Como la guerra de Malvinas en el interior del mundo militar: no se habla de aquel cruento desaguisado. Y si se habla se habla en voz baja. Con solapas de capotes levantadas y pispeando los laterales. Sin ánimo de espíritu crítico. Colocando las responsabilidades donde no corresponde. O, en todo caso, en un "allá", en ese "un tan lejos" del que hablaba Ezequiel Martínez Estrada que, por lo difuso, no explica nada.
-Sí, sí, eso sucede en el radicalismo: no se habla de cómo terminó el gobierno de Raúl ni de cómo terminó la Alianza -dice Juan Pablo Baylac, ex vocero de Fernando de la Rúa presidente y dos veces diputado nacional.
Pero la historia pesa. Y su peso se duplica cuando no se la rastrilla, cuando no se la desmenuza en procura de explicaciones de por qué sucedió esto o aquello. Cuando se evita voluntariamente la autocrítica. O cuando sólo se la toma en términos de campo de batalla, en términos exigidos por la contingencia de la política y nada más.
El partido jamás alentó una revisión crítica de lo sucedido con los dos gobiernos que lo llevaron al poder desde el inicio de la transición. Ni para el acelerado y tumultuoso final de la administración Alfonsín ni para el descalabro -sangre mediante- en que se desbarrancó el gobierno de la Alianza. Ni siquiera organizó un grupo de trabajo destinado a investigar esas historias y fijar posición oficial de cara a ellas. Decisión que es común a conservadores y laboristas británicos: cuando sus gestiones finalizan se las explora críticamente. Y se habla de sus más y de sus menos.
Ni siquiera en esa expresión de liturgia partidaria que son las convenciones anuales del partido el radicalismo ha debatido en términos abiertos, generosos, de cara al futuro, lo sucedido con aquellos gobiernos. Es más, en la de noviembre del 89, realizada en Mar del Plata, la Juventud Radical llegó con ganas de preguntar. Lucía desgastada, deshilachada. Había puesto fuerza, voluntad, calle y más calle en defensa de la gestión Alfonsín. Pero Raúl Alfonsín ordenó las piezas para que nada se fuera de madre. Silencio de sacristía.
-Los radicales tenemos un problema con nuestra propia historia, con lo que hemos hecho bien y con lo que hemos hecho mal. Nos perseguimos, somos vergonzantes. Y, si no, mire lo sucedido con Arturo Illia: hemos tardado años en defender organizadamente su gobierno -señala Emilio Gibaja, abogado forjado en la FUA y la UCR en los tiempos fieros del régimen de Juan y Eva Perón. Días en que fue preso y torturado. Autor, junto con el periodista Rodolfo Pandolfi, de un interesante libro: "La democracia derrotada. Arturo Illia y su época".
Pero ahora no se trata de historias lejanas. Se trata de historias frescas. Procesos que no se han entibiado en la memoria de millones de argentinos. Se trata de los términos en que llegaron a su fin las gestiones de Raúl Alfonsín y Fernando De la Rúa.
Acto seguido, de la consecuente imagen instalada en la opinión pública sobre la capacidad del radicalismo para gobernar.
-Así de simple. No es un interrogante complejo de entender -señala Oscar Aguad, presidente del bloque de diputados de la UCR en la cámara baja y
hombre que, para irritación de no pocos veteranos correligionarios del partido, expresa una manifiesta consustanciación con el ideario de Arturo Frondizi.-Así de simple: se nos reconoce capacidad para la lucha por el poder, pero sobrellevamos la sospecha de que no sabemos gobernar -señala Aguad.
Juan Manuel Casella coincide con este diagnóstico: "¡Lo dice la gente, qué nos vamos a engañar! ¡Y lo dice desde lugares concretos de nuestra historia!". Dirigente bonaerense muy respetado en el mapa radical, ex candidato a gobernador bonaerense en el 87 y ex candidato a vicepresidente de la Nación en fórmula que lideró Eduardo Angeloz en el 89, en estos años Casella ha estudiado a fondo la imagen del partido en función de gobierno. Un año atrás, "el 60% de los argentinos que sostiene que no servimos para gobernar disminuye al 40% cuando se trata de juzgar cómo gobernamos provincias y a un 30% en lo que hace a municipios".
-Es posible -dicen en el seno del partido- que hoy hayan mejorado debido al papel proactivo que tiene el partido desde su lugar de oposición y también debido a que muda nuestra dirigencia. Pero que persiste la desconfianza, persiste.
A los 51, años el mendocino Ernesto Sanz asume descarnadamente la historia del fracaso de la Alianza. Senador nacional y flamante presidente de la UCR, desde hace semanas ya no disimula su aspiración de ser el candidato del partido a la Rosada en el 2011. Cuando reflexiona sobre las crisis que apuraron la salida de Alfonsín y la estampida de De la Rúa establece diferencias sustentadas en contenidos de uno y otro caso. Veamos.
? Con Raúl hubo un proyecto de poder que logró objetivos singulares y compartidos por el conjunto. Logros concretos, pero de ejercicio de poder. Y si se fracasó en el manejo del tema inflacionario -cuestión grave por cierto- esto no puede igualmente generar una mirada simplista que no tenga en cuenta los logros.
? Con Fernando no hubo proyecto de poder. Se llegó al gobierno frívolamente.
Conclusión para Sanz: en la memoria de la opinión pública está "más instalado el fracaso de la Alianza que la suerte final corrida por el gobierno de Alfonsín, una suerte que a la hora de buscar culpas podemos encontrar incluso culpas afuera del gobierno y del radicalismo. Pero en el caso de la Alianza no podemos echarle la culpa a nadie. Es toda nuestra".
-¿Cómo se recupera la confianza?
-Con un proyecto de poder sustentado en ideas claras, precisas, sobre los problemas nacionales. Proyecto expresado sin ambigüedades ni retórica bajo dictado emocional. La política ya no emociona. La gente quiere que le sirva, no que la entretenga. En ese marco, el radicalismo debe ser algo concreto, no algo etéreo.
Ambigüedad: término con mucha historia en la vida del radicalismo. Hace ya dos décadas, cuando su pluma se lucía en la interesante revista "Unidos", Carlos "Chacho" Álvarez acuñó una reflexión con la que suele machacar hoy al razonar pasados y presentes de la política nacional: "La política no aguanta mucho tiempo la ambigüedad".
Sentado en Plaza del Carmen, otro senador radical señala a este diario: "Si queremos recuperar la confianza, lo primero que tenemos que hacer es llevar candidatos con convicciones firmes y personalidad para sostenerlas. No podemos más de esto, dice el senador y extrae el libro más revelador del drama que fue la Alianza: "Sin excusas", de "Chacho" Álvarez y Joaquín Morales Solá.
-Yo tengo mis enojos con "Chacho", pero en esto tiene razón. Dice que la elección de De la Rúa como candidato a presidente fue "el resultado de un prestigio constituido sobre la base de la simulación", que "supo mostrarse como una figura republicana y austera pero en realidad apañaba lo peor y lo más viejo" de lo que entendemos por régimen político. Nunca más el partido puede elegir a alguien así para nada, ¡para nada! -dice el senador. Luego pide reserva de su nombre por aquello de evitar el río revuelto.
Y, mientras ve partir al senador, este diario recuerda otra ajustada sentencia del talentoso Joaquín Morales Solá. Está en otro de sus libros, "El sueño eterno. Ascenso y caída de la Alianza". Sentencia que tiene que ver con cómo se reflejan en el partido muchas de las conductas de ese plano de la vida nacional. "No se puede hablar de este período (el de la Alianza) sin detenerse en De la Rúa. Es un típico exponente de la clase media argentina, medido en sus gestos, cauteloso en sus palabras, cuidadoso de que las malas cosas no se vean aunque sucedan".
Cuando Horacio González, sociólogo y director de la Biblioteca Nacional, reflexiona sobre el radicalismo suele deslizar una ironía: "Puesto a ejercer el poder emerge su drama: nunca se quiere parecer ni siquiera un poquito al peronismo. Y a veces quizá no sea malo parecerse al peronismo a la hora de ejercer el poder. Si lo hicieran, capaz que el peronismo no gana nunca más una elección".
Pero ¿qué es ejercer el poder en términos peronistas? Un punto de partida para una respuesta se puede extraer de Crisólogo Larralde, que lidió con el peronismo nada menos que en tierras de Avellaneda y más al sur. "En política siempre hay que ser algo, algo hacia adelante... estos tipos (por el peronismo) nos llevan adelante porque hacen eso: ser algo hacia adelante. Nos gusten o no, son eso".
En uno de los más lúcidos ensayos que se han escrito sobre este tema -"El menemismo y el poder"-, el sociólogo Sergio Labourdette sostiene que, se "analice e investigue por donde se lo haga, en el peronismo siempre aparecen el giro inesperado, la lógica secreta, la irrupción imposible, la crisis permanente, el renacimiento insospechado y especialmente la energía indomable. Y el poder, siempre el poder como meta y como medio".
En línea con este punto de vista, "Chacho" Álvarez habla de la existencia de un denominador común del peronismo a la hora de ejercer el poder: "Está dado -dice- por la exaltación y jerarquización de un sistema de poder, por sobre la necesidad de respetar y fortalecer las instituciones de la democracia".
Si se acepta que esta práctica y cultura del ejercicio del poder es una realidad específica del peronismo, ¿cómo la siente la gente? Para el sociólogo Julio Godio, director del Instituto del Trabajo y autor de docenas de libros y ensayos sobre el sindicalismo argentino y latinoamericano, la respuesta se condensa en una realidad: "Como solución y como problema. Cada una a su tiempo. Las dos crisis más graves sucedidas en la transición correspondieron a gobiernos radicales. Y la respuesta superadora vino desde el peronismo y la gente lo apoyó. Pero luego ese apoyo se resiente debido al propio estilo de ejercicio del poder que define al peronismo.
El senador Sanz está convencido de que prima cierto grado de injusticia en la vara con que la sociedad mide al radicalismo y el peronismo. "El país le perdona mucho al peronismo, pero no tanto al radicalismo. El peronismo puede ir a elecciones dividido en cuantas fracciones quiera y la gente no dice nada. Si eso lo hacemos los radicales, la gente dice ´Ahí están los radicales, peleándose de nuevo´ -sostiene-. Lo que pasa es que el radicalismo representa el inconsciente del ´debe ser´ y el peronismo, el del ´ser´. Nuestro país se debatió durante toda su historia entre el debe ser y el ser sin lograr nunca encontrar un equilibrio justo".
Pero claro, en términos del desarrollo de la historia, el "equilibrio justo" suele ser sólo una aspiración.
Carlos Torrengo
carlostorrengo@hotmail.com