por ALEARDO F. LARíA
La expresión "progresista" está desplazando paulatinamente a la palabra "izquierda" en el vocabulario de la política. En ocasiones se emplea por superposición y en otros casos con la pretensión de designar algo diferente. El interés por el significado actual del progresismo en la Argentina del siglo XXI dio lugar a un interesante debate entre intelectuales progresistas, reunidos días pasados en Buenos Aires.
Al encuentro acudieron Fernando "Pino" Solanas, Fernando Iglesias y el intelectual brasileño Roberto Mangabeira Unger, para discutir el alcance del término progresista en una mesa redonda que se realizó en el local del Partido Socialista Obrero Español.
Tanto Solanas como Iglesias son conocidos dirigentes políticos, uno diputado electo y el otro en ejercicio. Roberto Mangabeira Unger ha sido minis- tro de Asuntos Estratégicos de Brasil y durante su profesorado en Harvard tuvo un discípulo excepcional: el actual presidente de EE.UU., Barack Obama.
El primero en abrir el turno de intervenciones fue Fernando Iglesias, quien justamente acaba de publicar un libro que se denomina "Qué significa ser progresista en la Argentina del siglo XXI" (Editorial Sudamericana). Iglesias, integrante de la Coalición Cívica, es un crítico filoso del gobierno de los Kirchner y su primera observación pasó por resaltar una curiosidad. Afirmó que en un momento en que la palabra "progresista" se intercambia con la expresión "izquierda", el gobierno progresista que pretende encarnarla en Argentina es un revival de las peores prácticas de las décadas del cincuenta y del setenta.
Mientras la palabra izquierda hace referencia a un dato espacial (un espacio a la izquierda del centro y de la derecha), la categoría progresista está relacionada con el tiempo. Progresista es el que apunta al futuro, mientras los conservadores pretenden congelar el presente y los reaccionarios hacernos retroceder al pasado. Esta nueva forma de clasificar las posiciones políticas tiene curiosos resultados, dado que se puede ser de izquierdas y al mismo tiempo conservador, como lo evidencia el caso de Fidel Castro en Cuba.
Para Iglesias, los desafíos del presente que enfrentan los progresistas hoy en día consisten, en primer lugar, en la pérdida de los sujetos históricos tradicionales, como la clase obrera y, como consecuencia, la necesidad de recomponer grandes alianzas que incorporen al centro liberal y democrático.
En segundo lugar, se debe pensar en un modelo de desarrollo y modernización no industrial, basado en el conocimiento y que, por tanto, asigne singular importancia a la educación. Otro desafío consiste en hacer frente al fenómeno de la globalización mediante la defensa de los intereses nacionales por nuevos métodos que no pueden ser ya concebidos desde el nacionalismo tradicional. Por último, señaló la necesidad de conformar instancias democráticas globales, puesto que actualmente todo se globaliza menos la democracia.
"Pino" Solanas toma distancias del gobierno K, al menos en el lenguaje. Así afirmó que el gobierno, con un tercio de pobreza y cinco millones de indigentes sobre sus espaldas, ha dejado vaciado de contenido el término progresista. En su opinión, el matrimonio K sigue profundizando el modelo menemista manteniendo una sólida alianza con grandes conglomerados de la banca, las petroleras, las empresas mineras y las agroexportadoras. Señaló que las grandes tareas actuales pasan por la lucha contra la marginación y la pobreza, recuperar las rentas de los recursos naturales, invertir en salud y educación y favorecer la capitalización de pequeños y medianos productores agrarios.
Roberto Mangabeira Unger es un intelectual de gran fuerza oratoria y pensamiento innovador. Comenzó señalando que había que radicalizar el impulso reformista de la época, pero sin abandonar el marco democrático vigente. En su opinión, para la actual socialdemocracia, hegemónica en el mundo, lo social es el azúcar que cubre propuestas muy tibias y poco audaces.
Afirmó que la tarea principal de la etapa pasa por dignificar a las personas y rebelarse contra un destino que las conduce a la miseria y marginación. En el terreno institucional, puso como ejemplo el radicalismo argentino, que nació tratando de integrar a las masas pero terminó aceptando el presidencialismo conservador de Madison. Al no renovar la democracia pecó de exceso de timidez y dejó un país vulnerable.
Los ejes de una nueva alternativa pasan, en su opinión, por dotar de un escudo económico a la rebeldía nacional.
Defendió los procesos endógenos de desarrollo señalando que ningún país se había enriquecido con el dinero de los otros países. Afirmó la necesidad de democratizar el mercado, no sólo regularlo. Habría que reconstruirlo institucionalmente en base a un nuevo modelo industrial pluralista y participativo, reconfigurando la relación capital-trabajo.
Señaló que las políticas sindicales de defensa de los derechos adquiridos favorecían a los trabajadores que estaban adentro, en perjuicio de los que quedaban marginados.
Para Unger la sociedad debe brindar oportunidades, no ofrecer caridad. Es necesario capacitar al pueblo dado que está emergiendo una segunda clase media mestiza, imaginativa, con inmensas ganas de progreso.
Estimó que debía usarse todo el poder del Estado para favorecer la expansión de esa nueva vanguardia social. Instó a modificar el actual modelo pedagógico y aprovechar el potencial del federalismo al promover un asociacionismo cooperativo entre los tres niveles.
En relación con el impulso democrático, Unger hizo un llamado a profundizar la democracia y abandonar este modelo soporífero. Señaló la necesidad de acelerar el tiempo de la política y favorecer la modernización institucional. Sugirió modificaciones dirigidas a conseguir que tanto el Poder Ejecutivo y el Legislativo pudieran ser disueltos anticipadamente para dar lugar a nuevas elecciones. Con respecto a la situación de Unasur, Unger resumió su posición afirmando que no debíamos aceptar la actual división entre países serios y países ganados por rebeldías retóricas de confusión y conflicto.