Por EVA KRAFCZYK
Las verdes colinas por las que transcurre la carretera llena de curvas entre Goma y Masisi, en el este de Congo, engañan con su aspecto idílico. Las vacas que pastan en los prados están bien alimentadas y tienen un cuero brillante. Algunos de los rebaños pertenecen a Laurent Nkunda, el general rebelde congoleño detenido en enero en Ruanda. Pero los habitantes de los pueblos junto a la carretera llevan ropa hecha jirones, están delgados y han sido testigos de cosas terribles.
"Estamos intentando volver a empezar", afirma Marc Kanamogire, sacerdote católico en el poblado de Lukwi. La iglesia edificada con rapidez simboliza ese nuevo comienzo, ya que la antigua fue quemada. Muchos acaban de regresar de los campamentos de refugiados. A empezar de cero.
Esperan -una vez más- que la guerra haya acabado para ellos, una guerra que oficialmente se terminó hace años. El conflicto del Congo y en torno al acceso a sus riquezas naturales fue bautizado la "gran guerra africana". Durante algún tiempo participaron en él diez Estados y hasta el 2005 murieron 5,2 millones de personas, tantas como en ninguna contienda desde la Segunda Guerra Mundial.
En Kivu, en el este del país, la matanza ha seguido. Cientos de miles en los campamentos de refugiados no se atreven, como los habitantes de Lukwi, a volver .
Porque en la guerra de Congo, ignorada por la opinión pública mundial y en la que la mayor tropa de paz de la ONU no consigue proteger a la población, las víctimas principales son mujeres y niñas. "Tan sólo en mi pequeña comunidad conozco casi 300 violaciones", dice Kanamogire. La violencia sexual es de una brutalidad extrema y sirve para aterrorizar a la población. Los rebeldes de la milicia de Nkunda se han integrado en el Ejército tras un acuerdo, pero siguen luchando contra sus viejos enemigos, la milicia hutu FDLR. (DPA)