"El partido radical -analizado recurrentemente como un caso particular, difícilmente integrable a cualquier tipología- no se diferencia sustancialmente de los partidos que, producto de la ampliación del sufragio y de la necesidad de reclutar electores, se desarrollaron en Europa y en los Estados Unidos en el momento del tránsito a la democracia de masas. En la perspectiva de Hobsbawn en ´La era del imperio´, estas agrupaciones tenían características comunes que pueden ser raídamente asociadas al radicalismo. En primer lugar, se trataba de movimientos ideológicos, es decir, representaban una visión global del mundo. Nacionalismo, democracia o socialismo constituían el nexo de unión, sin importar cuáles fueran los intereses materiales que también representaban: era eso, más que el programa político concreto, específico y tal vez cambiante, lo que para sus miembros y partidarios constituía algo similar a la ´religión cívica´ que para Jean-Jacques Rousseau y para Durkhein, así como para los otros teóricos en el campo de la sociología, debía constituir la trabazón interna de las sociedades modernas.
"Así, la veneración a las figuras de sus líderes que se expresaba en los retratos de Gladstone o de Bebel pegados en las paredes de las casas modestas, representaba más que el hombre en sí mismo la causa que unía a sus seguidores. Y, finalmente, no implicaron la desaparición de las influencias locales ni del caudillismo o las prácticas clientelares, aunque sí superaron los marcos regionales de la política y fue el partido el que produjo al notable".
(Ana Virginia Persello en "El partido radical. Gobierno y oposición, 1916-1943"; Siglo XXI editores, Buenos Aires 2004, págs. 14 /15. Persello, profesora de Historia Argentina del Siglo XX en la Universidad Nacional de Rosario, se especializó en historia del radicalismo. En este campo tiene publicado "El radicalismo en crisis, 1930-1943" y en el 2007, por Editorial Edhasa, "Historia del radicalismo", que incluye la suerte del gobierno de la Alianza)