En los calientes días de la Argentina del 2002 se publicó "Qué país. Informe urgente sobre la Argentina que viene".
El libro es una larga y activa conversación que, conducida por el escritor Martín Caparrós, reúne la opinión de -entre otros- un número importante de intelectuales argentinos: Tomás Abraham, Christian Ferrer, Horacio González, Tulio Halperín Donghi, José Nun, Susana Torrado y Raúl Zaffaroni.
El trabajo, como suele suceder en este país cuando se trata de ideas que colocan a la sociedad de frente a su propio rostro, no trascendió más allá del ámbito académico. El aporte fue incluso ignorado por la dirigencia política.
En uno de los tramos del dinámico intercambio de ideas la reflexión avanza hacia aquello que cuarenta años antes de ese 2002 el americano Oscar Lewis (*) definió como "el cínico y degradante acostumbramiento a convivir con la pobreza y su marcha a más pobreza".
Y en impecable razonamiento, en el libro en cuestión Martín Caparrós sostiene:
-La pobreza en la Argentina actual es muy impresionante, pero tanto o más impresionante me parece que hayamos aprendido a convivir con todo eso, que no estemos en un estado de indignación permanente ante la obscenidad básica -como sí estamos, por ejemplo, ante los curros y curritos, los errores y excesos del modelo-. Y que pensemos que ese estado de cosas es una especie de fatalidad y no el producto de decisiones políticas que se podrían cambiar con otras decisiones políticas.
Y acota Martín Caparrós:
-Los nuevos pobres no tienen siquiera la identidad de clase que los pobres solían tener. Los pobres eran, en esos años, señores y señoras que trabajaban en fábricas, talleres y servicios, no ganaban mucho y tenían unas costumbres que los constituían. Esos señores y señoras no solían llamarse pobres a sí mismos. Eran, según y como los obreros, los trabajadores: su posición se definía en relación con la estructura laboral. Era una posición subordinada -tenían que vender su fuerza de trabajo- pero era. Y en relación con esa estructura tenían una cultura de la que estaban orgullosos -su propia cultura- y una idea de sí mismos. La izquierda los veía como la "clase portadora de la historia", los manuales los ensalzaban como los "creadores de la riqueza nacional", ellos solían definirse, entre otras cosas, como peronistas -y así nos fue-. Hasta que el trabajo fue dejando de estar en el centro y, al final, dejó de estar en cualquier parte. Los obreros -y muchos otros trabajadores- perdieron ese foco organizador y volvieron a convertirse en pobres: su lugar en la sociedad ya no está definido por lo que hacen sino por lo que no tienen.
(*) Autor de "La cultura de la pobreza"