Para desmitificar la imagen de "monstruosidad" del abusador me gustaría aquí incluir un párrafo escrito por la Dra. Giberti vinculado con el caso descubierto en Mendoza: "La sombra de la figura del padre se cierne sobre esta semantización híbrida, blandengue y confusionante, buscando preservar la figura sacrosanta del progenitor. Que cuando es realmente padre no precisa ser salvaguardado, porque se alcanza a sí mismo en su textura proteccional y orientadora de sus hijos. Pero los reproductores masculinos de la especie no son necesariamente padres, sino que históricamente se recrean como violadores de sus hijas". Esta afirmación genera problemas en el ordenamiento patriarcal de las sociedades y siempre arriesga que las almas buenas -bienaventuradas y respetadas sean- salgan al cruce con la afirmación: "¡Es una exageración! ¡Yo nunca conocí a alguien violada por su padre!" Así será porque durante siglos se silenció el tema y actualmente se busca digerirlo a partir del monstruo -lo espectacular al borde del linchamiento- y del abuso -la tibieza de la letra b, apenas sostenida entre los labios semicerrados al pronunciarla, la antítesis perfecta del desgarro brutal contra la genitalidad de la niña-. Ni monstruo ni abuso: incesto contra la hija niña que, para el colmo de su horror, desde el comienzo de su vida aprendió a amarlo". Debemos tener en claro que un "padre" que utiliza a su hija o hijo como objeto sexual no es un padre.