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  Viernes 26 de Febrero de 2010  
 
 
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  Malvinas, quizá nunca más?.
Argentina debe asumir que quizá Gran Bretaña jamás devuelva las islas o lo haga en un proceso que se medirá en generaciones. En la guerra, Londres también dejó sangre allí y no la negociará sin más. .Y se suma el interés energético. Por Carlos Torrengo.
 
 
 
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"El día en que Japón atacó Pearl Harbor fue el de mayor gloria militar para Japón, pero también el día que comenzó a perder la guerra con los Estados Unidos".

La reflexión tiene más de 60 años. Corresponde a Arthur Schlesinger, talentoso historiador norteamericano que fue asesor de John Kennedy, relación que plasmaría en un libro apasionante: "Los mil días de Kennedy".

La conclusión de Schlesinger es práctica para diagnosticar -especulación mediante- lo que le sucede a nuestro país en relación con Malvinas.

Bien podría concluirse que "el día en que la Argentina desembarcó en las islas fue el día que las perdió para siempre", como señalaron en su momento algunos analistas.

No se trata de resignación. Sí de una lectura racional del statu quo, del damero de poder que se generó tras la derrota argentina en la guerra del Atlántico Sur. Un cuadro de situación legítimamente favorable a Gran Bretaña por una razón simple: ganó la guerra.

 

Ejercicio fáctico de poder

 

En su reclamo, la Argentina está siempre cercada por esa realidad de ejercicio fáctico de poder. Una realidad inmodificable al menos en los tiempos que nos es dable especular. Varias generaciones, por caso.

Realidad que cuando "se complica por demás" -reflexionó hace ya varios años en excelente artículo el embajador Juan Pablo Lolhe-, Argentina "organiza alguna reunión con amplia difusión en los medios de comunicación nacionales".

Cónclaves para lograr respaldo a la causa nacional por las islas, pero insustanciales en términos de lesionar el poder de Gran Bretaña en el Atlántico Sur.

¿O no tiene mucho de esto lo que está sucediendo a partir de la decisión del Reino Unido de buscar petróleo en los alrededores de las islas?

Pero tampoco hay nada nuevo en todo esto. Nadie puede sorprenderse por las decisiones de Londres en esta materia. Tampoco por la firme determinación con que ejerce su poder.


En 1988 se realizó en Buenos Aires el más importante de todos los seminarios concretados sobre el diferendo Malvinas. Lo organizó el Centro de Investigaciones Europeo-Latinoamericano y la Universidad de Warwick, y participaron 38 académicos y especialistas en temas internacionales. El argentino Adrián Hope presentó un trabajo cuya vigencia de contenido ilustra hoy, a 22 años, sobre la naturaleza de la postura británica. Veamos:


• Antes de 1982, Gran Bretaña estaba dispuesta a discutir el tema de la soberanía. Hoy esa posición ha variado completamente.


• Antes de 1982, Gran Bretaña aceptaba el concepto de que la descolonización de las Malvinas estaba siendo intentada en consecución de políticas decididas por la Asamblea General de las Naciones Unidas en el marco de la resolución 1514 de 1960, que establece -entre otras cuestiones- que "cualquier tentativa dirigida a destruir total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país, es incompatible con los fines y principios de las Naciones Unidas". También contaban, para el período anterior a la guerra de 1982, otras resoluciones de la ONU direccionadas concretamente para el caso Malvinas. Tras la guerra, todo ese marco resolutivo de la ONU ya no era considerado por Gran Bretaña como base para dialogar con la Argentina. De hecho Londres ha reemplazado las iniciativas de la ONU, para el caso Malvinas, por sus propias políticas.


• Antes de 1982 la política británica hacia las islas descansaba sobre la suposición legal de que el statu quo en las Malvinas era precario y que como resultado de las negociaciones con la Argentina "algún cambio" debía producirse eventualmente. Hoy en día - tras la guerra del Atlántico Sur-, todo parece indicar que el nuevo statu quo que arrojó ese enfrentamiento es visto por Gran Bretaña como un hecho permanente de la vida que todos deben aceptar, incluyendo la Argentina.


• Antes de 1982, Gran Bretaña no había tomado medidas unilaterales en los ámbitos militar y económico que pudieran representar un obstáculo para un posible arreglo con la Argentina. Desde 1982, como consecuencia de su nueva actitud, Gran Bretaña ha realizado inversiones sustanciales en obras públicas e instalaciones militares permanentes, ha establecido una zona de protección económica, ha permitido el otorgamiento de licencias de pesca a buques de banderas extranjeras y está promoviendo activamente el desarrollo de la economía  local (de las islas). Todo esto significa que Gran Bretaña está patrocinando abiertamente la creación de nuevos intereses.


• Para la Argentina, antes de 1982, el tema Malvinas estaba siendo tratado a través de carriles diplomáticos y de las Naciones Unidas. En consecuencia, salvo en casos excepcionales, la cuestión no fue considerada como justificando la interrupción de relaciones diplomáticas, por lo menos no hasta abril de 1982. Hoy en día, en vista del curso adverso de la guerra y de la nueva posición británica, la cuestión ha escalado en el orden de las prioridades y la obtención de "algún progreso" en la materia se ha transformado en uno de los objetivos fundamentales de la política exterior argentina.


Estas reflexiones integrantes de un documento, que aquí se sintetizó, datan de 1988. Para dar una idea del lapso transcurrido valen dos datos: por ese tiempo, Margaret Thatcher gobernaba Gran Bretaña y Raúl Alfonsín la Argentina.

El progreso tolerado y posible

 

En clave al realismo objetivo, tajante, inequívoco y de singular vigencia que caracteriza al diagnóstico de Adrián Hope, cabe una pregunta: ¿cuál es el "algún progreso" logrado en la transición por la Argentina en relación con el caso Malvinas y la consecuente relación con el Reino Unido?

Uno solo: haber restablecido -administración Menem mediante- las relaciones diplomáticas con Gran Bretaña. No más.

Pero en ese arco de tiempo, que nace en aquel diciembre a hoy, hubo y persisten decisiones políticas por parte de la Argentina absolutamente contraproducentes para el manejo del conflicto. No fueron ni son decisiones neutras. Reflejan percepciones erróneas por parte de la Argentina de las cuotas de poder que tiene para incidir en diferendo a favor de sus intereses. Percepciones que no computaron ni computan la reducida capacidad de maniobra de gravitación para modificar la política británica para las islas.

Hay dos casos paradigmáticos en esta materia:

Uno: encerrada en una visión absurda de lo sucedido en el Atlántico Sur en el '82, no bien asumió la administración Alfonsín, operó frontalmente sobre Londres. Primero, no insinuó la más mínima intención de restablecer vínculos diplomáticos. Segundo, buscó debatir la soberanía argentina sobre las islas. Operando desde esa postura, fracasó en 1984 la reunión de Berna entre ambas naciones. Inglaterra se negó a dialogar sobre la cuestión. La administración Alfonsín quedó acorralada. En vez de acercarse al problema oblicuamente o desde los laterales -es decir hacer política-, retroalimentó el diferendo. Lo hizo desde una autoestima lastimada. Respondió con determinaciones insólitas, inmaduras. Por caso: firmó acuerdos de pesca para el Atlántico Sur con la entonces URSS y Ucrania. Acuerdos con alcance a aguas argentinas, pero bajo dominio británico desde la guerra del '82. El Reino Unido respondió ampliando la zona de protección económica exclusiva. Conclusión: la Argentina perdió tiempo; Londres ratificó su poder.

Dos: otro caso paradigmático de la baja calidad de la política exterior argentina en el tratamiento del diferendo con Gran Bretaña hace a la administración K. Recién días atrás decidió designar nuevo embajador en Londres.

Por razones explicables sólo desde dictados de nacionalismo pueril, mamarracho, hace dos años el gobierno nacional dejó vacante la sede diplomática. Generó así una situación estéril, ajena a toda racionalidad. Intentó con eso endurecer el vínculo con Gran Bretaña, que ignoró con desdén la bravuconada.

En fin, vale aquí el recuerdo de una sentencia del Informe Rattenbach, o sea la investigación sobre la conducción política y estratégico-militar de las Fuerzas Armadas Argentinas en la Guerra de Malvinas.

Trabajo sólido, riguroso, en una de sus conclusiones sobre las negociaciones abiertas a partir del 2 de abril del '82, el informe señala: "La facilidad de la ocupación sin resistencia y el júbilo popular ante la reivindicación que erróneamente se interpretó como un vuelco masivo de la población en apoyo del gobierno, afectaron el discernimiento objetivo, que quedaron atrapados por el tono bélico de sus declaraciones y recursos".

Aunque sin tonalidades bélicas, desde aquella guerra la política argentina sobre Malvinas está recurrentemente caracterizada por carencia de "discernimiento objetivo" sobre cómo tratar con Gran Bretaña.Que, quizás, se quede para siempre en ese archipiélago.

 

Territorialismo



"Benedict Anderson explica que el nacionalismo es más una constante cultural hegemónica del sentido común, tácitamente compartida, que una ideología. Ese nacionalismo cultural, difuso, más social que propiamente político, no necesariamente da fuerza y proyección al nacionalismo ideológico, militante, de los nacionalistas. En el caso argentino, como en muchos otros, este último  nunca encontró, en el nacionalismo de los argentinos, tierra fértil en que desenvolverse. El nacionalismo militante, sistémico o antisistémico, de elite o contraelite, chocó una y otra vez contra corrientes políticas que, como el liberalismo, el radicalismo, el socialismo o el peronismo, se desplazaron más cómodamente en el terreno de ese sentimiento difuso y lograron expresar a grandes grupos sociales. Pero si estas identidades políticas extrajeron parte de su fuerza de las raíces que enterraron en el nacionalismo de los argentinos, pagaron también su precio por ello: el nacionalismo es un componente identitario de primera magnitud que las aproxima entre sí mucho más de lo que podían desear. A su vez, a pesar de que el nacionalismo de los nacionalistas y el nacionalismo de los argentinos son como parientes cercanos que no se tratan, los une un rasgo fundamental, su énfasis territorialista. Como interpelación nacionalista, el territorialismo es muy poderoso: intuitivamente comprensible, se presenta como una misión del Estado por excelencia: el territorio, silencioso, habla como la voz de la nación y corrobora la unidad y la armonía que los nacionalismos postulan. La fuerza del territorialismo en los nacionalismos argentinos se puede quizá entender en un Estado y un país que se estructuraron, vertiginosamente, en virtud de su poder de interpelación  ante grupos sociales que no tenían entre sí mucho más en común que el suelo: el suelo heredado de los patricios era el mismo que el que habían "elegido" napolitanos, genoveses, calabreses, gallegos, andaluces, judíos, siriolibaneses, pero ni la lengua, ni el pasado, ni ninguna otra cosa les eran comunes. Si, al decir de Tulio Halperin Donghi, se trataba de encontrar una nación para el desierto argentino, se podía concluir que en el desierto estaba la esencia misma de la nación".

(Marcos Novaro y Vicente Palermo en "La dictadura militar 1976 / 1983"; Edt. Paidós, Bs. As, 2003, págs. 436 / 437).

 

Gran Bretaña se aferra al interés de los isleños


REDACCIÓN (AFP/BBC/).- El gobierno de Gran Bretaña ha tomado con una cuidada indiferencia la medida argentina que restringe la navegación hacia las islas Malvinas en represalia por las exploraciones petroleras unilaterales, aunque la prensa local no tardó en revelar supuestos refuerzos militares en la zona del archipiélago.

Para los expertos, el incidente por las islas Malvinas no pasará de un fuego cruzado de comunicados y acciones diplomáticas entre Londres y Buenos Aires.

"No veo que la retórica pueda degenerar en otro conflicto", aseguró Michael Codner, director de ciencias militares en el Instituto Rusi de Londres. ¿La razón? "Londres, que tenía en 1982 un puñado de marines en las Falklands (nombre británico de las Malvinas), dispone hoy de una presencia mucho más importante con una guarnición y una fuerza disuasiva en tierra, mar y aire", agregó.


Y cuando el vicecanciller argentino Victorio Taccetti denuncia la decisión "unilateral e ilegítima" británica de explotar recursos naturales argentinos, precisa que defenderá su causa "por medios pacíficos" ante la ONU. "Lo bélico está excluido de nuestro horizonte", insistió Taccetti .


Y cuando el Foreign Office británico afirma el carácter inalienable de la soberanía británica sobre las islas desde 1833 y reivindica la legitimidad de las perforaciones, lo hace elogiando la excelente cooperación anglo-argentina en numerosos ámbitos.


En el medio, dos argumentos: los muertos ingleses en la "recuperación" (reusurpación para Argentina) del archipiélago y el deseo de los "kelpers", como se les dice a los habitantes de las islas, de permanecer en el Reino Unido.


Esta tesis del derecho de los isleños a la "autodeterminación" por sobre el reclamo de soberanía histórica hecho por la Argentina tuvo hace poco un fuerte antecedente con la independencia de Kosovo de Serbia, hace ya dos años, por decisión de sus habitantes. Esta controvertida medida sólo ha sido reconocida por 65 de los 192 Estados de la ONU, ya que muchos países temen un "efecto dominó".


Este punto fue destacado por el encargado de Europa y América Latina de la cancillería británica, Chris Bryant, en una entrevista con BBC. "No tenemos ninguna duda sobre nuestra soberanía. Nosotros creemos en la autodeterminación de los isleños para decidir su futuro. Ellos quieren ser británicos", dijo Bryant. En ese sentido el respaldo diplomático a la posición argentina en la cumbre de América Latina y el Caribe en la Argentina no "preocupa" a la cancillería británica. "No es la primera vez que América Latina y el Caribe apoyan la posición argentina, pero no pasa de las palabras. Cuando Hugo Chávez dice que Gran Bretaña tiene que devolver las islas a la Argentina, me acuerdo que él siempre habla de autodeterminación. Nosotros también creemos en la autodeterminación de los isleños para decidir su futuro". Este dato es usado por el Reino Unido para explicar que reivindique la soberanía de un territorio que está a 10.000 kilómetros de distancia. En su entrevista con la BBC Bryant no vio contradicción alguna. "Yo soy galés. No inglés, pero sí británico. Muchos galeses vinieron de Francia en el siglo XI. Ese debate histórico no significa mucho".


Y está lo económico. Según la Sociedad Geológica Británica, las reservas en torno a las Malvinas podrían alcanzar los 60.000 millones de barriles o el equivalente del yacimiento del mar del Norte, que contribuyó a 25 años de prosperidad en el Reino Unido. (Ver infografía)


   

AP

   
 
 
 
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