Los medios de comunicación han convertido a los deportistas en los héroes míticos de nuestro tiempo, desplazando a los próceres con los que la ley de educación laica había reemplazado, a su vez, al santoral de la Iglesia en el relato patriótico.
La Generación del 80 era consciente de que la organización nacional de una república joven y abierta a la inmigración necesitaba crear mitos y rituales escolares. Luego, los hijos de esos inmigrantes "enseñarían a sus padres" la conciencia nacional adquirida, como una religión de la patria, relegando las ideas anarquistas y socialistas que traían de Europa.
Los estudiosos como Joseph Campbell o Mircea Eliade han destacado el papel que la repetición ritual de la historia mítica de los héroes fundadores tiene en la consolidación de los lazos comunitarios. La rememoración cíclica de los actos de esos héroes sirve para otorgar sentido a los actos del presente y reafirmar la vigencia de la ley común. Es, además, un refugio de estabilidad imaginaria frente a los golpes de la historia para las masas que suelen sufrirla sin llegar a comprenderla.
En Oriente los héroes fundadores se llamarían Moisés, Jesús o Mahoma; en Grecia, Edipo, Antígona y otros serían héroes trágicos.
Esos héroes míticos deben reunir ciertas características y cumplir ciertos pasos para poder servir como modelos: superar los peligros de un nacimiento desventajoso primero y, luego, las pruebas y enemigos que encontrarán a lo largo de un viaje por tierras extrañas para volver a nosotros transfigurados en arquetipo universal.
Su muerte debe, también, incluir un ingrediente de exilio o sacrificio como la predilección por Moreno, Belgrano o San Martín para nuestro panteón, ejemplifican.
En el siglo XX, cumplidas las tareas de la gesta independentista y empujada la religión al ámbito de lo privado, los medios masivos encontraron en las figuras deportivas una fuente inagotable de nuevos héroes que proponer a su público.
El primero, sin dudas, lo dio el boxeo con Luis Ángel Firpo, a través de la aún precaria información telegráfica del diario "Crítica". Los últimos de esa dimensión, probablemente, hayan sido Monzón y Bonavena.
Desde 1978, sin embargo, el fútbol desplazó el boxeo de la preferencia popular por varias razones: es menos peligroso y más accesible para muchos practicantes. Y, sobre todo, posee una organización universal cuyo ritual cuatrienal convoca a la representación colectiva de todos los países -democráticos o no- a renovar las esperanzas depositadas en su equipo de modernos argonautas.
La adhesión popular a los héroes deportivos genera comprensibles suspicacias en muchos intelectuales, mejor provistos culturalmente para soportar los embates de la historia. Pueden ser conservadores, como Borges, o comunistas, como Bertolt Brecht, quien dijo por boca de su personaje Galileo Galilei: "Desdichados los pueblos que necesitan héroes". Hay en esa actitud -como señala Alain Badiou- un distanciamiento aristocratizante, un "platonismo estalinizado". Los riesgos de enajenación colectiva, así como de instrumentación política y comercial, están indudablemente presentes en las manifestaciones plebeyas de fervor patriótico-deportivo. Mas, como el propio Borges escribió: "Siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana".
ROBERTO BOBROW
bobrow@gmail.com
(*) Periodista. Caricaturista
político y cultural