Lunes 27 de Octubre de 2008 12 > Carta de Lectores
Luchar contra la equidad

El país está tan acostumbrado a los paros docentes, que pocos parecen preocuparse por los estragos que siguen produciendo en la mayoría de las provincias. A raíz de lo que se ha perdido en el transcurso de este año, menos de la mitad de los alumnos cumplirán los ya escasos 180 días de clase que están previstos por la legislación vigente. La consecuencia inevitable de esta situación desafortunada es que habrá cada vez más marginados semianalfabetos en el país, se ampliará todavía más la brecha que separa a la minoría que está en condiciones de abrirse camino en el mundo tal y como es de los demás, y la esperanza de que la Argentina logre aprovechar mejor sus recursos humanos continuará viéndose frustrada. ¿Es lo que quieren los sindicalistas del sector? Es de suponer que no, puesto que a juzgar por su retórica todos sueñan con un país mucho más igualitario, pero la realidad muestra que actúan como si estuvieran resueltos a asegurar que la sociedad argentina siga siendo una de las menos equitativas y, si se excluye al campo, menos competitivas del planeta.

Que los docentes se sientan postergados puede entenderse, pero si bien sus salarios no son tan altos como quisieran, superan a los cobrados por la mayoría de los empleados: según se informa, en la provincia clave de Buenos Aires, los ingresos del 80% de las familias son inferiores al salario mínimo de un maestro de escuela. En vista de la importancia fundamental de la educación, es sin duda positivo que los docentes formen parte de la elite laboral, pero por su incidencia en los presupuestos provinciales deberían entender que muchas veces no es posible darles todo cuanto creen merecer. Asimismo, en algunos distritos los sindicalistas están reclamando no sólo aumentos salariales significantes sino también que se gaste mucho más en becas y en la refacción de los establecimientos escolares. Tales pretensiones son defendibles, pero por desgracia en la mayoría de las jurisdicciones no hay fondos suficientes como para posibilitar un aumento inmediato de la inversión educativa. Muchas provincias están en rojo y, es innecesario decirlo, hay otros sectores que también están luchando por una proporción mayor del dinero disponible.

Hasta hace muy poco, cuando conforme al INDEC la economía nacional crecía con rapidez y se preveía que los precios de los commodities seguirían por las nubes, tanto los docentes como los demás suponían que a menos que se mantuvieran en alerta constante no les sería dado participar de la bonanza, pero aquellos tiempos ya se han ido. Al golpear con fuerza la "economía real" la crisis financiera internacional, todos los gobiernos del mundo, y los dirigentes de los distintos sectores, se ven obligados a obrar con mucho más cautela que antes. Si ya antes de estallar la crisis los gobiernos provinciales entendían que no estaban en condiciones de aumentar más los salarios docentes, en la actualidad serán aún más reacios a hacerlo. Así las cosas, a menos que los sindicatos moderen su actitud, en los meses próximos los paros docentes se multiplicarán y millones de jóvenes más serán privados de lo único que les permitiría enfrentar el futuro con un mínimo de confianza.

Aunque desde hace muchas décadas hay un consenso en el sentido de que el sistema educativo nacional está en graves problemas, todos los sucesivos intentos de reformarlo han resultado decepcionantes. De vez en cuando la conciencia de que en este plano como en tantos otros el país está perdiendo terreno de manera alarmante ha motivado protestas multitudinarias, pero parecería que el presunto compromiso de la gente con la educación -es decir, con el futuro- de sus hijos se ha debilitado. También se ha debilitado la propensión mayoritaria a darles a los docentes el beneficio de la duda y por lo tanto a apoyar los reclamos de sus representantes sindicales. Largos años de militancia agresiva, paros al parecer interminables y, últimamente, algunos brotes de violencia, han servido para desprestigiar en su conjunto a los responsables de educar a las generaciones venideras, lo que, claro está, hace todavía menos probable que por fin un gobierno consiga aplacarlos para que la Argentina pueda dotarse de un sistema educativo que sea tan eficaz como los de ciertos países de Asia oriental y Europa.

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