Entre las personas progresistas o de izquierda es común escuchar estereotipos negativos sobre la clase media.

De alguna manera estamos siempre predispuestos a "sacar el librito de Jauretche", como dijo una vez Chacho Álvarez, para repetir que la clase media nunca comprende los problemas nacionales, que oscila entre la clase alta y la baja pero termina siempre apoyando a los de arriba, que desprecia a los pobres y que es racista, etcétera.

Estos estereotipos nos vienen de los años de la Revolución Libertadora y la resistencia peronista. En ese entonces los convirtieron en sentido común Jauretche y otros de los grandes ensayistas de los años cincuenta y sesenta.

Esos estereotipos todavía condicionan muy fuertemente el modo en que pensamos el papel político de la clase media.

Y los llamo estereotipos porque, aunque indudablemente tienen mucho de verdad, oscurecen el hecho de que en muchos momentos de la historia nacional pudieron tejerse fuertes lazos de solidaridad entre la clase trabajadora y amplios sectores medios.

Aunque hoy parezcan brillar por su ausencia, esos lazos existieron en el contexto de 1917-1921, en los años treinta, por supuesto en la radicalización de los sectores medios (especialmente los jóvenes) en las décadas de 1960 y 1970 y, más recientemente, en las extraordinarias experiencias de solidaridad que marcaron la crisis del 2001 y el año extraordinario que le siguió.

La clase media no es necesaria e inevitablemente un conglomerado social con las características que le atribuyeron los ensayistas de los años cincuenta y sesenta. Sacar inmediatamente el librito de Jauretche para denigrar a la clase media es hoy signo de una cierta pereza mental.

Y no sólo porque impide visualizar la posibilidad de articular lazos de solidaridad más allá del escalón más bajo de la escalera social, sino también porque nos deja una cierta sensación tranquilizadora.

Porque cuando acusamos a la clase media de ser racista, de despreciar a los pobres, de votar a la derecha, de exigir seguridad o de imitar a los de arriba, estamos suponiendo implícitamente que la clase baja está libre de esos pecados.

Pero cualquiera que conoce el mundo de las clases populares sabe que también allí hay desprecio racista por el "negro", también allí se discrimina al villero, también allí hay aspiraciones a imitar a los de arriba o ascender socialmente y también allí hay individualismo, demandas de seguridad y caudales importantes de votos para la derecha.

Con todo lo que Jauretche tiene de estimulante y verdadero, tener su libro siempre a mano es hoy un obstáculo para el pensamiento.

El desafío político del momento pasa por volver a pensar, sin prejuicios ni estereotipos, el modo de construir lazos de solidaridad entre quienes no formamos parte de la clase dominante. Porque sin fortalecer esos lazos es impensable cualquier cambio más o menos profundo, cualquier política capaz de limitar el avance del capital sobre nuestras vidas.

(*) Doctor en Historia por la UCL/Universidad de Londres y licenciado por la Facultad de Filosofía y letras de la UBA. Ha sido investigador en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia, tarea que también cumple en el Conicet. Acaba de publicar "Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919 - 2003", primera investigación que aborda integralmente ese proceso social.