Sólo come una vez al día, por la tarde, para no perder la forma física, y no duerme más de cuatro horas: sus camaradas llaman al general estadounidense Stanley McChrystal, de 55 años, "devorador de serpientes", en referencia a su entrenamiento de elite. El secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, justificó a mediados del 2009 su elección al frente de las tropas de la OTAN en Afganistán alegando que vería "el problema con nuevos ojos".
El mismo argumento utilizó para explicar la destitución del entonces alto comandante David McKiernan, cuyas operaciones eran vistas por el Pentágono como demasiado convencionales para un conflicto que se ha convertido en uno de los retos militares más complicados de la historia estadounidense.
El vástago de una familia militar de pura cepa, con padre y abuelo generales, aplicó sus conocimientos especiales en las operaciones secretas estadounidenses.
La mayoría de lo que hizo al salir de la academia militar de elite West Point en 30 años de carrera se considera alto secreto, como las operaciones que lideró entre el 2003 y el 2008 a la cabeza del Comando de Operaciones Especiales Conjuntas, una unidad cuya existencia negó el Pentágono durante años.
Fue el jefe de todas las operaciones especiales en Irak. Sus comandos encontraron a Saddam Hussein y mataron en el 2006 al líder de Al Qaeda en el país, Abu Musab al Zarqawi. La mayoría de las operaciones tenía lugar por la noche.
Pero el descripto por muchos como un corredor de maratones adicto al trabajo e intelectual militar, que escuchaba libros leídos en su iPod durante sus entrenamientos, también ocupaba su puesto durante el día. El general de cuatro estrellas con rostro pequeño y anguloso y pelo castaño no tardó mucho en dejar clara su visión sobre Afganistán a sus superiores.
Abogó por el envío de tropas adicionales, al considerar que en caso contrario el conflicto finalizaría con una derrota. En un discurso en Londres en septiembre advirtió de un "caosistán", haciendo un juego de palabras entre "caos" y "Afganistán".
Con los 30.000 efectivos adicionales prometidos por el presidente Barack Obama obtuvo lo que quería.
Pero su temperamento lo perdió. Habló de más y se tuvo que ir. (DPA)