Nació en 1941 en suelo bonaerense. Abogado. Su físico retacón no le impidió ganarse la vida siendo muy joven como bañero en playas de la costa atlántica, días en que conoció a su esposa y hoy senadora Hilda González. Peronista desde su adolescencia, ha recorrido un largo camino en materia de exposición pública: concejal y luego intendente de Lomas de Zamora, gobernador de la provincia de Buenos Aires, vicepresidente de la Nación y, finalmente, presidente a partir del 1º de enero del 2002, cuando asumió en el marco del mayor descalabro político, social-económico de la Argentina contemporánea.
Al frente de un país que se deshacía minuto a minuto, logró lentamente inyectarle orden y convencimiento que había posibilidad de un futuro distinto.
Así, operando más desde el sentido común que de complejos dictados técnicos e ideológicos, decidiendo durante largo tiempo desde el borde del abismo, comenzó a compartir una chapa que era propia de Carlos Pellegrini: "Piloto de tormentas".
No se dejó seducir por la idea de prolongarse en el poder vía una convocatoria a elecciones en las que tenía todo por ganar, y apadrinó a Néstor Kirchner en los comicios de mayo del 2003. Lo hizo presidente. Luego, el divorcio.
Crítico duro y firme de los estilos y formas de ejercer el poder que desplegó y consolidó el kirchnerismo a lo largo de siete años, Duhalde se prepara ahora a enfrentarlo en las urnas del 2011 al frente del peronismo disidente. La nota que sigue explora algunos de los convencimientos que, desde el plano de las ideas, definen a este protagonista de la política argentina que tiene abierta la posibilidad de ser nuevamente presidente de los argentinos.
* Eduardo Duhalde no es líder político. No al menos en el sentido weberiano al que en esta parte del mundo se apela para definir ese encuadre de protagonismo de poder. En otros términos: ve el ejercicio del poder más como un producto final de consensos, que como búsqueda individual de obediencias verticalizadas. Se siente más cómodo como político "firme", en todo caso, que como última, tajante y excluyente definición en el manejo de un sistema de decisión. Sabe, en todo caso, que su opinión siempre juega fuerte por dictado de su propia historia. Fundamentalmente la que protagonizó a partir del 1º de enero del 2001, cuando agarró con guantes sin amianto el hierro rojo del país de aquellos días de furia. Ahí se "probó en combate" fiero de cara ante el desvanecimiento con amagues de terminal que sufría la Argentina. "Aún tengo grabada una reflexión de Mariano Grondona: ´Se supone que el poder es siempre apetecible. El poder de Duhalde, sin embargo, no lo es´", suele recordar. Pero Duhalde apostó a remendar, primero, un país que se hundía en la sensación de vacío. Luego a coserlo con hilado de mayor textura. Y apostó privilegiando la política como instrumento de decisión, política en un país donde ésta sucumbía. "Era avanzar a tientas", comenta a este diario. Sabiendo que ante ese país extenuado, por largo tiempo le estaría vedado apelar a ese magma esencial para la construcción de poder: la ilusión.
* Aquellos días con su cuota de espanto generaron en Duhalde mudanzas en su forma de percibir la política. Abrió las ventanas del "cerrado de sacristía" en que se suelen transformar las ideas en las que uno se formó en política y por las cuales se luchó. Pero ideas con ausencia de oxígeno, sin autocrítica. La mudanza de Duhalde en este campo la define acertadamente uno de sus asesores: "No mira más la política únicamente desde el dictado peronista, mirada que siempre se reduce a reflexionarla desde convencimientos muy estructurados, con mucho ancla en la historia. Mirada que siempre tiene respuestas a todo. Hoy Eduardo reflexiona la política como espacio muy complejo, un lugar donde se reproducen tenazmente desafíos hasta ahora desconocidos para la política, un lugar donde la incertidumbre es sinónimo de cotidianidad".
* También como reflejo de la crisis del 2001, Duhalde es consciente de que en la Argentina la política coexiste junto con una acechanza: la naturaleza hiperpresidencialista que define a nuestro sistema político, que le genera rigidez ante las crisis que son propias de la política. Rigidez como cultura de procedimientos en tanto impide lo que un hombre que conversa largo con Duhalde sobre este tema define como limitación para "la revocación (de poder) en los casos de pérdida de legitimidad o desgaste del gobierno" (Fernando Laría, autor de "Calidad institucional y presidencialismo"). Duhalde hoy se asume desde un firme compromiso destinado a alentar un inmenso debate que la Argentina tiene pendiente y hace avanzar hacia el sistema parlamentario, cuyo núcleo diferenciador con el presidencialismo se define desde la posibilidad de cambiar el gobierno vía decisión parlamentaria.
* Duhalde es católico de tomo y lomo, pero ajeno a dogmatismos en la defensa de su credo. Abierto a la hora de reflexionar la religión en relación con la libertad. Tampoco hay en él adhesión a la "nación católica", engendro conservador que ratificando a la cruz y la espada (religión y poder militar) como esencia excluyente de la nacionalidad, lo único que promovió fue autoritarismo y sangre. Pero en días en que la Argentina marcha por el buen de camino de convertirse en una república laica, Duhalde está legítimamente convencido de que esto no es contradictorio con adherir a la doctrina social de la Iglesia. Si retorna a la presidencia, desde esta perspectiva su gestión estará sólidamente entrelazada con el poder eclesiástico. Poder al que no pierde oportunidad de agradecer "el apoyo sin retaceos que me brindó cuando fui presidente". Un respaldo que se corporizó también en una carta personal que el entonces papa Juan Pablo II le envió a fin de alentarlo ante la peliaguda situación del país.
* Un tema que perturba a Duhalde es la decadencia a la que se deslizó la militancia política. Siente placer cuando recuerda que fue mediante decisión de política y más política, que se superó la crisis del 2001. Y la subordinación de la economía a la política. Decisión en el tenso marco impuesto por la calle: "que se vayan todos". En los últimos años - escribe Duhalde en el tomo 1 de "Memorias del incendio", Duhalde recuerda: "En estos últimos años (se refiere a mediados de los ´90 hasta el 2002) parecía que la economía regía la política y así nos fue. Es decir, economistas convertidos en políticos y muchos de ellos empleados de los grandes intereses del capital concentrado, que opinaban por sí mismos y por sus intereses y también así nos fue". Pero según suele confesar Duhalde, durante un tiempo estimó que una vez superada la crisis desencadenada al 2001, reverdecería la militancia política en línea a "servir dignamente al país, que somos todos". Sin embargo, hoy siente gran desazón cuando reflexiona sobre aquella aspiración. "El 80% de los que se acercan para militar en el Peronismo Federal persigue un único objetivo: arrimar el bochín para ver si logran un carguito...¡Tremendo!" -le comentó tiempo atrás Duhalde a este diario.
* Duhalde se mantiene a pie firme en una convicción que arraiga muy profundo en él: no criminalizar la protesta, el reclamo social. Abulonado a ese convencimiento, lidió con la tormentosa Argentina que le tocó timonear. Cuando vio que la protesta salió de madre y la represión de la Bonaerense asesinó -muertes de Costeki y Santillán-, en la misma tarde convocó a elecciones presidenciales seis meses después. Pero aún afincado en no criminalizar la protesta, Duhalde no está dispuesto a avalar la desprotección del orden público. Hoy habla de hacer primar el orden. Reprimir si es necesario. " Yo sé que es una palabra antipática por arrastre del recuerdo de la dictadura, pero no se trata de ir a matar. Hay que cambiar esa cultura: reprimir es matar. Yo estoy probado en eso con las muertes de Costeki y Santillán. Rápidamente me di cuenta de que más que represión había habido, por parte de algunos efectivos de la Policía Bonaerense, una verdadera cacería. Hoy, los dos efectivos que mataron están condenados a perpetua. Insisto, reprimir no es matar, es no permitir que se violente alegremente el derecho del conjunto. Hay que hacerse cargo de lo que implica gobernar, y en democracia es aplicar derecho, respetar derecho. No puede ser que una aerolínea pare los vuelos porque hay un director de la empresa que no les gusta. Acá manda un clima del vale todo y no se puede permitir que ese vale todo viole todo", sostiene Duhalde.
Como señalamos en el título, sólo algunas ideas de un hombre que sale al ruedo por una osada que ocupó en tiempos en la Argentina estaba teñida de sangre.
CARLOS TORRENGO
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