Por ISAAC RISCO
Unos 80.000 muertos en 26 años de conflicto. Aunque hasta su desenlace no ocupó nunca la primera plana de la opinión pública internacional, la recién finalizada guerra civil de Sri Lanka entre el gobierno y los así llamados "tigres tamiles" es un ejemplo claro de un conflicto aparentemente "olvidado", no por ello menos brutal y sangriento, a lo largo de los años.
"No desestabilizan grandes regiones y pueden pervivir en el tiempo", señala Félix Arteaga, analista de Seguridad y Defensa del Real Instituto Elcano, en España, para definir este tipo de enfrentamientos. "No tienen un ´sponsor´", agrega al mencionar la falta de participación directa de terceros.
Los intereses económicos de las grandes potencias occidentales explican, por ejemplo, la inmensa repercusión mediática de conflictos como el de Irak y Cercano Oriente, una zona rica en petróleo y con un gran potencial desestabilizador por el extremismo islámico.
"Si una gran potencia entra en el conflicto, éste deja de ser ´olvidado´", dice también Arteaga. Ello explica, por ejemplo, el caso de Afganistán, fuera del foco del interés público en los años 90, en los que los talibanes se hicieron de forma violenta con el poder, hasta la llegada de Estados Unidos al país asiático tras los ataques del 11 de septiembre.
Tras el final de la Guerra Fría, varios analistas consideraban además que los conflictos futuros tendrían sobre todo una incidencia local, alejada de los intereses de dos grandes potencias que trasladaban su propia lucha a escenarios ajenos.
"Es la interpretación de las ´nuevas guerras´", dice al respecto Itziar Ruiz-Giménez, presidenta de la sección española de la organización Amnistía Internacional (AI) y especializada en los conflictos y los procesos de paz en el continente africano.
Analistas como Robert Kaplan --señala Ruiz-Giménez-, autor del conocido estudio "The Coming Anarchy" ("La anarquía que viene") de 1994, reforzaron la idea de que lo que ocurría era una lucha de "señores de la guerra locales" por los recursos naturales en países que se definieron en un neologismo académico como "Estados fallidos".
El posible "odio étnico", otro de los factores a los que se apuntaba como causa prioritaria de los conflictos tras el final de las guerras ideológicas en la pos-Guerra Fría, es sin embargo "una excusa", cree Arteaga. Siempre "se trata de conflictos por poder de algún tipo", indica. Incluso la guerra de Ruanda de 1994 entre dos distintas etnias, los tutsis y los hutus, obedece a "varios factores", dice por su parte Ruiz-Giménez.
Una explicación única como la del odio étnico es cuestionable, agrega, porque "distorsiona la realidad". La representante de AI apunta por ejemplo a "agravios durante décadas" frente a amplios sectores de la población en muchos países. Una "exclusión" que, sumada a la codicia por los recursos naturales, incita a determinados grupos a buscar satisfacer sus intereses por la vía armada.
El último estudio del Sipri, el Instituto de Investigación de la Paz de Estocolmo, en Suecia, indica que en el 2008 había unos 16 conflictos en todo el mundo, en lugares como Burundi, Somalia, Myanmar o Turquía, así como también en Perú, donde operan aún remanentes de la organización maoísta Sendero Luminoso, o Colombia, que sigue haciendo frente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En Alerta 2008!, la actual edición de un informe anual elaborado por la Universidad Autónoma de Barcelona con el apoyo de la Cátedra de la Unesco, el número de conflictos abiertos es ampliado incluso a 28 a finales del 2007, muchos de los cuales siguen sin solucionarse.
La lista confirma la diversidad de factores en la génesis de las guerras. Por ello, Arteaga aboga por que no se diferencie entre conflictos estrictamente políticos y otros de distinta índole.
Se trata "simplemente de actores que se levantan contra el poder establecido", dice. Un ejemplo de ellos son las así llamadas "maras" en Centroamérica, bandas delictivas criminales con "mucho más poder para ejercer la violencia que el Estado".
En el escenario de conflictos regionales olvidados, juegan también un papel importante los intereses de terceros, aun cuando no participen en los enfrentamientos. "Siempre hay intereses", indica Ruiz-Giménez.
En Liberia, dice, "tan responsable era Charles Taylor como las empresas internacionales que le compraban los diamantes, sabiendo cómo habían sido extraídos". La idea de intereses adjuntos es también plausible en casos como los de las FARC o Sendero Luminoso, con numerosos vínculos con el narcotráfico como fuentes de financiación.
Otro caso es el de la República Democrática del Congo, en donde tras el conflicto entre los clanes locales subyace el interés internacional por un recurso que se encuentra en abundancia en sus suelos. El coltán es actualmente un mineral de suma importancia para la fabricación de aparatos de alta tecnología como los teléfonos móviles o las computadoras.
Y por último están las armas. La abundancia de material bélico es un mal crónico en el continente africano, dura-mente castigado por sangrientos conflictos que causan miles de refugiados cada año y por fenómenos como el de los niños soldados.
Mucha gente "gana con el negocio de las armas", señala la presidenta de AI en España, que ve en ellas uno de mayores constantes en las guerras, cuenten éstas con la atención pública o no. También Arteaga coincide en el diagnóstico: "Las armas siempre buscan a los conflictos", dice. "No necesitan que las traiga algún actor importante". (DPA)