La primera enseñanza que Ernesto Laclau extrajo de su experiencia con el populismo peronista fue la incapacidad del marxismo para entender un fenómeno que rebasaba las fronteras de la lucha de clases. El abandono del estrecho determinismo económico que dividía la realidad social entre una base económica y una superestructura política e ideológica lo hizo Laclau del brazo de Antonio Gramsci, el comunista italiano que con sus escritos desde la cárcel abrió una brecha profunda en la ortodoxia marxista.
La idea principal que Laclau rescató de Gramsci fue la categoría de hegemonía. La realidad política no deriva de una realidad económica subyacente sino que es construida por los actores y protagonistas de la política. Por consiguiente, no existe ningún actor político que -como "la clase obrera" en la liturgia marxista- tenga un estatus ontológico privilegiado. Lo que encontramos en el terreno de la política es una larga cadena de actores sociales que van agrupándose alrededor de reivindicaciones parciales, generalmente vinculadas con reclamaciones económicas, el género, la etnia, la discriminación sexual o cualquier otra temática.
Las demandas de esa pluralidad de diferentes grupos consiguen ser articuladas por un movimiento abarcador cuando una singularidad adquiere una relevancia especial y gana la posición de hegemonía dentro de la cadena de reclamaciones equivalentes. La nueva identidad de ese conjunto es el resultado de una construcción discursiva, eminentemente política. Aquí es importante advertir que para la "escuela del discurso" la categoría de discurso no comprende sólo lo lingüístico sino que abarca un conjunto de prácticas sociales que van más allá del lenguaje.
Ahora bien. Si la hegemonía es el intento de construir un "bloque histórico", es decir, una formación hegemónica específica, ese intento está condenado a soportar un exceso que no puede dominar y que impide el cierre en una totalidad. Esta idea, tomada del posestructuralismo, lleva a Laclau a una de sus afirmaciones más controvertidas: la imposibilidad de la sociedad. Lo social es articulación en tanto la "sociedad" es imposible, afirma; de allí que lo social sea el esfuerzo por construir un objeto que ha devenido imposible. La sociedad, como la línea del horizonte, se aleja a medida que nos aproximamos.
La teoría lacaniana de los puntos nodales es empleada por Laclau para explicar los procesos de fijación de una construcción hegemónica. No obstante, cuando la demanda de un grupo o una identidad particular se hace cargo de la tarea de encarnar una universalidad, jamás podrá culminar su tarea. Ésta permanecerá como un espacio vacío, aunque seguirá siendo necesaria como proyecto político para generar efectos hegemónicos. Laclau denomina "significante vacío" al significante particular que pretende representar lo universal.
La imposibilidad de una fuerza hegemónica de llenar la brecha entre lo particular de una demanda y la pretensión de universalidad lleva a Laclau a incorporarse al debate sobre multiculturalismo con una tesis original. Para algunos el universalismo es la única alternativa frente a la fragmentación nacionalista de los particularismos culturales. Pero para Laclau no se trata de elegir uno y rechazar el otro sino de lograr articular la relación entre ambos. Lo universal ya no son las verdades universales proclamadas por la filosofía clásica sino los diferentes puntos de vista particulares reunidos en un espacio y tiempo histórico, en una cadena de equivalencias. Advierte también que el particularismo puro es contraproducente porque está en las raíces del apartheid.
Vinculado con este tema está el rol del antagonismo en política. La extrema derecha europea muestra resentimiento y odio contra las amenazas a "nuestra" identidad. La presencia del "otro", que se identifica como la negatividad, es un límite excluyente que estructura lo político. El otro es una experiencia límite que actúa como disparador de una identidad imaginaria que se considera "auténtica". Pero la presencia del otro marca una ausencia: es también una metáfora de una totalidad ausente.
La política es, por lo tanto, esa labor inacabable de ganar la dirección del proceso hegemónico. Son procesos abiertos, que no están determinados por ninguna instancia, sometidos a la contingencia de las circunstancias y que se actualizan permanentemente. Por consiguiente, no existe un "fin de la historia" -ya se trate de la versión marxista o de la versión neoliberal- ni una posibilidad de sustitución de la política por la técnica y la gestión.
La importancia de las tesis de Laclau para la izquierda es su reivindicación de la política democrática. En el pasado, la izquierda construyó su estrategia con varios apriorismos que hoy no están justificados: la confianza en un sujeto privilegiado ("la clase obrera"), la existencia de una dinámica histórica que le era favorable ("la lucha de clases") y el uso de un instrumento privilegiado ("el Estado"). Ninguno de esos materiales ha resistido el paso del tiempo.
Para Laclau, la tarea actual de la izquierda "no puede consistir en renegar de la ideología liberal democrática sino, por el contrario, en profundizarla y expandirla en dirección a una democracia radicalizada y plural".
Aleardo F. Laría
Especial para "Río Negro"