Durante años en la Argentina primó un pensamiento fundamentalista y hegemónico que tiene que ver con un Estado autoritario, paternalista. En su nombre se cometieron atropellos e inequidades. Desde nuestro pensamiento nadie puede obligar al otro; ésta es la primera diferencia que nos pone en otro lugar a los que trabajamos en legislaciones de autodeterminaciones, que son todas voluntarias, herramientas para tomarlas o dejarlas, con una mirada de derecho y no moralista. Si no, esto lleva a que las respuestas no sean de derecho sino moralistas, y esto es lo que ha contribuido a nuestro atraso como país en el respeto de las libertades.
Con la lucha de muchos y con treinta años de democracia estamos logrando legislaciones que avanzan en el respeto de los derechos personalísimos.
En mi opinión, la revolución social más importante que se produjo en los años sesenta en la Argentina tuvo relación con la introducción de los métodos anticonceptivos. Si bien se ha avanzado mucho en este tema, quedan bolsones de autoritarismo que en nombre del "saber" mezclan un pensamiento religioso -respetable por cierto- con la ciencia médica y del derecho; por eso es que no se puede hablar de derechos humanos sino de derechos sexuales y reproductivos.
La problemática de la salud reproductiva y de los derechos sexuales y reproductivos atraviesa hoy una transición, consistente en el pasaje de una monolítica situación de restricciones y silencios a otra con una mayor visibilidad pública y paulatinos cambios institucionales y programáticos. En realidad, no existe una prohibición legal sino una prohibición imaginaria que opera con fuerza de ley.
Esto va de la mano de los años del proceso militar. Quienes somos militantes de la vida fuimos perseguidos por intentar hablar de lo que en ese momento se llamaba "planificación familiar". Ubiquémonos en la época y convengamos que la Iglesia Católica como institución jugó un papel fundamental en el no reconocimiento de esta temática.
Por años las mujeres fueron consideradas "incubadoras vivientes", porque lo importante era la reproducción y a nadie le importaba la sexualidad humana. A mi entender esto tuvo que ver con la construcción de un Estado paternalista y "patrón" que, con la teoría de que "protegía" a las personas, avasallaba las decisiones personalísimas, pero también con una falta de política pública en salud sexual y reproductiva que es una manera de hacer política. Tanto es así que mucho se habla y se pregona acerca de la "libertad" como máximo valor que hace a la condición humana y a la dignidad pero ¿cuánto se hace para garantizarla?
Con respecto a estos temas hay mucha hipocresía, porque si realmente estamos a favor de la vida tenemos que desnudar una realidad que no podemos ignorar mientras mueran mujeres por causas evitables.
No se trata, como muchos nos quieren hacer creer, de que avancemos hacia políticas de control de la natalidad. Hablamos de la "calidad de la fecundidad", porque está demostrado: la tasa de mortalidad infantil se duplica en menores paridos por mujeres que tienen seis o más hijos.
Por un lado, cuando avanzamos en las legislaciones nos acusan de que debemos poner énfasis en la prevención. Éste es nuestro principal objetivo: la educación. Algo tan simple como esto es de difícil concreción en la Argentina porque todavía aparecen voces que en nombre de la patria potestad y su supuesta defensa se oponen al interés superior del niño, que no es ni más ni menos que el que se cumplan todos sus derechos.
En nuestro país esta discusión lleva ochenta años; en los ámbitos parlamentarios logramos terminar con la Ley del Patronato, que nació vieja, vetusta y represora, y dar paso a la Ley de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes, cuya premisa fundamental es que éstos son sujetos de derecho y no objetos.
Quienes se han opuesto a este cambio de paradigma son tan hipócritas que, por un lado, levantan las voces frente a los menores en conflicto con la ley y para tranquilizar sus propias conciencias proponen a viva voz y alegremente la baja de la imputabilidad y, por el otro, no permiten que sus hijos reciban educación para la vida (sexual) en los colegios.
Esquizofrenia pura. No aceptan lo que en el derecho moderno se llama la autonomía progresiva del adolescente para discernir y decidir sobre su propio cuerpo.
La otra acusación que se nos hace es que atentamos contra las políticas de población al hablar de prevención en los métodos anticonceptivos. Estamos de acuerdo con que existan políticas de incentivo de poblamiento, pero no a partir de los cuerpos de nuestras mujeres sino centradas en incentivos fiscales y económicos.
Pero la realidad argentina es otra: el 34% de los adolescentes ingresa a la sexualidad sin método alguno de prevención y, lo que es más grave, de ese 34% el tercio de las adolescentes mujeres ingresa de la mano de un adulto e incluso algunas lo hacen violadas en su propio seno familiar.
Que nadie se confunda. Nadie está a favor del aborto, ni siquiera las mujeres que en su desesperación llegan a practicarlo. Tampoco quienes bregamos por su despenalización, porque en realidad el real efecto de la penalización del aborto no es impedirlo sino tornarlo más costoso y riesgoso.
Los números hablan por sí solos. En la Argentina el aborto es una práctica diaria: las internaciones en hospitales públicos por interrupción de embarazo crecieron un 46% en los últimos años y los abortos constituyen una de las primeras causas de mortalidad materna.
Cada día mueren dos mujeres por abortos mal realizados. Doble discriminación: se muere una mujer, y una mujer pobre. Cada dos partos se practica un aborto clandestino, lo que arroja una cifra de 1.000 abortos diarios y casi 500.000 al año.
Basta de hipocresía. Luchamos para que el poder se distribuya, para que lo diferente no sea motivo de discriminación sino de renovación y de posibilidad, pero a pesar de esto todavía estamos en deuda con las mujeres de la Argentina; tenemos que comprometernos en nombre de la democracia y resolverlo ya.
Por eso hoy toma tanta fuerza la bioética como ciencia de la salud. Coincido con el Dr. Mainetti en que la bioética es un gran ejercicio democrático; es el ejercicio de la liberación. Es una muy buena escuela para el debate político, porque abarca los temas que nos tocan a todos por el hecho de ser humanos, de ser ciudadanos, de ser hombres y mujeres: nacemos y morimos.
Desde este pensamiento abrazamos lo que debe ser un Estado participativo, pluralista, articulador y no hegemónico.
Desde ese lugar en la provincia de Río Negro logramos una legislación de muerte digna en la que la premisa fundamental es que la muerte no es un fracaso de la medicina sino una parte de la vida, considerando que el derecho a morir con dignidad es un derecho humano más.
La salud agoniza cada vez que llega a los estrados judiciales. Por eso es que el juez debe impartir justicia, el médico debe informar y el paciente debe decidir sobre su propio cuerpo, aceptando que la medicina no es el arte de curar siempre sino de intentar curar a veces, aliviar a menudo y confortar siempre.
Coincido con Santayana cuando señala: "No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente".
MARTA SILVIA MILESI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Médica pediatra. Legisladora rionegrina por UCR-Concertación . Actualmente es presidenta de la Comisión de Asuntos Sociales de ese cuerpo