Hoy tiene 82 años.
El tiempo lo esmerila. Y su salud está bajo acoso de un problema que no da tregua.
Su rostro está blanco, muy blanco. Sus manos serpenteadas, muy azules. Esas manos que tanto siguieron millones de argentinos en aquellos días de inicio de la transición que se alejan y alejan. Manos que se entrelazaban en un gesto que inmortalizó un momento bellísimo de la vida del país.
Ese lapso en que los argentinos se pusieron en marcha para tomar distancia de tantas cosas como uno se pueda imaginar. Décadas de desencuentros. Y la sangre. La sangre salpicando con capas densas cada espacio de nuestra historia.
Hoy él mantiene la mirada directa que tanto lo definió a lo largo de su paso por el tumultuoso país que le tocó en suerte.
Pero la mirada ya no tiene la firmeza de aquellos días. Es una mirada lánguida. Aguada. "Mirada que ya no está puesta en futuros; está puesta en lo vivido", dice por ahí un personaje de Umberto Eco. Mirada que habla de nostalgias. De triunfos y glorias. Y también de fracasos y derrotas.
Pasa sus días en un sobrio departamento de la avenida Santa Fe. Recibe a sus amigos. Lee, lee mucho. Y suele quedarse dormido en un sillón Winsor.
Su estado de salud condiciona sus salidas a la calle. Ahí donde está la gente. Ahí donde siempre volcó su inmensa pasión por la política, por el país.
Y en la calle siempre cosecha afecto. El tiempo ha suavizado los enojos, los tan legítimos enojos que supo generar.
Siempre va del brazo de alguno de su treintena de nietos.
La gente para. Le abre paso. Encorvado. Él saluda con gestos suaves, muy distantes de la fuerza de aquellos gestos de aquel tiempo de tanta lucha, de tanta esperanza.
Nació el 13 de marzo de 1927 en Chascomús. Cuna gallega por parte de padre, Serafín Raúl, y galesa por parte de madre, Ana María Foulkes.
-Duro por uno y por otro -confesó él un día de marzo del ´83 cuando aceleraba el paso rumbo hacia la Casa Rosada.
-De pibe era muy vago... desaparecía de golpe y había que salir a buscarlo. A los 10 años ya iba al Comité Radical -solía recordar su madre. Ese comité cuya presidencia ganó antes de los 20 años al vencer a un caudillo forjado en la intensa memoria de la Revolución del Parque.
Vago, sí. Claro, de joven. Noche. Bailongo. Escapadas. Escapadas como aquella que plagó de incertidumbre a esa mujer serena que es su compañera de siempre, María Lorenza Barreneche. Fue días antes de casarse hace ya más de medio siglo.
Él andaba de despedida de soltero en despedida de soltero. Una semana antes de ir al civil fue a Pergamino, donde un grupo de amigos liderado por otro Raúl -Borrás- le organizaba un asado. Pero él no volvió. De Pergamino el grupo rumbeó en varios autos hacia la campaña bonaerense. Tierra de boinas blancas por aquel entonces. Volvió a Chascomús a pocas horas del casorio. La cara de María Lorenza lo decía todo.
Y el día en que fue presidente de los argentinos.
El Julio Argentino Roca que ficciona Félix Luna confiesa que hay dos tipos de políticos: los que hacen política todo el día y los que la hacen de a ratos.
Los primeros pisan fuerte y no le tienen asco al barro. Los segundos van en puntas de pie.
Los primeros hacen historia. Los segundos, nada.
Raúl Alfonsín está entre los primeros. Con sus más. Con sus menos. Con sus glorias, que fueron inmensas y fueron glorias de millones. Con sus fracasos, que fueron inmensos y fueron fracasos para millones.
Hoy su vida se desvanece. Lucha por ella con la misma integridad con que defendió tantas vidas a lo largo de su carrera política. Con coraje. Con el coraje de aquella media tarde del 25 de marzo del ´76 cuando, en un país aplastado por la bota militar, se presentó ante un juzgado y de un portafolios viejo y arruinado donde se mezclaban un cepillo de dientes, papeles y restos de galletitas, extrajo un puñado de recursos de amparo para más de medio centenar de argentinos que estaban detenidos desde la madrugada.
Raúl Alfonsín se interna en la historia. Su historia, que es también la de todos nosotros.
Una historia que algún día tuvo cara de bebé.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com