El viejo Kuhn reza en voz alta con la gorra en la cabeza y oscilando el cuerpo con violencia. Kuhn agradece a Dios porque no ha sido elegido, porque el SS entregó la tarjeta al blockâltester que estaba a su derecha y no al furriel de la izquierda, mientras los prisioneros pasaban desnudos frente a la implacable mirada del oficial nazi. Ese simple y mínimo movimiento de un cartón significa el pasaje al horno crematorio o la continuidad en la precaria vida del campo, y por eso Kuhn, el viejo, reza y se hamaca con vehemencia y emoción desde el tercer nivel de la litera en el barracón 48 de los 60 de Monowitz, la fábrica de Auschwitz. Al lado de Kuhn está Beppo, un joven griego de 20 años que acostado mira la lámpara de luz y no piensa en nada ni dice nada. La tarjeta de Beppo fue a la izquierda, a las manos del furriel, y mañana o pasado acabará en la cámara de gas. La suerte está echada para Beppo y no tiene motivos para rezar.
Próximo a ellos, Primo Levi, judío italiano, observa la paradójica circunstancia; "¿No sabe Kuhn que la próxima vez será la suya? ¿No comprende que hoy ha ocurrido una abominación que ninguna oración propiciatoria, ningún perdón, ninguna expiación de los culpables, nada que esté en poder del hombre hacer podrá remediar nunca?".
Nuestro testigo concluye el pasaje con una expresión de solidaridad: "Si yo fuese Dios, escupiría al suelo la oración de Kuhn".
Alguien puso a Levi en Auschwitz, con 24 años, licenciado en Química, antifascista consecuente de origen judío. Un día de enero de 1944 fue detenido y recluido en un campo de Módena junto a otros 600 italianos que luego engrosaron la lista del campo de exterminio. Sólo regresó al 4%; el resto pasó a formar parte de una estadística que los nazis llamaron "la solución final". Un día de febrero de 1944 los italianos fueron arreados a un tren de vagones de carga y luego de cinco días de viaje descendieron de noche en un lugar frío, con perros, reflectores, soldados y música interpretada por prisioneros.
La selección comenzaba al tocar el suelo: las mujeres y los niños, que no servían para el trabajo, a un lugar, y los hombres que aún conservaban cierta vitalidad, a otro, a los lager. Los primeros, los más débiles, eran eliminados en los hornos en forma ordenada y metódica.
Cumplían sin quererlo, sin desearlo, el plan ajustado a la convicción de un "loco" que fue seguido por un pueblo, en la cuna de Europa, en uno de los países más civilizados del orbe. "Los pueblos nunca se equivocan", dice el refranero popular de feria y omite algunos ejemplos siniestros de la historia; Hitler y el partido nazi fueron votados por millones de ciudadanos e incluso sus parlamentarios en alguna ocasión se aliaron con la izquierda, cuyos militantes y dirigentes fueron las primeras víctimas de sus felonías.
"Es necesario desconfiar de quienes buscan convencernos con instrumentos distintos de la razón, o sea, los capos carismáticos: debemos ser cautos en delegar a otros nuestro juicio y nuestra voluntad. Ya que es difícil distinguir los profetas verdaderos de los falsos, es bueno sospechar de todos los profetas".
Levi habló durante más de 40 años de su experiencia en Auschwitz, advirtiendo a los jóvenes y a las generaciones futuras sobre los riesgos que se escondían en los pliegues de la intolerancia.
El nazismo fue un fruto podrido del fascismo, árbol también podrido, y experiencias similares se dieron luego en varios lugares del mundo. Por caso, ¿qué fue la última dictadura militar argentina?
Levi perdió a su amigo del lager, Alberto, italiano como él, estudiante de Química y sobreviviente del campo hasta la evacuación final, cuando los tanques rusos se acercaban y los obuses caían sobre los barracones. Entonces los nazis ordenaron la salida de 20.000 prisioneros.
Todos murieron asesinados, como correspondía a la época. Primo tenía una infección que lo llevó a la enfermería y fue dejado junto a otros prisioneros en el campo. Recuerda a Alberto como alguien "ileso e incorrupto", que para el lager era mucho decir. Luchaba por su vida y "sin embargo era amigo de todos".
En la descripción de su mejor amigo del campo, Levi dejó una bella metáfora: "Aún veo en él la rara figura del hombre fuerte y manso contra el cual se mellan las armas de la noche".
Una persona con principios, valor y sagacidad, ante situaciones extremas tiene la posibilidad de buscar en su interior la fuerza necesaria, que en algunos es como un fuego sagrado, y arremeter entonces contra las contingencias adversas, "contra las armas de la noche".
Sucumbir es aceptar el triunfo del adversario, del enemigo que busca la eliminación o la imposición de lo no deseado. Con una dieta de 1.600 calorías por día, el mínimo para vivir sin considerar los esfuerzos del trabajo que se llevaba gran parte del remanente y los condenaba a la muerte por inanición, los prisioneros lograban el alimento necesario de manera "non sancta", una suerte de mercado negro en el que cambiaban trabajo por pan. Extendían así la agonía y la remota posibilidad de salir alguna vez con vida.
Supo allí que aun en condiciones de esclavitud se puede defender lo mínimo para mantener la dignidad humana, no dejarse abandonar en la higiene y el cuidado personal a pesar de escuchar a pocos metros el ruido del horno y oler ese humo tan desagradable que ahuyentaba a las aves. No aceptar las imposiciones del enemigo e incluso resistirlas.
Enseñó el legado autoimpuesto de ser "fuerte" para contar a todos, a los que venían después, como testigo sobrio, el abismo en el que había caído la humanidad. No la compasión, no el heroísmo, no la victimización. Esto ocurrió aquí, dijo Levi, en el centro de Europa, en la patria de Goethe. A la exhaustividad del relato, el detalle frío de hechos abominables, Primo Levi le adosó una conducta de vida que también aprendió en los lager, en la violencia que campeaba en el lugar.
Eligió ser un hombre "manso" que jamás proclamó venganza ni deseó a sus verdugos un dolor equivalente al sufrido. Tampoco el perdón indiscriminado ni el perdón a los culpables, a menos que hubieran demostrado con hechos ser conscientes de las culpas y errores del fascismo y estar decididos a condenarlo y erradicarlo de su conciencia. "Un enemigo arrepentido ya no es mi enemigo", escribió tiempo después de la guerra, cuando visitaba escuelas, daba conferencias y alcanzaba una notoriedad que resbalaba sobre su humilde esencia.
No interpretar las órdenes también era una condena a muerte rápida.
Primo aprendió con celeridad el alemán del lager que, según él mismo, era un idiolecto de los campos de exterminio. "Essen" es un verbo del alemán que significa "comer", pero en el lager se decía "fressen", término equivalente para los animales.
Le tomaron un examen y los últimos dos meses de los once que pasó en Auschwitz estuvo en el laboratorio, situación más aliviada que la anterior. Allí pudo conseguir agua, elemento escaso, y ámbitos con calefacción. Por la noche regresaba a la barraca común a judíos, comunistas, gitanos, griegos, franceses, italianos, húngaros y polacos.
La formación, quizá la educación familiar y del sistema, más "la materia" invisible de la que están hechos los humanos, hicieron que en él toda acción estuviera precedida por el dilema moral de las consecuencias.
UNA DELICIA CULPABLE
Cierta vez en la rutina del lager, mientras removía escombros tras un bombardeo, encontró un caño con poco más de un litro de agua, toda "una delicia" para las necesidades del momento. ¿Qué hacer, beberla toda enseguida, dejar un poco para el día siguiente, repartirla con Alberto, su amigo, o revelar el secreto a toda la escuadra?
Optó por compartirla con Alberto, un egoísmo extendido hacia quien sentía más cerca. No lejos del caño, un compañero del lager, Daniele, adivinó algo de lo que había sucedido y muchos años después, cuando estaban en el living de una cómoda casa, espetó a Primo: "¿Por qué ustedes sí y yo no?". Levi sintió vergüenza de aquel acto fallido, que siempre se interpuso como un velo entre el afecto que se dispensaban mutuamente.
"Sobreviví gracias a la fortuna y sólo en pequeña medida jugaron factores como el adiestramiento a la vida en montaña y el oficio de químico", recordó casi en el epílogo de su vida. Su interés por el alma humana, la voluntad de sobrevivir para relatar lo ocurrido y la voluntad de reconocer siempre a los hombres y no las cosas, aun en los días más oscuros, contribuyeron a su salvación.
Había nacido el 31 de junio de 1911; la experiencia de once meses en Auschwitz en 1944 marcó su vida de modo indeleble. Ya nada sería como antes. Cuando terminó la guerra escribió "Si esto es un hombre" a los dos años de haber abandonado el lager, y el libro pasó sin pena ni gloria. Cuando se emerge de un cataclismo nadie quiere remover las ruinas. Él mantuvo su trabajo en el laboratorio de una fábrica de pinturas de Turín. Recién once años después una editorial importante rescató "Si esto..." y Levi se convirtió en figura de referencia moral incuestionable.
Regresó dos veces a Auschwitz; en 1983 hizo un documental con la RAI. Al ingresar al campo, el prisionero Nº 174.517 -marca que nunca borró de su brazo- recordó el olor a carbón de otrora, del tiempo anterior.
Durante 40 años dio notas periodísticas, habló ante estudiantes y escribió varios libros siempre con el mismo tema: la experiencia del lager. Cuando consideró que ya había cumplido su ciclo decidió poner fin a su vida; fue el 11 de abril de 1987. Lo conocemos por su testimonio, por sus libros y entrevistas. Y ahora también por el YouTube.
Tipo entrañable este Primo Levi, una constelación de valores y principios esenciales para ser una buena persona traducida en apenas nueve letras.