Para los ambientalistas, es el argumento más fuerte. En el 2000 se produjo en Rumania uno de los episodios más trascendentes a nivel mundial en relación con la utilización de cianuro en minería metalífera (http://www.unizar.es/guiar/1/Accident/Baia.htm).
El 30 de enero de ese año se rompió un dique de contención en la fundición Aurul de Sasar, donde se trataban los residuos de la mina de oro de Baia Mare.
Unos 100.000 m3 de barro y aguas residuales -con una concentración de 126 mg de cianuro por litro- se vertieron por los canales de desagüe al río Lapus, un afluente del Somes (Szamos), a través del cual alcanzaron el río Tisza y el curso superior del Danubio a su paso por Belgrado, para desembocar finalmente en el mar Negro.
Hubo una gran mortandad de peces aguas abajo del derrame, mientras que no fueron documentadas consecuencias graves para las poblaciones existentes en las riberas. En realidad, el vertido tuvo lugar en una zona ya contaminada con metales pesados tras una larga historia de explotación minera y tratamiento de metales. Se concluyó que el accidente se había producido en una región en la que existían instalaciones mal gestionadas y conservadas y con escasos o nulos controles por parte de las autoridades locales.