"Durante el interrogatorio policial, cuando Eichmann declaró repentinamente, y con gran énfasis, que siempre había vivido en consonancia con los preceptos morales de Kant, en especial con la definición kantiana del deber, dio un primer indicio de que tenía la vaga noción de que en aquel asunto ha-bía algo más que la simple cuestión del soldado que cumple órdenes claramen-te criminales tanto en su naturaleza co-mo por la intención con que son dadas.
"Esta afirmación resultaba simplemente indignante, y también incomprensible, ya que la filosofía moral de Kant está tan estrechamente unidad a la facultad humana de juzgar que elimina en absoluto la obediencia ciega. El policía que interrogó a Eichmann no le pidió explicaciones, pero el juez Raveh, impulsado por la curiosidad o bien por la indignación ante el he-cho de que Eichmann se atreviera a invocar a Kant para justificar sus crímenes, decidió interro-gar al acusado sobre este pun-to. Ante la general sorpresa, Eichmann dio una definición aproximadamente correcta del imperativo categórico: ´Con mis palabras acerca de Kant quise decir que el principio de mi voluntad debe ser tal que pueda devenir el principio de las leyes generales´ (lo cual no es aplicar al robo y al asesinato, por ejemplo, debido a que el ladrón y el asesino no pueden desear vivir bajo un sistema jurídico que otorgue a los demás el derecho de robarles y asesinarles a ellos).
"A otras preguntas Eichmann contestó añadiendo que había leído la ´Crítica de la razón práctica´. Después explicó que desde el momento en que recibió el encargo de llevar a la práctica la ´solución final´, había dejado de vivir en consonancia con los principios kantianos, que se había dado cuenta de ello y que se había consolado pensando que había dejado de ser ´dueño de sus propios actos´ y que él no podía ´cambiar nada´. Lo que Eichmann no explicó a sus jueces fue que, en aquel ´período de crímenes legalizados por el Estado´, como el mismo lo denominaba, no se había limitado a prescindir de la fórmula kantiana por haber dejado de ser aplicable sino que la había modificado de manera que dijera: compórtate como si el principio de tus actos fuese el mismo que el de los actos del legislador o el de la ley común. O, según la fórmula del ´imperativo categórico del Tercer Reich´, debida a Hans Franck, que quizá Eich- mann conociera: ´Compórtate de tal manera que, si el Führer te viera, aprobara tus actos´.
"Kant, desde luego, jamás intentó decir nada parecido. Al contrario, para él todo hombre se convertía en un legislador desde el instante en que comenzaba a actuar: el hombre, al servirse de su ´razón práctica´, encontró los principios que podían y debían ser los principios de la ley. Pero también es cierto que la inconsciente deformación que de la frase hizo Eichmann es lo que éste llamaba la versión de Kant ´para uso casero del hombre sin importancia´. En este uso casero, todo lo que queda del espíritu de Kant es la exigencia de que el hombre ha-ga algo más que obedecer la ley, que vaya más allá del simple deber de obediencia, que identifique su propia volun-tad con el principio que hay detrás de la ley, con la fuente de la que surge la ley. En la filosofía de Kant, esta fuente era la razón práctica; en el empleo casero que Eichmann le daba, este principio era la voluntad del Führer.
"Gran parte de la horrible y trabajosa perfección en la ejecución de la ´solución final´ -una perfección que por lo general el observador considera como típicamente alemana o bien como obra característica del perfecto burócrata- se debe a la extraña noción, muy difundida en Alemania, de que cumplir las leyes no significa únicamente obedecerlas sino actual como si uno fuera el autor de las leyes que obedece. De ahí la convicción de que es preciso ir más allá del mero cumplimiento del deber".
(Hannah Arendt, filósofa alemana, judía, emigró a EE. UU. a finales de la década del 30. Con los años se convertiría en uno de los pensamientos más lúcidos en lo concerniente a desmenuzar el totalitarismo en general y el nazismo en particular. En 1961, ante la inminencia del juicio que se le iniciaría a Otto Adolf Eichmann, "New Yorker" le ofreció cubrir ese proceso. Aceptó y de esa experiencia surgiría "Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal", texto del que se extraen las reflexiones publicadas en esta edición).