CALCUTA, India.- El convento de las Misioneras de la Caridad, orden fundada por la madre Teresa, se encuentra en una calle muy transitada en el corazón de Calcuta, en la India. A través de las ventanas enrejadas entra el ruido de la metrópolis, donde las hermanas de la orden vestidas con saris azules y blancos realizan con diligencia su trabajo. En la administración se escucha el ruido de viejas máquinas de escribir. En el patio interior se lava la ropa.
El silencio reina en la planta baja del edificio conocido como "La Casa de la Madre", donde hace 13 años murió la fundadora de la orden. En el medio de la sala un sarcófago blanco está empotrado en el suelo, adornado con flores y velas.
Una y otra vez, las hermanas se acercan a la tumba para rezar. Para ellas, la madre Teresa, que ayer hubiese cumplido 100 años, sigue estando presente detrás de los muros del convento al igual que en otros sitios durante el trabajo diario de la orden.
Nacida en Skopje en 1910, hija de padres albaneses, la madre Teresa fue bautizada con el nombre de Agnes Gonxha Bojaxhiu. Con 18 años ingresó en la orden irlandesa de Loreto y viajó como novicia a India, donde primero dio clases en una escuela católica.
Era una persona de acción, como recuerda la hermana Andrea, que abandonó hace 50 años Baviera, en Alemania, y viajó a Calcuta para unirse a las misioneras. "Ella nos enseñó salir al mundo y abrir los ojos para la pobreza", explica.
La pobreza en Calcuta conmocionó tanto a la joven novicia que abandonó su trabajo. Durante un viaje en tren, a mediados de los 40, experimentó lo que posteriormente calificó de "segunda llamada de Dios". Jesús quería que ella lo siguiera a los barrios pobres, dijo en una ocasión.
Esa llamada fue la que después transmitió a las mujeres jóvenes que se unían a su orden y a las que enseñó a no tener miedo de ayudar a los necesitados y de transitar caminos nuevos. "Debemos ir a la gente, a la calle, donde yacen y donde caen", explica ahora Andrea, de 71 años. "Donde nadie va, ése es nuestro lugar".
A media hora en automóvil del convento existe un lugar así: la casa para el moribundo Nirmal Hriday (corazón puro). Este edificio en el barrio de Kalighat fue el primero que fue inaugurado por la madre Teresa en 1952 para su orden, dos años después de que el Vaticano la reconociera oficialmente.
El establecimiento en Kalighat se convirtió desde su fundación en sinónimo del trabajo de la orden. Sobre la puerta de ingreso hay un cartel que dice "La casa de la madre Teresa para pobres enfermos y moribundos". En dos salones gigantescos, 110 hombres y mujeres son asistidos por monjas y voluntarios de todo el mundo. A muchos se les puede brindar alivio con métodos sencillos. Otros están aquí para morir con dignidad.
"Desde la inauguración nos han traído a 87.000 personas", dice la hermana Glenda, la decidida enfermera jefe. Más de 36.000 de ellas murieron.
Los críticos señalan que en las casas de la orden no se brinda asistencia médica adecuada. La hermana Glenda rechaza las acusaciones. No somos un hospital, explica. Las personas enfermas que tienen alguna esperanza de cura son derivadas a médicos y la orden asume los costos de los tratamientos.
"Sin la ayuda de las hermanas ahora estaría muerto", interrumpe la conversación Ram Bahadur, de 50 años. Tras un grave accidente sufrido hace algunos años, fue depositado frente a la casa del moribundo. "Cuando nadie me quería ayudar, las hermanas pagaron 400.000 rupias (unos 6.700 euros/8.500 dólares) para mi operación y me cuidaron".
Otros achacaron a la religiosa -que en 1979 recibió el Premio Nobel de la Paz- querer convertir a los pobres al catolicismo. Pero quienes hallaron en sus casas para moribundos su última morada no corroboraron esas acusaciones. Y de hecho, los niños que llegan a los asilos para huérfanos de la madre Teresa no son bautizados, para que así los futuros padres adoptivos puedan criarlos según sus respectivas creencias.
En marzo de 1997, la madre Teresa entregó la dirección de la orden a la hermana Nirmala, de 67 años, ya que padecía una enfermedad cardíaca. Murió el 5 de septiembre, a los 87 años.
Entretanto, las Misioneras de la Caridad están presentes en 137 países. En Occidente el trabajo es totalmente distinto al de la India, porque en Nueva York o Sydney no tienen que morir muchas personas en las calles, dice la hermana Andrea. Pero el sufrimiento está en todas partes. "Madre decía siempre que la gran epidemia de la edad moderna no es el sida sino la sensación de sentirse marginado e indeseable".
La orden seguirá creciendo el año próximo. "En realidad no planeamos de antemano nuestro trabajo, porque vamos sólo allí donde nos llaman", aclara la hermana Andrea. "La herencia espiritual, que nos dejó Madre sigue inspirándonos. Mientras cumplamos con su herencia y escuchemos la voz de Dios, seguiremos". Y con una sonrisa añade: "En realidad, sólo podremos terminar cuando no haya pobres en la Tierra".
ITZEL ZUNIGA
DPA