En este plano musical, la mayor presencia afro entre nosotros ha quedado plasmada en los instrumentos de percusión en general, empezando por el célebre bombo legüero y el uso de tambores como parte de un lenguaje.
No era casualidad que en Buenos Aires se llamara barrio del tambor al barrio sur, cuando la concentración de población afro fue allí importante.
Si recordamos que Buenos Aires fue un nudo comercial del tráfico negrero, pero que la mayoría de los esclavos tenía como destino el interior del territorio, específicamente en tareas de labranza y de minería, no debería sorprendernos con cuánta fuerza ha permanecido en Bolivia el folclore afro-boliviano, caracterizado por temas y estética definidos, incluyendo danzas con cascabeles en los tobillos, que recrean la marcha de los esclavos encadenados en las minas.
Ahí, están, finalmente, las letras que nos recuerdan esta corriente negra en nuestra cultura, en temas de variable popularidad como Duerme negrito (canción de cuna tradicional, recopilada por Atahualpa Yupanqui), Candombe para José (de Roberto Ternán), La vida y la libertad (chamamé de Morales Segovia y Tarragó Ros), Siga el baile (milonga de Donato y Warrer), Azabache (candombe de Francini, Stamponi y H. Expósito), etc.