Cuentan que en su cabeza tiene un libro armado sobre la crisis del 2001. Tan ordenadamente reflexionado y armado que hasta suele ganarlo la idea de sentarse en un sillón y, fin de semana mediante, dictárselo de memoria a alguno de sus colaboradores. Y el lunes, salir a buscar editorial.
Y cuentan también que cuando en su despacho de jefe de Gabinete alguien le pregunta sobre cómo ve a la distancia lo sucedido con el gobierno de la Alianza, Alberto Fernández se afloja la corbata, suspende comunicaciones a no ser "si llama la presidenta", ordena café, se sienta ante uno de sus ordenadores y apabulla con copias y copias de reflexiones que a lo largo de estos años fue acumulando sobre aquel derrumbe.
"Fue la derrota del voluntarismo. Ésa es la enseñanza que le deja a la política, y en consecuencia a la sociedad, la crisis de la Alianza", remata inexorablemente el ex funcionario K.
¿Qué tiene escrito este ministro sobre ese tiempo de final sangriento? Entre otras conclusiones, las que siguen:
* La crisis del 2001 fue el resultado de dos procesos en principio contradictorios, pero igualmente nocivos para la actividad política.
* Uno de esos procesos fue el posibilismo. Consistió en la renuncia, por parte del gobierno de la Alianza, a encarar transformaciones imprescindibles que chocaban con intereses de sectores dominantes, los organismos financieros y los mercados internacionales. Así, la Alianza se sumió, desde el comienzo, en la resignación del posibilismo, abandonando sus propuestas más innovadoras de cambio.
* El restante proceso que alimentó el derrumbe de la Alianza deviene de aquel abandono, que de hecho implicó que la voluntad política se redujera a la mera administración de lo existente.
Para Fernández, esta reducción de la voluntad política desbrozó el camino de la Alianza hacia la tragedia al deslizarse al voluntarismo. A la hora de la argumentaciones, el ex jefe de Gabinete sostiene, por caso:
* La gestión de Domingo Cavallo como ministro de Economía fue el extremo del voluntarismo, al creer que sólo él podía sacar a la Argentina de sus problemas, y que con él alcanzaba para eso. No era necesaria la construcción política, no importaba la crisis del oficialismo, no había que escuchar otras voces. Cavallo creía que su propia persona trascendía todo eso. A ese mesías se le entregaron (en este caso bien llamados) "superpoderes": autorización a emitir deuda y brindársela a los bancos, a cambiar el rol de los empleados públicos, a transferir organismos autárquicos a las provincias, a convertirlos en sociedades anónimas y eventualmente privatizarlos, a dar o quitar exenciones impositivas, a garantizar la deuda con recaudación impositiva, entre otras cosas. Y así su gestión terminó por acelerar y magnificar la crisis, que se convirtió en un gigantesco quiebre económico, político, social e incluso cultural.
* Así, la crisis del 2001 es el fracaso de la desmesura política: el voluntarismo extremo. El gobierno se pasó de un polo al otro sin solución de continuidad: del no hacer olas de Machinea al personalismo de Cavallo. Es evidente que la política es otra cosa. Que requiere voluntad y decisión, es indudable; pero respaldadas por una construcción política detrás. Creer que no se puede cambiar nada, por un lado, y creer que una sola persona pueda cambiarlo todo, por otro, son vicios de una muy mala política.
"Creo -suele sostener Fernández mientras revuelve sus papeles con reflexiones sobre aquel fiero 2001- que la sociedad aprendió más que la dirigencia política las lecciones que dejó la huida de la Alianza? Todavía hay mucho por escribir sobre el tema. Mucho? mucho? Lástima que no tengo tiempo", remata.