Quienes hemos adscripto a la poderosa subcultura política de los comunistas conocimos la experiencia de un encuadre estalinista. Desde adentro pudimos vivir el estalinismo que era duro en lo organizativo, en sus pretensiones históricas, pero "blando" en su ejecución. Los jefes comunistas argentinos nunca hicieron purgas masivas. En su historia de casi un siglo sólo el faccionalismo de los "maoístas" -hacia mediados de los sesenta del siglo pasado- provocó una dura ruptura de creencias junto a la mayor pérdida de efectivos de su primer medio siglo, sobre todo en su sector juvenil. Eso ocurrió en tiempos en que asomaba la etapa más violenta de la política argentina. Aun frente a ese dramático trance el PCA eludió sentenciar a sus desertores eligiendo la vía de la eliminación física, como sí ocurrió en los estados del este europeo, igual que en otros donde los comunistas no eran gobierno. De forma similar, los nuevos comunistas del PCR podían exhibir una férrea conducta militante junto a una de las más formidables maquinarias partidarias con pretensiones revolucionarias. También para ellos contaba el legado del estalinismo de Codovilla, Ghioldi y Arnedo Álvarez, entre otros.
Al participar de esa cultura política estábamos convencidos del hombre blindado, de acero. Una imagen forjada antes de ese hombre nuevo que la fe guevarista popularizó a través de la voz de la Revolución Cubana y su fracaso militar en Bolivia. Es que antes de la tragedia del Che hubo comunistas estalinistas en la España de la Guerra Civil y luego en Vietnam, Angola, Nicaragua, Chile y El Salvador, entre otros tantos destinos.
Los comunistas vivíamos ese estalinismo de una humanidad diferente forjada en las certezas del materialismo histórico. También, sobre todo en tiempos de la Guerra Fría, de la defensa de una "madre patria" proletaria, la Unión Soviética.
El estalinismo siempre fue una experiencia "importada" o en todo caso fue el resultado de pertenecer a una familia internacional. Los comunistas argentinos no estábamos solos, contábamos con un "bloque" socialista.
Pero ese estalinismo no pudo con la cultura política de los argentinos, más abierta al cambio de fe política, especialmente después de que el peronismo impusiera su particular visión de la sociedad y de un hombre "nuevo". A pesar de ello hubo una maquinaria que seguía bajo la dinámica de aquel verticalismo del centralismo democrático de invención leninista. Ese estalinismo se mantuvo en pie y su ejemplo más dramático estaba en los fuertes virajes de la línea política. Si no, ¿cómo explicar los brazos extendidos por la dirigencia partidaria a un sector de las Fuerzas Armadas argentinas para evitar la imposición del "pinochetismo" argentino a fin de dar aire a generales "democráticos", todo ello en tiempos de la última dictadura militar? El encuadramiento de los militantes y adherentes del PC a esa fórmula fue parte de su último momento estalinista. Lo que siguió daba cuenta de ese estalinismo "blando" que se expresaba tanto en una gran puerta partidaria abierta de ingreso y otra no menos amplia para salir. Basta con repasar algunas listas de quienes adhirieron al PC para ver esas entradas y salidas. Muchos de ellos son figuras de la cultura, la política y los negocios.
Frente a este tiempo despojado de sus convicciones, autodenunciando su modo organizacional estalinista, el comunismo vernáculo recibió su golpe de gracia cuando a fines de los ochenta del siglo pasado derrapó la URSS. El comunismo actual es un recuerdo, no menos interesante que muchas culturas políticas ya extinguidas en nuestro territorio político.
GABRIEL RAFART