El mundo, ese sitio tan incómodo para el matrimonio Kirchner y su entorno, perdió la paciencia y generó un tsunami económico que inundó a todos. A la Argentina también, mal que le pesara a la presidenta Cristina Kirchner cuando lanzó esa frase para la historia: "De repente, apareció el mundo".
Claro, en el pensamiento único del grupo en el poder, no era necesario hablar, intentar consensuar o concertar con cualquier grupo o sector político, económico o social local o extranjero que no estuviera incluido en su microuniverso.
Fernández de Kirchner -que hasta la semana pasada emitía medidas que iban a contracorriente del sentido común y del camino que había elegido el mundo desarrollado para tratar de atenuar los efectos del vendaval- finalmente se vio obligada a hacer un reconocimiento ante la opinión pública y ante su propia forma de pensar: el mundo también existe.
Pero no sólo ése fue el motor de un paquete de medidas sincronizado con los que se anuncian en todos los países de Europa y en Estados Unidos sino también el apremio de tratar de retener la iniciativa política a las puertas del primer gran test electoral de la presidenta lo que la impulsó a permitir que otros pensadores y no sólo Néstor Kirchner idearan salidas alternativas.
Ante la opinión pública la imagen del matrimonio presidencial y su entorno cayó en picada, y esa certeza empujó a la primera mandataria a virar de una vez el rumbo de una administración que parecía decidida a impactar contra un iceberg.
Después del anuncio del insólito pasaporte al blanqueo de capitales mal habidos y del perdón a los grandes evasores -otrora los enemigos irredentos del gobierno- la presidenta dio un giro de 180 grados en su sistema de manejar la cosa pública y difundió un plan cuyo propósito principal parece destinado, además de a salvar rubros empresariales que bordean el abismo, a ayudar a la clase media para que se mantenga en la superficie del mar, al menos para poder seguir respirando. El plan incluyó pequeñas rebajas a las retenciones agropecuarias y se habló de una importante corrección en el rumbo de la toma de decisiones presidencial.
Si los resultados realmente impactarán en una reactivación de la economía alicaída en consonancia con el resto de ese mundo que "de pronto apareció" no se sabe aún, pero por lo menos la factura del programa reveló que por fin el estrecho grupo del poder dio cabida a otras formas de pensar la realidad. La prueba, que al parecer fue recibida con indiferencia por la ciudadanía, podría ser sin embargo el ensayo de una nueva política del kirchnerismo, un incentivo que lo ayude también a mantenerse a flote ahora que la proximidad de las elecciones legislativas despertaron del letargo a unos cuantos actores políticos.
La oposición no cesa sus encuentros, discusiones y estrategias para tratar de llegar a un armado decoroso que le permita jugar un importante papel en el 2009. La tarea parece titánica, si se tiene en cuenta que en lo que queda de la tradicional dirigencia opositora sigue primando la ambición por ocupar los lugares de privilegio por encima de elaborar un programa sensato capaz de ser expuesto ante la sociedad como una alternativa seria.
El kirchnerismo, en tanto, vuelve a exhibir el pragmatismo del que echa mano a la hora de salvar la ropa.
Así como Néstor Kirchner, el evidente autor de la urdimbre política del poder, no tuvo dudas a la hora de deshacer el proyecto de una iniciativa plural, transversal y lejana a la política tradicional aliándose a los viejos capitostes del justicialismo, ahora no hesita a la hora de asociarse con Aldo Rico para cosechar un puñadito más de votos.
Hoy la administración kirchnerista enfrenta muchos desafíos, tal vez demasiados; las consecuencias del efecto bumerán de sus propios movimientos. La expropiación de las jubilaciones privadas le aportó jugosos fondos que ahora pone en juego con el flamante plan de contingencia pero, al mismo tiempo, le sumó una dosis de desconfianza del mundo del capitalismo local y extranjero. Así lo constató, con sangre, cuando logró comprender que su pulseada con el campo se había convertido en su peor derrota.
Las relaciones con el mundo real, más allá de los límites argentinos, no mejoraron ni un ápice pese a los tours interminables de la primera mandataria. Hasta el Papa le reclamó al gobierno que atendiera la crisis social y buscara armonía en vez del conflicto permanente. Hay formas y formas de ver el mundo y de "relatarlo", como dice la presidenta.
La ministra de la Corte Carmen Argibay está dando una lección inolvidable a la sociedad. Al encarar de frente y sin eufemismo alguno la gravísima problemática de la inseguridad en el país, que involucra casi en un 80% a la minoridad, mostró que prefería decir las cosas tal como son y no, como les gusta a los políticos, tal como la gente quisiera que fueran. Es que la realidad en la Argentina es durísima, porque el país hoy no sólo padece penurias económicas sino que está enfermo de inseguridad, corrupción y el desamparo de los que menos tienen.
CARMEN COIRO
DyN