En los primeros doce meses de gestión de Cristina Fernández, el Congreso se convirtió en escenario del debate político nacional, sobre todo a partir de la pelea por la polémica resolución 125 que provocó la primera derrota parlamentaria del kirchnerismo y puso en baja la figura de la jefa de Estado.
Desde ese momento, a pocos meses de la asunción de la mandataria, el kirchnerismo pasó de contar con una mayoría aplastante en ambas cámaras, casi al límite de poder impulsar una reforma constitucional si se lo hubiera propuesto, a tener que construir con esfuerzo el número para tratar cada proyecto legislativo y se vio forzado a tener que abrir al debate y a cambios la mayoría de los proyectos importantes.
El hasta entonces casi invisible vicepresidente Julio Cobos pasó a ser -puede pensarse en forma efímera- el contrapeso de su propio gobierno, cosa que le significó, junto con algunos legisladores como los diputados Daniel Katz y Laura Montero, su alejamiento definitivo de las filas K y el inicio de un camino incierto hacia los comicios del 2009.
El oficialismo sufrió desgajamientos en las dos cámaras: senadores como el santafesino Carlos Reutemann y el salteño Juan Carlos Romero, que mantenían una alianza de conveniencia con los Kirchner, pasaron a tener un perfil cada vez más independiente de la Casa Rosada. Otros como el cordobés Roberto Urquía, bendecido por la misma Cristina Kirchner con la titularidad de la Comisión de Presupuesto, dio la espalda al kirchnerismo bajo el peso de sus intereses como empresario aceitero.
En la cámara baja pasó algo parecido, aunque en la pelea por las retenciones móviles el oficialismo consiguió un ajustado triunfo.
Pero el tironeo reflejado y potenciado por los medios decantó las heridas producidas por un habitual destrato dispensado desde lo más alto del poder político, que terminaron en otros alejamientos -el más notable, el del bonaerense Felipe Solá y su grupo, con otros siete diputados-.
LA FRACTURA
Esa fractura, que ya se había manifestado, derivó semanas atrás en la presentación en sociedad de un grupo de legisladores de origen peronista que parecen más unidos por el antikirchnerismo de sus jefes políticos que por sus coincidencias y en los hechos todavía no pudo convertirse en un interbloque legislativo, pese a los anuncios mediáticos. Allí, aunque sin conformar hasta el momento una estructura orgánica, recalaron felipistas, el duhaldista Jorge Sarghini, adolfistas, la romerista Zulema Daher y la delasotista Beatriz Halack, entre otros. Tiempo antes, la santiagueña Marta Velarde había tomado distancia del Frente para la Victoria-PJ, desde la pelea con el campo, pero su salto estuvo más relacionado con la interna política de su provincia, ya que su referente en Santiago del Estero había pegado el salto a la Coalición Cívica, cosa que ella concretó meses después en el Congreso con la fórmula de interbloque con la bancada de la CC.
El kirchnerismo, sin embargo, logró sortear varios debates en el ambas cámaras -como las nuevas prórrogas de la emergencia económica y del impuesto al cheque o la ley de defunción de las AFJP y el Presupuesto y en Diputados, la última semana, con la expropiación de Aerolíneas Argentinas- aunque varias de esas iniciativas tuvieron que ser consensuadas en parte con sectores de la oposición y hasta en el interior del bloque oficial.
El 2009 será un año electoral y pondrá al gobierno ante un claro desafío en el armado de una mayoría legislativa que le permita sancionar las leyes que necesita en el medio de los coletazos de una crisis financiera internacional cuyos alcances y consecuencias todavía nadie puede vaticinar.
Como legisladora, Cristina Fernández siempre abogó por una mejor calidad institucional en el país, aunque en los cuatro años y medio de gobierno de su esposo, Néstor Kirchner, el Congreso fue casi obviado o sólo terminó rubricando decisiones del Ejecutivo casi sin que se registrara debate y menos, cambios en la letra de los textos normativos.
Fernando Cáceres
DyN