La experiencia de desperonizar emprendida por el gobierno militar de la denominada "Revolución Libertadora" implicó en la práctica cambios profundos en lo político, lo económico, lo educacional y, fundamentalmente, lo sindical.
En este último aspecto, la intervención de la CGT y el encarcelamiento de los principales dirigentes obreros, pero sobre todo la ruptura de las vinculaciones entre el Estado y los sindicatos, esfumó un escenario anterior caracterizado por la subordinación del sindicalismo al poder político y, a la vez, permitió a una camada nueva de activistas y dirigentes de segunda línea influir en sus respectivas organizaciones. Éstos, a pesar de la intervención militar a los sindicatos, desde las agrupaciones de base y en condiciones de clandestinidad, lograron recuperar sus sindicatos, lo que quedó plasmado en el fracasado congreso normalizador de la CGT de 1957, donde hizo su aparición "62 organizaciones" (inicialmente también integradas por sindicatos comunistas), que pronto se convirtió en la organización político-gremial del peronismo.
En los años siguientes, a partir de un férreo control del aparato gremial y un marcado desdén por la democracia interna, y contando con los ingentes recursos que brindaban los ingresos de las obras sociales sumados a una inteligente estrategia que suponía, desde el ejercicio de la autonomía, una posición equidistante del liderazgo de Perón y de los gobiernos de turno, pronto la burocracia sindical (tal como la denominaban sus opositores) se convirtió en un factor de presión y poder insoslayable en la Argentina de los años '60 y parte de los '70.
En efecto: la debilidad del sistema político argentino, con su alternancia de regímenes civiles y militares teniendo como eje principal la exclusión del peronismo, hizo que los sindicatos peronistas asumieran en la práctica la doble representatividad política sindical de la mayoría los trabajadores organizados. En ese contexto las "62 organizaciones", bajo la conducción de Augusto Vandor, secretario general de los metalúrgicos, jugó un papel determinante en los conflictos sociales y políticos del período.
Apelando a tácticas sumamente flexibles que incluían la negociación pero también el conflicto, articulado a través de planes de lucha que incluían ocupaciones de fábricas y movilizaciones callejeras, fueron consolidando una posición de fuerza ante los distintos gobiernos que se sucedieron en esa etapa.
Naturalmente, este accionar generó no pocas rispideces y conflictos que se plantearon en el mundo sindical pero también dentro del propio peronismo. En el primer caso los enfrentamientos se dieron no sólo con el gremialismo clasista y el sindicalismo peronista combativo sino también con sus antiguos camaradas de ruta.
En efecto, las diferencias en el seno del sindicalismo dieron lugar a varias rupturas, la más importante de las cuales se produjo en 1968 cuando un congreso de la CGT eligió como nueva autoridad a Raimundo Ongaro y esta decisión fue desconocida por el sector de Vandor, constituyéndose dos centrales obreras: la de los argentinos o de Paseo Colón, integrada por aquellos gremios que formaban parte del denominado "Sindicalismo de Liberación" y la de Azopardo, constituida por los gremios adictos al vandorismo.
Pero también la actitud de estos dirigentes sindicales frente al golpe de Estado del general Onganía en 1966 fue uno de los puntos de ruptura dentro de las mismas "62", entre el sector adicto a Vandor, las "62 leales a Perón", que apoyó el golpe basado en la concepción de que otorgaba autonomía al movimiento sindical frente al liderazgo de Perón, y quienes se mostraban prescindentes respecto del golpe y reivindicaban la autoridad del viejo general nucleados en las "62 de pie junto a Perón".
Precisamente, el planteo de Vandor de profundizar esta autonomía sindical en el campo de lo político en un intento por llevar adelante el proyecto de un peronismo sin Perón generó controversias importantes en el seno del movimiento.
Las posturas contrapuestas del vandorismo y los representantes del peronismo revolucionario generaron enfrentamientos violentos con una secuela importante de víctimas fatales. El tiroteo en la confitería Real, casi inmortalizado por Rodolfo Walsh en su libro "¿Quién mató a Rosendo?", o los asesinatos de José Alonso, Rogelio Coria y el mismo Vandor son prueba elocuente de esta virulenta confrontación.
Esta pugna al interior del movimiento peronista se mantuvo en los primeros años setenta, a pesar de un viraje en la estrategia sindical al reconocer entonces la conducción de Perón, traspasó la etapa militar y se prolongó en el gobierno constitucional siguiente, convirtiéndose en uno de los obstáculos principales para la conformación de un sistema político estable.
Estigmatizada y descalificada por sus detractores y asociada más de una vez a la violencia política y gremial y a algunos
hechos de corrupción, sin embargo, la llamada "burocracia sindical" a favor de su representación mayoritaria en el movimiento obrero organizado, de la significativa fidelidad de sus bases a lo largo de estos años y de una peculiar concepción del poder y de las prácticas políticas no sólo tuvo una influencia decisiva en el mundo sindical sino que además cumplió un rol determinante en una etapa crucial de la historia de la Argentina reciente.
ENRIQUE MASES (*)
hmases@gmail.com
(*) Doctor en Historia. Integra el Grupo de Estudios de Historia Social (Gehiso) de la UNC