Por ULF MAUDER
La violencia en el Cáucaso postsoviético no tiene fin incluso tras los sangrientos conflictos como el de Rusia y Georgia de agosto del 2008 y la guerra de Chechenia.
Rusia sigue intentando sin éxito llevar tranquilidad a una zona montañosa con muchos pueblos enemistados y diferentes visiones religiosas. La mayoría de los conflictos, de alcance local, pueden convertirse en cualquier momento en un polvorín.
Ello quedó de manifiesto sobre todo con el conflicto por la región secesionista de Osetia del Sur en Georgia, en el que a principios de agosto del año pasado murieron cientos de personas.
Además Moscú ve cómo la situación se le va de las manos con atentados terroristas casi diarios de rebeldes islamistas en el norte del Cáucaso. En los combates entre las fuerzas de seguridad y los fundamentalistas, que quieren crear un emirato independiente, mueren cada año cientos de personas. Los puntos más calientes son las repúblicas rusas de Ingushetia, Chechenia y Daguestán.
Cuanto más intenta tranquilizar la situación Rusia con una fuerte presencia militar, más lejos parece la paz. Para los insurgentes islamistas rige en el Cáucaso la ley de la venganza de sangre, que nunca proscribe.
"La guerra en Chechenia, como en todo el Cáucaso norte, no ha terminado aún", dice el activista de derechos humanos de Moscú Lev Ponomaryov. Expertos como él denuncian secuestros, torturas e incluso asesinatos de civiles inocentes, que se convierten en víctimas de la arbitrariedad estatal o de la violencia militar.
Pero no sólo en el Cáucaso norte hay un incendio. Está Nagorno-Karabaj, legalmente perteneciente a Azerbaiyán, que quiere la independencia y que desde 1994 es controlada por Armenia. El analista alemán Herfried Münkler dice que la región es una de "las zonas de crisis más álgidas, que yo pondría detrás de Medio Oriente". (DPA)