El ex presidente estadounidense Bill Clinton, enviado especial de la ONU a Haití, dijo esta semana que el país puede ser convertido en un mejor lugar que el que era antes de que lo azotara un devastador terremoto. Pero ¿es posible realmente? ¿O las lecciones de la historia y las circunstancias de la nación presagian otra cosa?
A través de la historia humana las ciudades han recibido golpes letales.
Hace casi 2.000 años Pompeya fue enterrada por la ceniza volcánica del Monte Vesubio. Hace menos de 15 años, gran parte de la isla caribeña de Montserrat fue devorada por flujos de piroclastos. Su capital, Plymouth, es ahora un cementerio de edificios medio sumergidos en desechos volcánicos y una nueva capital está siendo construida en otra parte de la isla.
En otras ocasiones las ciudades se han recuperado. Nagasaki e Hiroshima lo lograron tras haber sido reducidas a escombros y quedado contaminadas de radiación a fines de la Segunda Guerra Mundial. Y San Francisco, arruinada en 1906 por un terremoto y un incendio, en cuestión de días lanzó un ambicioso proyecto de reconstrucción acompañado por el atinado pronóstico de George Pardee, el gobernador de California en ese entonces, de que la metrópolis sería "reemplazada en una escala de mucho mayor magnificencia que nunca antes´´.
Sin embargo Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, enfrenta numerosos obstáculos en su camino a la recuperación.
El gobierno haitiano, debilitado incluso antes de la calamidad del 12 de enero, prácticamente no funciona.
Durante los últimos seis años, las fuerzas de paz de las Naciones Unidas han estabilizado el país después de que el presidente Jean-Bertrand Aristide fuera derrocado por una rebelión sangrienta. Las tropas internacionales retomaron el control de los barrios pobres de Puerto Príncipe que estaban comandados por pandillas delictivas y proporcionaron seguridad, al tiempo que en otras partes del país se registraron algunos indicios de crecimiento económico.
Pero todo ello fue desbaratado en segundos cuando el terremoto destruyó fábricas y hoteles al tiempo que dañó una cárcel, lo cual permitió que se fugaran algunos jefes pandilleros.
"Para empezar, Haití ya era un país extremadamente pobre. Esto (el sismo) encima de todo aquello fue devastador", afirmó Jonathan Reckford, director general del organismo de ayuda humanitaria Habitat for Humanity (Hábitat para la Humanidad), en una entrevista telefónica desde Puerto Príncipe. "El mundo necesita organizarse para respaldar a Haití´´.
Con ese fin, el Foro Económico Mundial dedicó su reunión anual del 27 al 31 de este mes en Davos, Suiza, para lanzar un esfuerzo global encaminado a integrar a las empresas en la reconstrucción de Haití.
Pero la corrupción es rampante en el país caribeño y podría descarrilar los esfuerzos de ayuda. La historia proporciona un ejemplo.
El recuerdo de Managua
El 23 de diciembre de 1972, un terremoto destruyó unas 600 manzanas de la capital de Nicaragua y mató a más de 10.000 personas. La escena apocalíptica fue similar a la de Puerto Príncipe.
Los habitantes que sobrevivieron caminaban aturdidos por Managua, prestando poca atención a los cadáveres que yacían en las aceras. No había agua, alimentos ni electricidad. El mundo respondió, pero el régimen del presidente Anastasio Somoza se encargó de desviar la ayuda hacia funcionarios corruptos. El centro de Managua nunca fue reconstruido y hasta la fecha tiene sectores en ruinas. El terremoto azuzó la insatisfacción de los nicaragüenses con Somoza, que a la larga fue derrocado.
El sismo de 7 grados de magnitud que azotó Haití el 12 de enero fue aún peor que el de Nicaragua porque, además de provocar la muerte de aproximadamente 200.000 personas y dejar sin hogar a dos millones, desarticuló al gobierno y dejó al país prácticamente sin uno que funcione. Arruinó el palacio presidencial, el parlamento, ministerios gubernamentales, la sede de la ONU y la catedral católica, entre miles de otras estructuras.
Reckford, cuyo Habitat for Humanity está ayudando a las familias haitianas a rescatar materiales de sus hogares en ruinas para reconstruirlos y les proporcionará herramientas y materiales de construcción, dijo que espera que la recuperación de Haití tras este fenómeno natural lleve de cinco a 10 años.
Diversos gobiernos del mundo han prometido en total casi 1.000 millones de dólares en ayuda. Pero el compromiso sostenido, incluso después de que el próximo desastre ocurra en alguna otra parte, será esencial. Haití necesitará 10.000 millones de dólares a lo largo de cinco años, dijo el presidente Leonel Fernández de la vecina República Dominicana tras reunirse con su colega haitiano René Préval y otros funcionarios.
"Será enormemente difícil, pero creo que es posible reconstruirlo", afirmó Reckford. Y describió cómo la ciudad de Banda Ache, en Indonesia, que quedó desolada tras el maremoto del 2004 en el Océano Índico, ha sido reconstruida. (Ver aparte)
Pero Ben Ramalingam, que estudia desastres en todo el mundo y la efectividad de las respuestas para hacerles frente, argumenta que Haití se encuentra en una situación mucho peor que la de la docena de países inundados por el tsunami, porque esas naciones al menos tenían gobiernos funcionales que pudieron ayudar a sus ciudadanos y canalizar ayuda.
"Esto no puede compararse con otros desastres naturales donde había un Estado que funcionaba", dijo Ramalingam, de la Red Activa de Aprendizaje para la Rendición de Cuentas y el Desempeño en las Acciones Humanitarias.
Donde ha habido un Estado que funciona se han logrado otros resultados impresionantes.
En 1985, la Ciudad de México experimentó un terremoto aún más grande en magnitud que el de Haití, de 8,1 grados, pero hoy quedan pocos indicios visibles de lo sucedido, más allá de los malos recuerdos que sus habitantes aún albergan y de las denuncias de corrupción en algunas construcciones defectuosas. Desde entonces se han construido rascacielos con diseños a prueba de sismos.
Pero incluso el tener un gobierno funcional que desea ayudar no garantiza el éxito a largo plazo.
Un terremoto en 1988 arrasó las ciudades de Spitak y Leninakan y más de 100 poblados en Armenia, en aquella época perteneciente a la Unión Soviética.
Las autoridades de la URSS implementaron un esfuerzo de rescate en gran escala en conjunto con el ejército y prometieron que repararían las ruinas en tres años.
Más de 70 naciones se unieron al esfuerzo, pero luego surgió una guerra que involucró a Armenia y al vecino Azerbaiyán y después la Unión Soviética se desbarató. Una generación después, 6.900 familias aún aguardan una vivienda permanente. (AP)