Bob Cox acompañó al general Harguindeguy a su oficina después de una conferencia de prensa en la Casa de Gobierno durante la cual éste intentó refutar con su habitual arrogancia que la cantidad de desaparecidos fuera de varios miles. Cox, con un pequeño grabador en la mano, tenía más preguntas. Acostumbraba usar el grabador cuando cubría conferencias de prensa. Aquella vez se olvidó de apagarlo.
-¿Cómo anda, señor Cox? -preguntó el general-. Lo felicito por los comentarios que, según he leído en los diarios, hizo durante el seminario en los Estados Unidos. Muy conmovedor. A veces se deja llevar por ese espíritu romántico inglés, ¿no?
-Sí. Es cierto.
-Pero esos artículos que publicó hoy? Nos da bastante duro.
-No es una cuestión personal. Hay sesenta periodistas desaparecidos.
-¿Sesenta? -preguntó Harguindeguy.
-Sí.
-Hay algunos presos, gente que está metida en?
-No. Hay sesenta periodistas desaparecidos -insistió Cox.
-¿Nada más que sesenta? -respondió el general con sarcasmo.
-Sesenta desaparecidos. Creo que hay que hacer algo?
-Bueno, pero lo que usted no sabe es que hay un montón de desaparecidos -retrucó Harguindeguy.
-Hay sesenta periodistas. Algunos de mis colegas han desaparecido. Usted tiene que ocuparse de resolver esto. Es un problema gravísimo -la voz de Cox temblaba audiblemente.
-Usted es un sentimental -dijo el general.
-No. No soy un sentimental.
-Usted es un gran sentimental, un gran sentimental? Después viaja al extranjero y?
Cuando entraron a la oficina del general Harguindeguy, Cox continuó haciéndole preguntas con el grabador encendido.
-¿No podría ayudarme un poco?
-Lo estamos ayudando, Cox. ¿Qué le parece que es esto, si no? -dijo el general, aludiendo a un documento sobre su escritorio que supuestamente contenía los nombres de todos los que habían sido asesinados.
-¡Eso es una mentira! -dijo Cox, que ya había tenido ocasión de ver el documento falso.
-Escuche, yo no soy Jesucristo -respondió el general, frustrado-. No puedo decirle a Lázaro "levántate y anda". Y usted lo sabe.
La referencia al personaje bíblico Lázaro era su manera de admitir que las autoridades habían asesinado a los desaparecidos y que él no podía hacer absolutamente nada al respecto. Allí irrumpió la voz del coronel Ruiz Palacios.
-Cox, Cox, sin embargo ha muerto gente?
-Sí, ha muerto gente -continuó Harguindeguy-. Han muerto muchos en esta guerra y llegará el momento en que el gobierno tendrá que responder por ellos? Pero tenemos que esperar.
-¿Dónde está el coraje militar? ¿Dónde ha quedado el coraje militar? -lo increpó Cox.
-Nosotros lo estamos ayudando, Cox. Le damos información? pero para mí es muy diferente expresarme como ministro del Interior que para usted escribir como editor del "Herald". Comprenda que venimos de mundos diferentes -dijo el general. Y agregó que él también había recibido cartas y visitas de personas preocupadas por la desaparición de sus seres queridos.
-Veo a los padres, las madres, los parientes y los amigos? Veo a los generales, los brigadieres, los almirantes, los coroneles, los comodoros?
-Corren rumores de que han desaparecido tres mil personas en la ciudad -dijo Cox.
-Están locos, Cox.
-¿Cuántos han desaparecido hasta ahora?
-Escuche, he hablado con usted con gran? -dijo el general, titubeando.
-Pero, como usted mismo dijo, incluso han desaparecido oficiales militares -prosiguió Cox-. Ustedes tienen que admitir lo que ocurrió.
Harguindeguy y Ruiz Palacios trataron de convencer a Cox de que la mayoría de las cosas que había escuchado sobre los desaparecidos no eran verdad. El general dijo que EE. UU. había inventado la mayor parte con el propósito de desacreditar al gobierno argentino. También le advirtió que, si el embajador estadounidense continuaba presionando al gobierno con el tema, él mismo llamaría personalmente a cada periodista del país para explicarle que EE. UU. estaban mintiendo. Cox les dijo que sus afirmaciones eran ridículas y mencionó los casos del periodista Fernández Pondal y el diplomático Hidalgo Solá.
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-Recibo cartas de todas partes del mundo sobre los desaparecidos. Llegan cartas de las embajadas. De la India? ¡Hasta de Etiopía! Uno puede mejorar la situación, pero no puede decir: "Lázaro, levántate y anda". ¡Nadie puede decir eso!
-Las investigaciones sobre los desaparecidos son una burla -dijo Cox.
El diálogo está extraído del libro "Guerra sucia, secretos sucios" (Sudamericana, 2010), escrito por David Cox, hijo de Robert.