-Días atrás Jorge Sobisch volvió de lleno a la acción política. Por lo que dijo, no hay ninguna mudanza en su discurso. Usted acaba de publicar lo que, me parece, es la primera investigación sobre la retórica de Sobisch, trabajo que, con independencia de estar o no de acuerdo con algunas conclusiones, es muy sustancioso. Usted señala, por caso, que Sobisch "no se especializa en diagnósticos; al contrario, se siente bien dotado para el ejercicio de la política como técnica". ¿Qué es el discurso de Sobisch en la historia del MPN?
-En esa historia, Sobisch no es el accidente político que se pensó que iba a ser... un punto fugaz, algo que no trascendería pero que en los hechos es un poder que marca con sello propio al MPN cualquiera sea la historia por venir. Junto a algunos alumnos hicimos trabajos de campo destinados a establecer la inserción del discurso de Sobisch en 12 grupos ocupacionales. Encontramos ese discurso reproducido en peluqueras, petroleros, empleados de comercio, policías, etcétera. O sea, un discurso instalado en planos que lo asumen y lo reproducen. Aun admitiendo las pocas variaciones que ha tenido a lo largo de la carrera política de Sobisch, ese discurso busca mostrar acción, intuición e instinto puestos en esa dirección. Por eso, ya en el 2000-2001 comenzó a diferenciarse de lo que definía como los "políticos denunciadores". Ante eso, él se presenta siempre como un hacedor, un hombre de gestión, práctico, resolutivo, lo cual lo lleva a convencerse y esto queda muy claro a partir de los discursos del ´94, ya con la enmienda a la Constitución provincial: que él es el fundador del Estado neuquino moderno. Pero llega a ese convencimiento tras presentarse primero, y ésta es una interpretación mía, como algo así como un segundo fundador.
-¿El primero es Felipe?
-En relación con Felipe, Sobisch siempre estableció un nexo: continuidad en lo que hace a planificación y gestión. No más. No lo nombra nunca. Pero lo de verse como un segundo fundador se infiere a partir de un par de discursos que él hace durante su primer mandato ante la Legislatura en los que dice que buena parte de los males de la provincia tiene su causa en normativas dictadas por los radicales entre el ´55 y el primer gobierno constitucional de Neuquén como provincia.
-En relación con su resistencia a los diagnósticos, con las explicaciones técnicas, tengo una experiencia. Estuve en Canadá cuando Sobisch fue a gestionar ante la empresa Cominco para instalar la planta de fertilizantes en Neuquén. En todo ese trámite no pudo disimular su resistencia a las explicaciones técnicas que ofrecía la empresa. Sobisch buscaba resultados, decisiones; apuraba desde lo político: "Quiero cuanto antes aunque sea una pila de ladrillos y un cartel diciendo ´Aquí se construirá la planta de fertilizantes´". ¿Qué expresa el rechazo de Sobisch por todo aquello que implique una mirada más compleja que la acción directa?
-Implica un marcado desprecio por la mediación intelectual de explicaciones que hacen a la toma de decisiones, implica desdén por el manejo de ideas que eventualmente pueden ser antitéticas pero importantes, implica resistencia a ingresar en espacios de reflexión marcados por la duda, la contradicción...
-(El presidente francés, Nicolas) Sarkozy acaba de señalar que sus mejores momentos como político son aquellos en que va a la decisión superando el manejo de dudas, ideas contradictorias, opuestas?
-Todo lo contrario a Sobisch. El discurso de Sobisch siempre contiene, aun mínimamente, mucha violencia verbal con toda oposición que se le plante con ideas argumentadas. Le ha pasado con el gremio docente, al que detesta, y con este diario. En la dialéctica con la oposición él siempre se siente más cómodo con quien lo cuestiona desde las emociones, no desde lo argumental. En relación con el "Río Negro", él jamás vio en el diario el ejercicio de puntos de vista, el despliegue de un pensamiento; sólo vio "operaciones de prensa" a las que ve como expresiones de violencia. En el 2005-2006 Sobisch embarca su discurso en definiciones sobre lo que define como "nuevas amenazas" que debe enfrentar la sociedad. Ahí incluye el concepto de "violencia pasiva y encubierta", una de cuyas expresiones, sostiene, son las operaciones de prensa. Y ahí apunta al diario "Río Negro" concretamente.
-En su trabajo usted habla de la lógica binaria que, a modo de una constante, despliega Sobisch en lo discursivo?
-Sí, una línea en la que él se arroga siempre determinar los campos, los actores en pugna.
-Sobisch, al inscribirse en esa lógica, en todo caso es un heredero de una vieja tradición que signa al discurso político argentino. Ahora él apela a esa lógica para llevarla a la aplicación en términos muy particulares, casi como los particularismos a los que apelaban los románticos alemanes para definir y defender su terruño. ¿Cómo funciona en este marco la categoría "neuquinidad" que tanto suele usar Sobisch en su discurso?
-Funciona, en mucho, en relación con la idea de "audacia".
LA NEUQUINIDAD
-¿El sí o sí, yo puedo?
-El "nosotros podemos". Es una idea que usa mucho y que en el 2001 le sirvió puntualmente para anunciar el acuerdo con Microsoft, que no llegó a nada. "Los neuquinos somos audaces, somos creativos, somos inteligentes". Todo esto es, para él, una fuente de legitimidad de su ideario: hechos, no palabras. De ahí en más emerge en su discurso el concepto de "neuquinidad" que, usado por ejemplo para explicar decisiones del poder, suele emerger como lo que yo defino como un "nosotros arbitrario", es decir, se define por oposición al otro extraño. Esto se ve muy claro en los discursos en los que Sobisch se define ante conflictos duros como los protagonizados por el gremio docente. En esa dialéctica, la "neuquinidad" expresa al pueblo, al ciudadano que enfrenta una amenaza: la no "neuquinidad", que es un sujeto ajeno a los intereses de la "neuquinidad", un ajeno que perturba, molesta.
-Parafraseando a Heidegger en aquello de "¡Sed alemanes!", "¡Sed neuquinos!", convocatorias complejas que suelen ser previas a lo que Alain Finkielkraut llama el "el calor materno del prejuicio". ¿Qué procura Sobisch con su "neuquinidad"?
-Establecer que hay un Neuquén de la confianza, pacífico, un "nosotros", un "adentro" integrado en un espacio pacífico, laborioso. Él siempre ha procurado llevar a la sociedad neuquina a que se vea como "excepcionalidad" en el conjunto nacional: "Somos la isla". Mientras yo avanzaba en la lectura de los discursos de Sobisch me iba encontrando con una comarca que aparece en Tolkien en que los seres son bondadosos, creativos, pero están rodeados por un mundo hostil. En otros términos: todos los males vienen de afuera; los maestros vienen a matarse el hambre acá, los piqueteros también, los ladrones son de afuera... un afuera integrado por alienígenas, un afuera ominoso que amenaza la paz de la "neuquinidad". Para Sobisch, todo lo que está encuadrado en la "neuquinidad" es el pueblo, al "otro" lo coloca en condición de nadie.
-Pero proyectado, el concepto de "neuquinidad" tal como lo usa Sobisch, ¿se neutraliza a sí mismo o gravita?
-¡Gravita, gravita mucho! Fundamentalmente en la conciencia media, que encuentra en esa categoría un reaseguro y una identidad que aspira a tener carácter cohesionante en el ámbito provincial. En estos rangos de su discurso y en su concepción del ejercicio del poder Sobisch bien se puede encuadrar como seguidor de alguien a quien no leyó, Carl Schmitt, hoy lamentablemente rescatado por muchos pensadores de izquierda.
-Bueno, pero Schmitt, nazi o menos nazi, instaló reflexiones en las cuales abreva hoy más que nunca todo el espectro ideológico aunque no lo confiese. Hasta De Gaulle y Thatcher llegaron a hablar de los problemas que acarrea la pérdida de operatividad de la democracia?
-Yo me refiero al decisionismo que es propio de Schmitt y que es el terreno donde se siente cómodo Sobisch, por eso en mi investigación hablo del gusto que siente viendo en la política sólo una cuestión técnica. Sobisch no se sentó a leer a Schmitt, no nos confundamos. Desde la perspectiva de Sobisch, la legitimidad en el ejercicio del poder se funda, casi exclusivamente, en la permanente toma de decisiones. Schmitt decía que, más allá del derecho, la fuente de toda legitimidad estaba en la decisión.
-¿Cuál es el recurso más fuerte de Sobisch para desplegar su discurso?
-La improvisación, especialmente en la etapa emotivista de su discurso, o sea, cuando estuvo muy pegado a esa corriente filosófica -el emotivismo- que dice que lo bueno es aquello que está asociado a las emociones buenas. Es una corriente sostenida por un intuicionismo bastante vago, muy esteticista, que tuvo alguna influencia en la Inglaterra de principios del siglo XX. Entre el 2000 y el 2004, Sobisch trabajó mucho su discurso desde esa línea; luego, ya candidato a presidente, le introdujo firuletes intelectuales: habla de Einstein, John Nash, Adam Smith; hay un lustre intelectual del cual no saca mayores conclusiones. Pero lo dominante en su discurso es la improvisación, siempre desde la visión de que el manejo de la política es una cuestión de mera técnica y que él, en todo caso, la encara desde un destino manifiesto.
EL ELEGIDO
Fernando Alberto Lizárraga tiene 42
años. Es cordobés y egresado en Historia
en la Facultad de Formación Docente en
Ciencias de la Universidad Nacional del
Litoral, Santa Fe. También es máster en
Filosofía Política en la Universidad de
York, Gran Bretaña. En la UBA se doctoró
en Ciencias Sociales. Actualmente se desempeña
en el Centro de Estudios Históricos
sobre Estado, Política y Cultura
(CEHEPYC) de la Facultad de Humanidades
de la UNC. Entre sus publicaciones
figuran “La justicia en el pensamiento de
Ernesto Guevara”, editado en La Habana
en el 2006, y “Las vacas de míster Darwin
y otros ensayos”, libro del cual es coautor
con Leonardo Salgado.
Tiene una activa participación en el
campo de artículos periodísticos y ponencias
en congresos referidos a su especialidad.
En las Jornadas de Historia de la Patagonia
presentó un trabajo que alentó este
reportaje: “Jorge Omar Sobisch: ocho
años de retórica reaccionaria”.
“Quiere volver”
–En su investigación usted señala
que en un “rudimentario ejercicio de
historia monumental autocomplaciente”,
Sobisch –discurso mediante–
reflexionó en un momento
dado sobre la construcción de los
edificios para el Poder Legislativo y
el Poder Ejecutivo. Puede incluso
hablarse de reflexiones que buscan
una trascendencia mayúscula a
partir de esas obras. En la interpretación
de las mismas hay algo de la
visión que en la Alemania de los
años ’30 hubo sobre la remodelación
de Berlín, las autopistas, etcétera.
Cuando usted habla de “historia
monumental” se referencia con
esto.
–Me referencio con el concepto
de “historia monumental” tan ligado
a Nietzsche, es decir, la historia que
hacen aquellos que creen estar en la
cúspide de los tiempos y que miran
hacia atrás y escogen obras, monumentos,
edificios que, traídos a su
presente, hasta esa cúspide, siente
que mediante esa vinculación le dan
a su presente una impronta de continuidad.
Sobisch, más allá de si tiene
o no conceptualizado esto, concreta
mucho de su política desde esos dictados
que sin lugar a dudas también
son la imagen que tiene de su propia
proyección ante la historia.
–Usted habla y yo me acuerdo de
Albert Speer en “La caída”, cuando
en el Berlín del ’45 sale de la Cancillería,
camina unos metros, gira y ve
ese edificio impresionante. ¿Quién
ha sido o es el forjador intelectual de
sus discursos?
–No sé, no sé si lo hay. Que le han
acercado cosas, está en la naturaleza
de la política. Alguien le acercó a
Einstein en aquello de que “el que
quiere tener éxito no tiene que hacer
siempre lo mismo”. Le gustó y lo
citó.
–Después de eso, ¿está actuando
en consonancia en materia política?
–Me parece que no. El discurso
sigue siendo el mismo. Vuelve a
decir que la “poesía no es asesina”,
vuelve a cargar contra los estatales...
–¿Quiere volver a ser gobernador?
–Sí, creo que sí.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com