Richard Rorty, el filósofo liberal norteamericano, sostenía que el progreso de un individuo o de una comunidad consiste en el uso de nuevas palabras.
Su punto de vista no estaba direccionado desde aquellas posiciones metafísicas que tratan de enjuiciar los léxicos en términos de verdad o falsedad o en términos de una racionalidad intrínseca a los mismos. Una comunidad es poéticamente creativa -afirmaba el autor- si se da un léxico a partir del cual sus miembros resultan capaces de narrarse a sí mismos "una historia acerca del modo en que las cosas podrían marchar mejor, y no ver obstáculos insuperables que impidan que esa historia se torne realidad". (Rorty, "Contingencia, ironía y solidaridad", 1996).
Asimismo, Rorty sostenía que la riqueza de una persona o de una comunidad radica en hablar más de un lenguaje y en su capacidad para combinarlos. Éste es, precisamente, el caso de la mayoría de las fuerzas políticas. Los historiadores intelectuales cuando viajamos al pasado de nuestras sociedades nos encontramos con que los actores históricos no sólo hablan un lenguaje diferente del nuestro sino que hablan una pluralidad de lenguajes que combinan, muchas veces, de manera inesperada.
Vayamos a un ejemplo. En 1916, Horacio Oyhanarte publicó "El Hombre", una biografía destinada a presentar ante la sociedad la candidatura de Hipólito Yrigoyen a la presidencia. Dicho texto tuvo un lugar central en la literatura radical del período.
Oyhanarte presentó un Yrigoyen revestido con la toga blanca del político romano y, a la vez, con el manto del profeta. Recurriendo tanto a la historia de Roma como a los relatos bíblicos presentó a un Yrigoyen destinado a restaurar la vida política y moral de la república, pervertida hasta ese momento por el "régimen oprobioso" de los políticos conservadores. El republicanismo clásico y un lenguaje de resonancias proféticas fueron los léxicos utilizados por este autor para referirse a Yrigoyen como El Hombre, con mayúsculas.
En este sentido, no parece correcta la posición de aquellos historiadores que afirman que el discurso radical era algo difuso, impreciso, vago, con el propósito de convocar a diferentes sectores de la sociedad. Es más: puede sostenerse que este discurso que combinaba la necesidad de construir una ciudadanía política con acentos sacros fue sumamente original a la hora de interpelar a la sociedad argentina de 1916. El 12 de octubre de ese año, día de la asunción del mando, una multitud desenganchó los caballos del carruaje que conducía a Yrigoyen por avenida de Mayo ante el estupor del coronel Martínez, jefe de la escolta de Granaderos, y del mismo líder radical. Así llegó Yrigoyen a la Casa Rosada, arrastrado por sus seguidores.
Hoy los radicales aparecen nuevamente con posibilidades de acceder al poder. Enfrentan el desafío de construir una propuesta superadora del ciclo político de los Kirchner que parece estar llegando a su cenit.
Afrontan una dificultad: ¿cómo presentarse como una alternativa cuando pretenden ocupar el mismo casillero político del gobierno, el de la centroizquierda o el de una socialdemocracia criolla? ¿Que ellos harán lo mismo pero con mayor apego a las instituciones de la Constitución y a los valores republicanos? Seguramente será la estrategia discursiva a la que recurrirán. Para esto tienen como antecedente la Declaración de Avellaneda de 1945 e incluso, para los radicales más heterodoxos, la misma propuesta desarrollista elaborada por Frondizi en la década del 60.
Pero si recurren a estas fuentes en busca de argumentos, la propuesta, puede sugerirse, no será novedosa. En este sentido, los radicales han sido mucho más exitosos a la hora de diferenciarse de los conservadores, oponiéndoles una ideología de carácter cívico, que de la fuerza política que se convirtió en hegemónica a partir de la segunda mitad del siglo XX: el peronismo.
Mucho más creativos serían los radicales, entonces, si en su actual propuesta unieran a la preocupación de la equidad la preocupación por el crecimiento económico, tratando de combinar las virtudes de la sociedad comercial con el sentimiento de obligación que se tiene con aquellos que sufren. Si brindaran, en definitiva, a la sociedad argentina una narrativa capaz de asegurar a sus miembros que las cosas marcharán mejor y que no habrá obstáculos que no puedan ser superados. Son los léxicos y las esperanzas comunes, afirmaba Rorty, lo que mantiene unidas las sociedades.
Pero los léxicos se encarnan en personas y ni Julio Cobos ni Ricardo Alfonsín -los posibles candidatos radicales a la presidencia de la república- parecen ser del tipo de políticos capaces de combinar creativamente diferentes lenguajes y recrear la esperanza de la sociedad.
De todas maneras, tal vez la sociedad argentina se conforme con mucho menos y sólo les exija tener la certeza de que no abandonarán anticipadamente el poder, subidos a un helicóptero.
MARCELO PADOAN