficial ha contado con la aprobación tácita de todos, con la excepción de una minoría conformada por economistas profesionales y políticos opositores, acaso porque como consecuencia del caos que siguió al colapso de la convertibilidad la mayoría ha optado por concentrarse en el presente.
En circunstancias como las actuales en las que virtualmente todos los gobiernos del mundo insisten en que hay que estimular el consumo, cueste lo que costare, el cortoplacismo supuesto por la negativa a dejarse impresionar por las advertencias de "los agoreros" podría considerarse una ventaja, pero por desgracia no hay ninguna garantía de que en esta ocasión el consenso internacional sea más correcto de lo que resultó el de un año antes. Por lo demás, no cabe duda de que convendría que una proporción mayor de la ciudadanía, además del gobierno, pensara un poco más en prepararse no sólo para enfrentar lo que podría depararle el mes que viene sino también los años futuros. Claro, es posible argüir que los problemas financieros que están agitando a los habitantes de los países ricos se deben en buena medida a la disponibilidad de créditos a largo plazo como los supuestos por las hipotecas, de suerte que es positivo que hayamos aprendido a manejarnos sin ellos, pero el cortoplacismo también se ha visto reflejado en la falta de inversión en energía o en infraestructura, en lo escasos que han sido los esfuerzos por mejorar la productividad de un sinfín de empresas y en las deficiencias notorias del sistema educativo y, es innecesario decirlo, del maltrecho sistema previsional.