Lo que cualquiera escribe, sólo adquiere sentido a partir de la presencia de un lector.
Antes de que éste haga su aparición, consumiendo el texto, estudiándolo o dejándose envolver por él según el caso, las palabras impresas son sólo manifestaciones en espera, expresión frustrada, desgarro o autosatisfacción de quien dice algo con la esperanza de ser escuchado.
Hay quienes tienen el don de encantar con sus palabras. Son aquellos que saben hilar los términos de manera tal que nos atrapan en su red semántica de la cual no queremos ni podemos escapar, devorando las páginas hasta el final de cada historia.
Escritores, periodistas y poetas se adueñan de las palabras y nos alimentan a veces el intelecto, otras el afecto o la fantasía. Los escritores/periodistas nos conectan con la realidad o nos invitan a imaginar, haciéndonos en definitiva lecto-devoradores de sus fuentes.
Con la muerte de Tomás Eloy Martínez los lectores nos quedamos sin una fuente de maná.
El improbable alimento mágico que fluía en el desierto mantuvo a todo un pueblo en los inicios de la diáspora bíblica y hoy se repite en su fluencia a través de cada relato, cuento o novela que nos saca de la realidad a veces yerma y nos introduce en mundos que de tan inexistentes llegan a ser reales, mientras transcurrimos desde la primera frase hasta el final de un libro de ficción.
Cuando las ficciones narran la realidad histórica, y casi toda la novelística de Tomas Eloy Martínez se trata de ello, el pasaje realidad/fantasía/realidad es un continuum serpenteante a través de cada página que desorienta, fascina y al mismo tiempo hace pedagogía de la historia viva.
En ese sentido es probable que el Martínez periodista haya alimentado al escritor de una constante dosis de realidad, de incontables personajes existentes y de circunstancias cotidianas tan ciertas como increíbles con las cuales iba construyendo su universo ficcional.
En otro sentido, cuando leemos una crónica de la realidad -entiéndase artículo periodístico-, a veces nos suele pasar lo mismo. Cuando un periodista es escritor, y Tomás Eloy Martínez lo era, sucede que aunque sea en un breve relato de actualidad nos termina "contando" un cuento, "narrando una historia" que trasciende lo informativo y se transforma en una pequeña creación literaria.
La literatura argentina ha tenido varios de estos exponentes que, mal que les pese a los académicos de letras que suelen motejarlos de hacedores de un arte menor, han calado masiva y hondamente en nosotros, los lectores.
Pondría entonces sin temor en el mismo estante de la biblioteca, aun a costa de estar cometiendo sacrilegio y a espaldas de cualquier consideración crítica o de jerarquías, a quien hoy recordamos, junto a Roberto Arlt, Osvaldo Soriano, Martín Caparrós, Marcelo Birmajer, Orlando Barone y por qué no a los foráneos pero universalmente nuestros Ernest Hemingway y Graham Greene, todos escritores/periodistas de relatos inolvidables.
El coronel Mori Koenig, la santa Evita, el general Perón, Arcángelo Gobbi, Julio Martel, el cantor de tangos que nunca grabó, el desaparecido Simón Cardozo, la masacre de Trelew y la matanza de Ezeiza existen para los lectores de Tomas Eloy Martínez en una dimensión literaria, donde fueron noticia y son novela.
Desde el punto de vista de un simple lector, Tomas Eloy Martínez queda impreso como un dador de imaginación, a quien debemos agradecer que nos contara historias ciertas como si fuesen cuentos y haya escrito monumentales novelas indiscutiblemente realistas.
(*) Psiquiatra y concejal roquense