Néstor Kirchner puede imaginarse dos Alfonsín. Uno de ellos, como desafío tangible para la competencia presidencial del próximo año. El otro, precandidato que se comporta igual que un avión de poco porte cuyo carreteo está pensado para pistas cortas. ¿Un Boing 147 o un Pipper monoplaza? ¿Cuál de los dos Alfonsín cuenta? Ya sea imaginado como desafío de riesgo o sólo contrincante de paso, siempre Kirchner identificará al hijo político de Alfonsín como el pequeño, igual que Víctor Hugo lo hizo con del sobrino del primer Bonaparte. Aquel Napoleón, el pequeño, al igual que el primero fue emperador, aunque su historia estuvo cargada de fracasos.
Seguramente Kirchner tendrá escasa admiración por el nuevo Alfonsín. ¿Desconsideración por el pequeño? La portación de apellido para un político que hasta ahora sólo se fue bañando en aguas del manantial -supuestamente puras- del oposicionismo de principios, que aún no se embarró en los lodazales de la política real, seguramente hace que Kirchner lo vea como un contrincante sin auténtica biografía.
Curiosamente, si ese Alfonsín junior hubiera tenido algo más de crédito público hace un poco más de tres años podría haber ganado la plaza que terminó en manos de su correligionario mendocino Julio Cobos.
Para ese tiempo, moribunda la generosa transversalidad de los primeros tiempos kirchnerista, lo poco que quedaba de aquella promesa frenteamplista había mutado en acuerdismo PJ-UCR/K más otros socios insignificantes. Un Alfonsín metido en la fórmula, acompañando a uno de los dos Kirchner, con el Alfonsín del 83/87 aún vivo, hubiera consagrado la unidad de lo mejor de la primera primavera democrática y la continuidad de segunda estación florida de los derechos humanos y el retorno del trabajo y de visos igualitarios de la empresa kirchnerista. Porque ese relato unitario tenía a la democracia, los derechos humanos y la reindustrialización en su más alta consideración. Alfonsín el grande recuperaba entonces su aura después de sus fallidos pactismos, primero con Menem luego con Duhalde en el 2002.
Se corporizaba en su hijo para completar aquello que sus promesas no lograron, las realidades del tiempo bravo posdictatorial. Y los dos Kirchner con los dos Alfonsín en una empresa común cerraban y abrían un nuevo ciclo político para el país. Nada de eso sucedió, a pesar del entusiasmo que despertaron en el Alfonsín mayor los primeros tiempos kirchneristas. Sin embargo lo que hoy es realidad fáctica resulta la fabricación de un candidato, más el rescate de sus ruinas del radicalismo centenario.
Hay un nuevo Ricardo que, en su madurez, tiene un parecido asombroso con su padre de hace treinta años. Pero este Alfonsín seguirá siendo el pequeño para los Kirchner, aunque lo quisieran ver más de su lado que suponer esperanza para un sector de oposición. Para el matrimonio presidencial apenas será mirado, aunque en estos días Alfonsín el pequeño haya ganado una pequeña batalla a los seguidores de Julio Cobos en la provincia de Buenos Aires.