El 11 de junio el sociólogo Juan José Sebreli bajará las persianas de su departamento de barrio Norte.
Primer paso de un ritual que pone en marcha cada cuatro años para blindarse de frente a los Mundiales de fútbol. Plan de operaciones prolijamente concebido. Objetivo: aislarse del mundo de emociones que es propio de la copa.
Juan José Sebreli detesta al planeta fútbol. Con flamantes 80 a cuestas, el autor de "Buenos Aires, vida cotidiana y alineación" y un despliegue amplio de ensayos de desigual calidad pero siempre polémicos llamará al portero del edificio. Encargado, a los fines sindicales. Bien entrenado para la circunstancia, ya sabe cuál es su rol en la estrategia defensiva en acción: mantener la heladera de Sebreli bien dotada de frutas y verduras. Cero carne. La experiencia también le dice al encargado que, si bien Sebreli reduce prácticamente a nada sus salidas durante los Mundiales, deberá estar alerta ante la posibilidad de que éste incurra en una inveterada cultura que signa sus días: perder la llave del departamento cuando lo invaden los nervios.
Para el sociólogo, el fútbol, al menos en su versión argentina, manifiesta sólo anomia y fanatismo.
-Y el fanatismo no es neutro, suele conducir al asesinato. Ya lo demostraron los nazis -sostiene y, cuando incursiona más en el tema, acota- ¿O no hay violencia en el fútbol de todos los domingos?
En 1998 Sebreli publicó "La era del fútbol". Frontal, directo, denuncia la convivencia entre el poder político y el mundo del fútbol. Ahí caracteriza a los hinchas como "autoritarios pasivos, dogmáticos y personas que carecen de espíritu crítico y sentido del humor".
Tiempo después de publicar el libro, en interesante polémica con el peronista Antonio Cafiero -boquense total-, Sebreli dijo:
-Un rasgo típicamente argentino es el acostumbramiento a la ilegalidad. Y hay dos ejemplos emblemáticos que son trampas y muestran una aceptación de esa ilegalidad: el famoso gol con la mano de Dios de Maradona contra los ingleses, en 1986, y el triunfo en el Mundial del 78 en Argentina, con el recuerdo del partido contra Perú?
Antonio Cafiero no se quedó callado:
-El gol de Maradona a los ingleses no es un símbolo de la predilección argentina por la ilegalidad. Fue simplemente una falla del árbitro. Me parece una exageración confundir esta ilegitimidad puntual de Maradona con el estado de ilegalidad que vivió el país durante muchos años?
Y retrucó Sebreli:
-Yo no me baso en la trampa que hace Maradona. Me refiero a la inmensa mayoría de la sociedad argentina, que aceptó esa ilegalidad del gol con la mano sabiendo que era una trampa. Yo creo que el fanatismo no es tan inocente: lleva al asesinato.
Ese fanatismo que Sebreli encuentra en la película "Un día muy particular".
-Los días de los Mundiales de fútbol son así? las ciudades quedan vacías, todo el mundo se encierra fanáticamente a ver los partidos. Tan vacía como Roma en aquella película donde los fanáticos fueron a ver a Hitler y Mussolini?.
Si Jorge Luis Borges viviera, no bajaría las ventanas del piso que ocupó durante más de medio siglo, Maipú 911. Su estrategia para defenderse del Mundial se plasmaría en términos menos tensos: se iría de Buenos Aires. Y a la distancia pispearía cuando volver.
Porque el autor de "Ficciones" también detestó al fútbol.
Uno y otro -Sebreli, Borges- expre-san los desprecios más elocuentes que hacen blanco en el fútbol desde el cam-po de esa zona en que se sazonan nuestros pensadores vernáculos. Agrios a la hora de juzgarlo, jamás se permitieron la menor flexibilidad en tren de acreditarle denuestos. Nada de términos medios: la redonda rodando sólo alimenta vulgaridad y emociones degradantes.
Borges -por caso- sostuvo que podía prescindir de Carlos Gardel. No le gustaba, entre otros motivos, porque "su sonrisa se parece a la de Juan Perón". Sin embargo no se ahorró un dejo de piedad para con el zorzal criollo. "Hay algo en él que gusta a otros, algo que sin duda yo no percibo".
Pero puesto a definir sobre el fútbol, Borges habló desde intensa urticaria. No le concedió nada positivo. Ni siquiera el atisbo de un mínimo de valor estético. Cosa que sí encuentra en otros de sus desprecios: Martín Fierro, a pesar de que este "personaje me parece horrible. Es un criminal sentimental y yo no creo que los gauchos hayan sido sentimentales".
Pero el "fútbol es feo estéticamente. Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos", sostuvo Borges. Y acreditará la popularidad de la redonda al hecho de que "la estupidez es popular".
Y cuando Argentina hizo suya la copa del 78, el autor de "Poema Conjetural" redobló su arremetida. Situó en rango de miserabilidad encontrar en el fútbol uno de los rasgos más firmes de la identidad nacional. "No es posible que un país -dijo- se sienta representado por los jugadores de fútbol. Es como si nos representaran los dentistas. La Argentina tiene dos cosas que ningún país del mundo posee: la milonga y el dulce de leche. ¿Qué más identidad pretenden?".
Sin embargo, reflexionando sobre estas palabras, Marcos Novaro y Vicente Palermo, en "Dictadura militar 1976-1983" ("La historia argentina", volumen IX, Paidós), advierten que la genética de la milonga la "compartimos con los uruguayos" y la del dulce de leche, "con los brasileños".
Para el historiador Hernán Brienza, las apreciaciones de Borges sobre el fútbol se encuadran "con lapidaria ironía" en la reformulación de "civilización y barbarie" de Sarmiento. Con singular ajuste de apreciación, Brienza sostiene que los anatemas borgeanos sellaron "la relación" entre el "deporte de la literatura y los habilidosos en el arte del fútbol".
Y recuerda Brienza: "Durante décadas -salvo excepciones- ambos mundos sucedieron en dimensiones paralelas. En forma esquemática podría resumirse de la siguiente manera: los escritores desdeñaban el fútbol y los futboleros huían de la literatura. La división también se experimentaba entre lectores e hinchas en una remake del divorcio original entre pueblo e ilustración aventado por Sarmiento.
Pero la segunda mitad del siglo XIX sería testigo de una plebeyización de la literatura -el periodismo fue el gran artífice de este proceso- y decenas de literatos se volcarían a una producción mestiza gracias a la cual el fútbol ya no quedaría en el "orsai" literario. Finalmente, a mediados de los 90, la pelota ganó la batalla y hoy se asiste a lo que algunos denominan la futbolización del universo, de la que no puede escapar ni siquiera el apocado e íntimo mundo de las letras.
-¡Cómo no te va a inspirar el pique de un puntero, el freno, el enganche hacia adentro, el defensor que pasa de largo, el centro cambiando de pierna y el cabezazo exacto? ahí. Rotundo, abajo, donde las arañas se refugian junto al poste. Todo geométrico, matemático? hasta el desconcierto y la puteada del arquero? ¡Creación! ¡Literatura, viejo, literatura pura! ¡Como en un cuento? giro inesperado del relato! ¡Pique corto es igual a frase corta! -reflexionaba una noche de los 80 en "La Paz" ese inmenso ser que fue Osvaldo Soriano.
-¿Qué importa lo que diga Sebreli sobre el fútbol ante ese dibujo, esa disparada, ese centro, ese frentazo? ¡Todo en segundos, hermano, con miles de tipos conteniendo la respiración! -remató el gordo Soriano.
"Algunos intelectuales quedaron en orsai al discriminar el fútbol y los futboleros. Pero por suerte, otros los han elevado a un espacio sólo reservado a los goles de triunfo sobre la hora: la militancia racinguista de Roberto Santoro, la narrativa azulgrana de Osvaldo Soriano, la melancolía de potrero de Alejandro Dolina y el universo ´canaya´ que escribe y dibuja el ´Negro´ Fontanarrosa. Desde ese espacio de cultura popular se puede alcanzar un compromiso más valioso que desde algunas reflexiones ilustradas", señala el periodista Alejandro Apo en el prólogo de la reedición de una recopilación de reflexiones que sobre el fútbol publicó en 1971 el poeta Roberto Santoro, desaparecido por la dictadura militar.
Pero en el aquí y ahora, estamos camino a otro Mundial de fútbol.
Y no hay gambeta posible para ignorarlo, aunque irrite a unos o muchos.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com
