BUENOS AIRES (DPA).- Un kilo de arroz o fideos, unas pocas verduras y con suerte un pedazo de hueso con carne. Con este menú, Yolanda hace magia y alimenta a su numerosa familia por la noche, cuando regresa de su trabajo como empleada doméstica.
No es mucho, pero así esta mujer de 37 años saca a flote cada día a sus siete hijos, los envía a la escuela y, casi como un privilegio, integra un complejo entramado de relaciones con sus parientas y vecinas para cuidar de los más pequeños y poder salir a ganarse el pan de cada día.
"No necesariamente existe una feminización de la pobreza en América Latina; el punto es que la pobreza afecta de maneras muy diferentes al hombre y a la mujer: más que un problema de cantidad es un problema cualitativo", advierte a DPA Eleonor Faur, socióloga y oficial de enlace del Fondo de Población de las Naciones Unidas en Argentina.
Para la socióloga Mónica Rosenfeld, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), "las mujeres son más pobres, en el sentido más amplio de pobreza, porque tienen a su cargo más tareas y responsabilidades sobre otros que los varones. Ellas son las que se hacen cargo de sus hijos y de sus padres viejos. Y aseguran que el ingreso que entra en la casa sea distribuido con cierta equidad entre los miembros de la familia", señala Rosenfeld.
La pobreza es multicausal, ya que no sólo se trata de falta de ingresos sino también de falta de educación y políticas públicas que permitan la inserción de las mujeres en el ámbito laboral. En el caso de las mujeres, se debe medir la pobreza en términos de ingresos pero también en términos del "uso del tiempo" del que disponen. "Las mujeres son pobres en la medida en que no cuentan con tiempo disponible para buscar las formas más apropiadas de satisfacer sus necesidades y una proporción importante de ellas carece de ingresos propios", señala la economista británica Naila Kabeer.
Estas mujeres no pueden salir a trabajar ni acceder a procesos de autonomía y ciudadanización aun teniendo políticas sociales orientadas a que puedan abandonar ese lugar.
Por ello, Faur recomienda una revisión de la eficacia de las políticas públicas. "¿Qué hace el Estado en países con un crecimiento sistemático muy impresionante en gran parte de América Latina? ¿Quién se apropia de esa renta adicional?", cuestiona Rosenfeld.
En la región se multiplican los programas de subsidios al ingreso que priorizan a la mujer como receptora bajo el supuesto de que si ellas reciben los fondos los van a distribuir de manera equitativa entre todos los miembros de la familia.
La escasez de servicios públicos de cuidado infantil es uno de los problemas centrales que dificultan el acceso de la mujer al mercado de trabajo y, de esa forma, perpetúan su pobreza. "Si una mujer no tiene dónde dejar a sus niños mientras va a trabajar, no le queda más opción que quedarse en su casa", asevera Faur, quien precisa que en países como Argentina y Brasil la oferta pública de servicios de cuidado infantil es restringida pese a la expansión de sus economías.
En América Latina, unos 85 millones de mujeres no disponen de ingresos propios, según cifras de la CEPAL. La situación se agrava para las mujeres con el paso de los años, porque en su vejez perciben pensiones más exiguas que los hombres o directamente no acceden a una jubilación por no haber ingresado a las redes de seguros de salud ni previsional. Muchas han quedado viudas y deben afrontar además, ante la migración de sus hijos, el cuidado de sus nietos, con una salud precaria y sin una red social que las cobije.